Esteban Vicente, uno de los poetas que recibió el calificativo de “pintores poetas”, y que acabó formando parte de la Generación del 27, escribió lo siguiente en sus notas (1960-1978): “Puede que uno tenga una intuición sobre la pintura que nadie ha tenido. El ojo está relacionado con el corazón y con la mente. Cézanne tuvo una visión: lo importante es tener visiones. La pintura es algo que tiene que ver con la visión de un hombre y con la cultura y el tiempo que vive”.
En este caso, Manolo Rivera, nacido en Écija (1961), vive, desde que tenía tres años, una realidad catalana en Castelldefels, una localidad costera que le ha visto crecer como artista y que le ha servido como inspiración. Admirador de Picasso, define la pintura como “un todo: libertad, orden, lucidez, sensibilidad…una lucha de contrarios que no destruye, que es creadora”.
Manolo emigró a Francia de la mano de sus padres y con tres años llegó por primera vez a Catalunya. Siendo muy joven se adentró en el ambiente artístico y realizó los estudios de Bellas Artes en la Escuela Massana de Barcelona. Desde entonces, ha conseguido exponer a nivel internacional en países como Italia, México o China. Para José Antonio Asensio, profesor de la facultad de Bellas Artes de la Universidad de Barcelona, Manolo “tiene la necesidad de pintar en directo y al natural, capturando con una pincelada rápida y fresca esos fragmentos de una realidad transformada desde su mirada e impulso creativo”.
Conocí al pintor durante un viaje a Marrakech, mientras realizaba una investigación sobre el escritor barcelonés Juan Goytisolo. Allí, se encontraba inmerso en un proceso creativo que dio lugar a su exposición Dos lunas, una compilación de obras sobre la unión de la antigua ciudad imperial y su Castelldefels. Entre construcciones ocres y cromaticidades explosivas al ojo occidental, Manolo me demostró estar bañado, como sus cuadros, por capas precisas de humildad y pasión.
Ahora, su último trabajo, Retrospectiva, constituye un repaso a su trayectoria.
La historia de Manolo se remonta al primer contacto con la acuarela, esa técnica realizada con colores diluidos en el agua que tanto se usa en la infancia: “Cuando la olí por primera vez fue un momento decisivo. En el preciso instante en el que la toqué, me puse a pintar”, recuerda el artista. Esa emoción la viviría de nuevo con trece años, cuando, tras olerla de nuevo, decidió que dedicaría su vida entera al arte: “Era justo lo que estaba buscando”. Como la mayoría de los artistas, parece tener muy claro en qué momento se produjo el punto de inflexión en el que quiso entregar su conocimiento y pasión al servicio del arte.
Me encontré varias veces con él en su casa de Castelldefels, donde me enseñó su estudio repleto de paletas, pinceles, acuarelas, esculturas, caballetes y multitud de cuadros que desprendían un predominio del color. Todos los estudiosos y el público interesado en su obra coinciden en asociar ese dominio con el “estímulo de los sentimientos”. Para Manolo, esa dualidad es como “un lenguaje matemático, muy parecida a la música. Una nota, un color, una emoción, una armonía de colores”.
Pero, pareciéndose a un código ¿es posible explicar la pintura, ese arte, que requiere diversas integraciones de dibujo, composiciones visuales y técnicas de colores? Manolo lo tiene muy claro: “La pintura es un compromiso. Desde mi manera de entenderla y vivirla la percibo como una responsabilidad”. Lo cierto es que Rivera es un gran defensor del arte como medio para “sensibilizar y cambiar la sociedad hacia una sociedad del conocimiento”, ya que “sin arte no hay cultura: la cultura es la que te permite ser libre y la que te salva muchas veces del miedo”. Precisamente, ese compromiso lo ha reflejado con la ciudadanía, con un denominador común a lo largo de toda su obra: Castelldefels: “Me considero un reflejo de mi entorno, un comunicador de mis intereses personales, las circunstancias y los contextos que me rodean; se trata de poseer un deber con mi verdad”.
Siempre que se habla de artistas, medios o cultura, es inevitable preguntar por la influencias familiares y por el arte como vocación porque, las obras de arte, en sí, son proyecciones de nuestra vida sensible. La vida sensible de Manolo está compuesta por el hogar de infancia en ese barrio de Vista Alegre, por sus padres y hermanos, por su familia. Pero como todo creador, inevitablemente alude a la influencia de grandes autores: “No puedo entender mi obra sin la influencia del gran Pablo Picasso, Joan Josep Rivera, conocido como lo spagnoletto, y Diego Velázquez”. Estas inspiraciones le han facilitado “una sensibilidad particular para mostrar los paisajes rurales”.
Concretamente, en su exposición La mar de pintures, ha reflejado su amor por los paisajes de Catalunya. Y es que la naturaleza siempre le ha hablado al arte, como una fuente abundante de observación. Según José Martínez, se trata de un pintor que “lleva a Catalunya en el corazón, de donde saca la inspiración para crear paisajes llenos de colores, evocando la luz, los árboles, las montañas, el olor de la tierra y la fragancia de sus flores”. Pero también ha trabajado en otros lugares, como Murcia, Santiago de Compostela o las Islas Baleares.
Ahora, a nivel internacional, recientemente ha vivido durante un mes en Marrakech, junto al artista y fotógrafo Justo Almendros, donde ha encontrado una luz diferente que le ha permitido plasmar “la luna árabe”. La arquitectura y disposición de la medina, los atardeceres en los cafés de la famosa plaza Jamaa el Fna y la explosión de elementos y colores ha convertido a esta ciudad en una especie de “paraíso terrenal”, con una “energía despampanante y una creatividad sin precedentes”. Manolo asegura levantarse muy temprano para aprovechar al máximo la luz, ya que, el amanecer, ese surgir de un nuevo día, alberga “algo” que quizás solo se puede describir a través de un pincel. Esperanza, incertidumbre, despertar, orden… De nuevo, según Martínez “el colorido de Marrakech ha impresionado a Manolo de tal manera que sus cuadros son una viva imagen de ese magnetismo, de aromas de especias y aceites que son virtualmente percibidos”.
Para el crítico de arte Herbert Read, “el arte intenta decirnos algo: algo acerca del universo, del hombre, del artista mismo”. Manolo intenta decirnos que “vive para pintar”. Confiesa que, tras hablar con los artistas Josep Guinovart, Javier Puértolas y Ernesto Fontecilla, llegaron juntos a la conclusión de que la pintura se trataba de un modo de vida: “La vida es pasajera, pero le dedicaré toda mi existencia a la pintura. Pintar significa lo mismo que vivir. Cura el alma y da felicidad. La misma que te otorga la vida y que te hace ser mejor persona”.