La situación de desplazamiento social en la que se han visto inmersas las mujeres a lo largo del desarrollo de las sociedades históricas, junto con el relativamente reciente movimiento de reacción encabezado por las feministas dentro de las sociedades industriales, ha favorecido que en ocasiones se hayan planteado las relaciones entre los géneros como si se tratara de una dicotomía independiente de las existentes en los distintos momentos de la vida de las colectividades humanas.[1]
Como referente, he decidido usar la comedia de Aristófanes que lleva por nombre Lisístrata: una mujer ateniense que se encuentra harta de no ver a su marido porque siempre está en la guerra. Así pues, decide convocar a las mujeres de todas partes de Grecia. Lisítrata les informa que después de mucho pensar en el problema, por fin ha encontrado una solución al mismo. La guerra del Peloponeso tendrá fin y ellas podrán reunirse con sus maridos. La fabulosa solución es abstenerse sexualmente.
En cuanto las mujeres escuchan tal barbaridad, prácticamente se infartan, no logran concebir cómo es que se le ha ocurrido dicha solución. Pero finalmente, todas aceptan y se comprometen a provocar a sus maridos pero no acceder a tener sexo. Lo único que falta por hacer es propagar todo lo que se ha propuesto y aceptado para que no haya una sola excepción y que no se cumpla al pie de la letra. Ningún hombre tendrá sexo con su respectiva esposa.
De esta manera, las mujeres toman la Acrópolis ateniense, lugar que atesora todo el dinero de la ciudad; plan con maña: no podrá ser utilizado con fines bélicos. Los más ancianos sostienen un debate verbal con las mujeres resguardadas, largo y tedioso, hubo algunas que quisieron desistir pues la pena es para ellas, fueron sosegadas por Lisístrata. Así, no consiguen nada pues las mujeres están más firmes y decididas que nunca.
Hartos y desesperados por tal situación, llegaron unos embajadores de Esparta para hacer la paz con Atenas. El propósito se cumplió, la guerra ha culminado y todos pueden regresar a casa con sus mujeres.
La principal desigualdad radicaba en que la mujer, generalmente, no era considerada ciudadana. Por ese motivo, carecía de la mayoría de derechos, de manera que no podía tener apenas propiedades, ni contraer matrimonio libremente. Asimismo, en Atenas ello significó no poder ocupar cargos públicos, ni tomar la palabra en la Asamblea. Se trataba de un sistema ideado por hombres, cuya finalidad reproductiva era evidente, ya que la mujer quedaba excluida de los asuntos públicos que quedaban en manos de los varones. Aquel hecho en Grecia, en donde la participación pública poseía gran importancia, debido a su concepción comunitaria de la vida, no era casual. Sin embargo, en la práctica las mujeres también influían en el ámbito público a través de sus maridos, hecho éste que motivó a Solón a redactar una ley que declarara nulas las decisiones que pudiera tomar un hombre bajo influencia de una mujer. El contenido de la ley no es digno de admiración, pero sirve para demostrar que era un hecho que podía suceder con cierta frecuencia.
A pesar de ello, y aunque la desigualdad jurídico – política parezca ser clara, el caso griego tiene sus particularidades que merecen ser observadas. Y el primer matiz en donde el pensamiento griego cobra mayor originalidad en su mitología.[2]
Las mujeres en Grecia no acostumbraban a salir salvo para traer agua o visitar la casa de otra mujer, eran las encargadas de mantener el orden, limpiar y tejer la ropa de su familia. No podían votar ni tener un empleo público, heredar o poseer propiedades. Se encontraban en una situación en la que perennemente era considerada como menor de edad. Así pues, se encontraba subordinada legalmente, primero a su padre, y luego a su marido. Este status jurídico afectaba fundamentalmente a la hora de prestar consentimiento para casarse y a su régimen de propiedades. A pesar de ello, la mujer era indispensable para transmitir la ciudadanía. Por último, las mujeres no eran consideradas exactamente ciudadanas, así que no tenían tampoco derechos políticos, quedando los asuntos públicos en manos de los hombres.
Las mujeres en Atenas eran extremadamente cultas, mientras que las espartanas tenían un riguroso entrenamiento físico.
El matrimonio situaba en un plano mucho más ventajoso al hombre, quien además de poder divorciarse de la mujer con mucha más facilidad, tenía la posibilidad de elegir mediante la negociación con su kirios. Este ordenamiento jurídico buscaba materializar el papel de la mujer como “criadora de ciudadanos”. Evidentemente, conocían que esa función que llevaba a cabo la mujer era necesaria, sin embargo se la imponían a través de medidas legales de carácter coercitivo.
La desigualdad de géneros también afecta a otro aspecto tan importante como es el régimen de propiedades.[3]
Las mujeres libres eran cuidadosas con su aspecto físico, al menos en cuanto a peinado y maquillaje se refiere: llevaban largas cabelleras (a diferencia de las esclavas, las cuales llevaban el cabello corto), a las que les solían dedicar diversos cuidados durante diversas horas del día. Solían teñirse el pelo, preferentemente de rubio. También podía requerir varias horas el embellecimiento con cosméticos y perfumes. Las mujeres libres se maquillaban para diferenciarse de las esclavas; solían prestarle especial atención a sus uñas y se rasuraban el vello corporal. No practicaban, en cambio, ejercicio físico alguno.
