Hizo frío durante la tarde, pero él no lo notó, respondía, a máquina, la correspondencia pendiente, bebió té y comió un par de bocadillos, ya como a las siete decidió que era suficiente, debía parar y tomar el fresco, estaba agotado de tanta diplomacia y tantos pronombres, la carta dirigida a la que había sido su mujer lo agotó y se quejó porque debió recordarle algunos detalles que ella olvidaba de la separación.
Tampoco es que valiera mucho la pena echárselos en cara, hacía tanto que no la veía que lo mejor era dejar la cosas en esa semipaz que impide el disturbio público y las amenazas de muerte en el buzón, por fortuna -se dijo- no tuvimos hijos ni perros ni gatos que mantener, ella no cambiará ni yo tampoco, lo mejor es dar vuelta a la página y salir un poco, tomó el abrigo y el viejo gorro tejido por una tía cuando él era estudiante de filosofía, nada que ver con lo que hacía ahora, escritor fantasma para empresarios mezquinos y truculentos que no sabían poner tres palabras sin estropear el lenguaje.
Miró el nublado cielo y las parcas nubes, tiritó, inútilmente buscó los vespertinos, los quioscos habían cerrado horas antes, se dispuso a tomar un café y un brandy, cumplió con el tramite de saludo a la mesera, movió el azúcar y miró al televisor, Albuquerque estaba desierta y la mujer del noticiario hablaba de un crimen no lejos de la cafetería, tampoco presté atención, era habitual que sucedieran esos actos filantrópicos en el barrio, matar es un acto benevolente, exclamó, te sacan de aquí y listo, se acabaron tus problemas, vio la cara sospechosa en la pantalla, no es fea, después de todo hasta para asesinar se necesita porte y un buen labial, bebió sin prisas y dejó cien de propina.
Seguía haciendo frío y ya era noche, encendió el cerillo y luego el cigarro, la calada le vitalizó, compró otro paquete en la estantería de la esquina y caminó sin rumbo, acarició su barba cana de dos semanas, rió, luego la patrulla del condado le arrinconó, me preguntaron qué hacía a esa hora y me pidieron que guardara silencio por mi bien, luego lo subieron a la patrulla, no estaba asustado por lo que me había hecho, miserable, dijo ella ante la policía, cuando se lo llevaron al separo todavía exclamó piedad, el muy malvado, no supo qué decir, las cartas, el té, los cigarros, la mesera, el frío, el televisor, cuando leí lo que me escribió, su falsa literatura de los hechos, lo busqué en el bar, lo esperé y le dije al oído: Linda noche, querido, amar es un acto benevolente, como tu dijiste, matar es filantropía pura. Luego no supe más, me encerraron en un lugar en el que suelo responder cartas que no tienen destinatario, escribo de vez en cuando, pero sus textos se parecen tanto a una respuesta mía…