Te miré tristemente
No hay más tiempo que perder, sonreíste
Estaba ahí, un misil en mi placard, en mi placard
Un modelo para armar, pero nunca para desarmarUn misil en mi placard; Soda Stereo.
Aún no decido cuándo comienza la historia. Me explico: ¿inicia cuando está realmente sucediendo? ¿O acaso recién comienza cuando se habla de ella? ¿O la historia toma vida cada día que la recuerdo? Porque, si es así, se puede borrar; puedo modificarla según vaya eliminando detalles, o sencillamente cambia porque puedo narrarla parado desde otro lugar. Desde el sitio en que me encuentro hoy. Mañana, entonces, no será la misma historia.
Con estos antecedentes, puedo imaginar miles de tramas que no ocurrieron. O sí, y simplemente no las recuerdo. O no puse la debida atención. Tenemos memoria selectiva, y eso nos preserva la salud mental. La pregunta, ahora entonces, se transforma: ¿cómo quiero recordar lo que quiero recordar? ¿O es que sólo va a existir si agrego, de forma aleatoria, sustantivos y verbos o algún adverbio incauto y advenedizo a este texto? Una especie de Lego® que armamos y desarmamos a placer, de forma distinta cada día, cada hora, cada momento que recurrimos —gozamos, sufrimos— de la memoria.
Otra duda que surge —me surge— es si el recuerdo vive de forma latente o sólo cobra vida cuando, de alguna forma, lo asisto con respiración boca a boca. ¿Soy su dueño o es en la forma inversa? Yo juego con eso. Narro de eso. Porque, a ciencia cierta —si existe ciencia en ello—, no lo sé.
Bueno, yo quiero (deseo, anhelo, decido) recordar esto así. Y lo hago así porque me conviene. ¿Un adjetivo puede modificar mi —mío— recuerdo? ¿O sólo es por ustedes? Para que asuman que eso que recuerdo está sujeto, de manera irreversible, a un calificativo que yo pueda escribir —o no hacerlo—. ¿Depende de mí?
Las historias escriben sobre nosotros. Ésta, en particular, lo hizo sobre mí.
Y no, no quiero tocarla.

