La última vez que tomé mezcal,
no fue en finas botellas de vidrio,
no fue en aterciopelados manteles
de finas telas,
en mesas amplias ni
con banquetes
costeados por sudor ajeno,
fue extraviado monte adentro,
donde no había más que un guayabo,
una piedra y mezcal a granel,
allí besé hasta el último agave,
tan lejos del pueblo
y tan cerca de Dios.