Regresaste con una mirada perdida, con la piel quemada y el rostro destrozado, con los brazos delgados y tu pelo en las manos.
Tu boca ensangrentada, deja caer un hilo de sangre sobre las piernas desnudas y golpeadas ya sin necesidad de taparlas.
Ya no hay lágrimas en tus ojos, solo la costra violenta del agua que corrió por tus mejillas.
Muda, desprendida y ultrajada regresas a casa pidiendo que esto termine.
Se te nota el terror, sabes que ese conocido sigue mirando escondido.