Las mujeres del pueblo aportaban a la economía familiar un complemento de recursos vendiendo su superproducción agrícola o artesanal: aceitunas, frutos y hortalizas, hierbas tejidos, etc. Los autores cómicos como los oradores atestiguan a mujeres vendedoras al detalle de aceites perfumados, de peines, de pequeñas alhajas o incluso de cintas. [4]
En la sociedad griega esa coerción se ejercía impidiendo a la mujer formar parte de la Asamblea; no pudiendo elegir con quien se casa; o limitando su régimen de propiedades. El aspecto sutil se correspondería con la interiorización de algunos valores de la religión griega, y también con la aceptación tácita del rol asignado. Todo ello desemboca en esa rígida dualidad que separa a hombres y mujeres en ámbitos distintos.
Aunque, y a pesar de ello, no creo que el problema se centre en que a uno le corresponde el oikos y a otro lo público. En Esparta, aunque el papel de la mujer no era radicalmente diferente al que se ha descrito, ésta contaba con algo más de libertad y un prestigio mucho mayor. Asimismo, es interesante hacer un breve repaso a algunas mujeres griegas famosas, y examinar las condiciones en las que surgieron así como de la respetabilidad de la que gozaron.[5]
El papel de la mujer en la novela griega y en sus géneros afines, como la novela bizantina, podemos observar en sus principales obras, como puede ser Quéreas y Calírroe, Flores y Blancaflora, una figura diferente de la mujer. Aquí no aparece como una mujer malvada, malévola y calculadora, que maneja a los hombres a su antojo para así lograr sus fines aunque para ello deba de condenar al hombre a la perdición. En este género se presenta como un ser bondadoso y noble, como una criatura creada para amar, no para destruir, inocente y esperanzadora. Aunque no tenga la visión tan peyorativa de la mitología, la filosofía o la sociedad en sí, tiene un concepto de una mujer sumisa, válida casi exclusivamente para asegurar la reproducción y para las tareas de la casa, dejando a los hombres las cuestiones vitales como la política o las artes. Esto también choca con la figura de la mujer en la novela, porque, aunque sea inocente y bondadosa, como hemos analizado anteriormente, no es tan sumisa. Es capaz de enfrentarse a los mandatos de sus padres, al propio destino prefijado por otros, a las mil y unas adversidades que le puede deparar la vida, e incluso desafiar a los dioses debido a la mala fortuna que le están propiciando. Y todo por amor. Todo por la devoción hacia su noble amante.[6]
Por otro lado, hay algo que no debemos perder de vista y es lo que a mi punto de vista se deriva de aquí; el lenguaje sexista.
Baste este punto como conclusión, empecemos por entender como lenguaje sexista, aquel que resulta discriminatorio debido a su forma, es decir, debido a las palabras o estructuras elegidas.
En 2012, la Real Academia de la Lengua publicaba un artículo titulado “Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer”, que pretendía dar respuesta a estos problemas que nos preocupan hoy en día. Firmado por un total de 26 académicos y académicas, reconoce que en nuestra lengua podemos encontrarnos usos verbales sexistas, y que es importante partir de unas premisas claras que definen nuestra sociedad y que deberían eliminarse para conseguir una sociedad más equitativa.
- La discriminación de la mujer en nuestro entorno es un hecho claro y real.
- En nuestro idioma podemos ver comportamientos verbales sexistas.
- Muchas administraciones están apostando por el uso del lenguaje no sexista.
- Es importante lograr que la presencia de la mujer en la sociedad sea más patente.[7]
Es una estructura bastante compleja pero sin duda funcional y no deja de sorprender. Las mujeres, a lo largo de la historia, han sido menospreciadas, por no decir subvaloradas, pero sin duda, son pieza clave en los momentos más intrínsecos de la historia.
[1] Domingo Plácido Suárez, La presencia de la mujer griega en la sociedad: democracia y tragedia.
[2] LERNER, Gerda. La creación del patriarcado. Editorial Crítica, S.A. Barcelona 1990.
[3] CEPEDA, Jesús. Transmisión hereditaria a través de la mujer en la Grecia clásica. Espacio, Tiempo y Forma, Serie II, Historia Antigua, t. 13, 2000, págs. 159-186. Págs. 161 – 162.
[4] https://sites.google.com/site/lavidacotidianadelamujer/Home/la-mujer-en-atenas
[5] Santibáñez Fuentes, Paula. Algunas consideraciones en torno a la condición de la mujer en la Grecia antigua. Intus-Legere Historia / issn 0718-5456 / Año 2012, Vol. 6, Nº 1; pp. 7-18. Págs. 10 – 11.
[6] Egea Lara, Silvia- El papel de la mujer en la Grecia antigua y la novela: https://blogs.ua.es/santiago/files/2007/10/silvia-egea.pdf
[7] http://www.rae.es/