A nosotros nos matan por ser cuidadores
de la razón, qué mejor que los paraísos
para encerrarnos y no dejarnos pasar
Solemos levantarnos cada mañana
y prepararnos un café como aquellos años
en el Coyoacán perdido,
o en el Bellas Artes olvidado
Es extraño que nosotros siendo tan buenos,
terminamos siendo almas en pena, como si una
vena nos cortaran, pero somos responsables
Porque los culpables eso hacen,
se vuelven delatores
de los impulsos emocionales, y si cambiaran eso,
el mundo que conocemos sería menos hostil
A nosotros, los enamorados,
nos señalan la perdición
de nuestro sendero,
porque bien sabemos que en el amor
no tenemos ninguna posibilidad
Y cuando la tenemos, terminamos siendo extraños
en los pensamientos derroteros
de una ambivalencia,
como si la convivencia no lo fuera suficiente
Leemos libros en una banqueta
del Zócalo capitalino,
pero solos venimos y solos nos vamos,
porque el espejismo de lo que más amamos
es así y las letras lo saben
La musa con la mirada nos hipnotiza,
pero nos desdicha,
nos pisa y nos zambulle,
pero no es su culpa, el corazón
no le dice a quién amar, solo el destino
y solo él
La vemos en cada rincón del universo,
como si las batallas de las galaxias no existiera,
¡Ahí va!, nos decía la mente y nosotros (obedientes) íbamos detrás de ella
El corazón se nos hacía pequeño, muy juguetón, y
el saltón de atrás no nos dejaba en paz, ¡pero ve!
Nos suplicaba la fuerza de la vehemencia
¡Suicídate otra vez! Es lo único que los
mantiene vivos
Nos gritaba el niño juguetón… ¡Háganlo!
El corazón se venía abajo como un altibajo
en un bajón de medianoche
Ahí íbamos por el barrio de la Alameda
en busca de la felicidad,
esa felicidad de la cual tanto nuestras madres
nos hablaban en sueños y nosotros,
en pensamientos,
la convertíamos en deseo
A las 8:30 p.m. las avenidas cobraban vida
y la gente se iba,
porque la primera cita estaba a punto de ocurrir,
pero la musa
tenía un pasado roto
Los enamorados respetamos esa privacidad,
pero muy en el fondo del jardín, nos duele
y mucho,
como si ese “mucho” fuera una maldición
del muchacho torero
¿Vienes? Nos decía la musa,
pero no estábamos preparados,
Toca sus labios. Nos repetía el libido,
pero la lápida de la
inocencia estaba inquieta e insegura
Corre. Nos decía la novia. ¿A dónde?
Le decía a mi alma,
pero ella no tenía la respuesta, solo la pregunta
y si nos enamoramos,
sabemos muy bien que la dulce soledad
nos besará
Pero solo la abrazaremos y solitos
nos entretenemos con
hojas de papel y soñamos las figuras
de las lamentaciones,
pero las que son dulces y suaves
Allá va nuestro gran amor y nosotros,
los enamorados, la dejamos;
esperamos que en algún punto de la calle Allende,
se contente con su gran pasión a través del lente