Como cada mañana, coge el ascensor hasta la planta 87. Su jornada empieza a las 8. Se toma el café que la permite permanecer despierto todo el día y se dirige hacia su despacho. Reuniones, elaboración de informes de análisis de ventas, estudio de la competencia. Una lista interminable menciona lo que tiene pendiente durante las próximas ocho horas.
Saluda a los compañeros, aquellos que conoce, pues son centenares de personas las que trabajan en ese alto edificio del World Trade Center. Es idéntico al que tiene a unos 125 metros. Idéntico en todo. Cristales, número de plantas y fisonomía. Idénticos. Se diferencian como “torre norte” y “torre sur”. Él está en la segunda.
El trabajador se aposenta en su oficina y, desde la ventana, aprecia el resto de los edificios de la zona, la mayoría rascacielos con decenas de plantas. Un skyline precioso. En la calle, una muchedumbre caminando a paso ligero, sorteando los obstáculos que presenta aquella gente que no tiene prisa: turistas, jubilados, infantes que por el motivo que sea no irán ese día al colegio…
La calma reina. La cotidianidad. La monotonía. La rutina.
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Corazón. Se le acelera. 60 pulsaciones por minuto. 70. 80. 90. 10. Llega al borde. 120. Ataque de nervios. Cierra los ojos. De manera forzosa. Los labios dibujan un rectángulo deformado. Aprieta los dientes. Frunce el ceño. Le brotan lágrimas. Por las mejillas. Le cae mucosidad. Le da vueltas la cabeza. Se le va. La desequilibra. Y empieza a correr.
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She saw this paper stuff coming down… a lot of things were making sense. Una gran humareda invade Manhattan, el distrito de Nueva York donde se ubican las Torres Gemelas -y, en consecuencia, el World Trade Center-. Se ha estrellado un avión sobre una de ellas. El pánico inunda la zona. Empieza la evacuación del edificio del norte, la que ha recibido el impacto. La otra permanece sana y salva. No hace falta vaciarlo.
Se despliegan los cuerpos de seguridad de toda Nueva York. También de Nueva Jersey. Bomberos, policías. Aviso a los políticos. George W. Bush se encuentra en una conferencia de una escuela de Sarasota, en Florida. Andy Card -jefe de oficina ejecutiva de presidencia Gobierno de EE. UU.- se lo dice con un susurro. En el oído. Surrealista. Se siembra el pánico. En toda Nueva York. En Nueva Jersey. En todos los Estados Unidos. La noticia circula a toda pastilla por las televisiones. CNN, Fox News… los periódicos preparan los redactados para la edición del día siguiente. Viva y muerta. Nueva York.
Pausa. 17 minutos después. Otro atentado. Ahora sobre la torre gemela del sur. Otro avión impacta, también, sobre las plantas más altas del edificio.
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Él no está a salvo. Corre. Escaleras abajo. De la planta 87. A la 0. Los ascensores no funcionan. Todo a toda velocidad.
La gente se empuja. Chilla. Se desmaya. Se cae de la prisa. Las escaleras se colapsan. De humo y de personas. Asfixiadas. No pueden respirar por el humo del incendio. Miran por la ventana. Instintos. De tirarse. Algunos aguantan y se dan media vuelta. Deciden salir del edificio a pie. Otros no. Abandonan. El edificio. La vida. Al vacío. Se trata de bajar rápido y corriendo. Él lo hace desde la planta 87. Lo consigue.
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El caos en la calle permanece. Atentados del grupo islamista Al-Qaeda. En las torres gemelas. Ya no están. Miles de personas muertas. Pasajeros de los dos aviones, trabajadores de las torres gemelas y paseantes. Muchas otras heridas, física y psicológicamente. El 11 de septiembre del 2001 fue un punto de inflexión en Estados Unidos de América. En parte desde ese día, se iza la bandera estadounidense. Ocupa casas, edificios oficiales, establecimientos. Un símbolo para recordar a cada una de las víctimas.
En las torres gemelas y alrededores se movilizan todos los cuerpos de seguridad y apaciguamiento de la situación. Del fuego y de los nervios. Provienen de la misma Nueva York, de Nueva Jersey y, seguramente, de otras zonas.
De todo, quedan restos. De las escaleras, de la antena, del ascensor y de un camión de bomberos. De cosas que fueron y ya no son.
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El 11 de septiembre del 2001 Nueva York, Virginia y Pennsylvania se levantaron negras. 19 miembros de la red terrorista de Al-Qaeda asaltaron cuatro aviones comerciales que viajaban a California desde Boston (Massachusetts), Newark (New Jersey) i Washington D.C. El objetivo era tomar el control de la aeronave y atentar.
Dos de ellas cayeron sobre las famosas torres gemelas, entonces los edificios más altos de Nueva York. Otro impactó hacia el Pentágono, en Virginia. El último, y con el preámbulo de lo que había sucedido instantes antes, pudo reconducir la situación. Las llamadas telefónicas fueron la clave.
Hubo 2977 personas muertas murieron en el atentado del grupo Al-Qaeda hacia las torres gemelas. Provenían de 93 naciones. De ellas, 2.753 fallecieron en Nueva York, 184 en el Pentágono y 40 en Shanksville -en Pennsylvania-.
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El memorial 9/11, que se despliega en los boquetes que dejaron las torres gemelas, recuerdan esta trágica experiencia. Explican el qué, el cómo, el dónde y el cuándo. El porqué se intenta, pero es indescifrable. Sobre los huecos, también se ubica un homenaje: dos cuadrados -uno en cada uno- de hierro tienen grabados los nombres de las víctimas. Entre todo este escenario, tiendas de merchandising venden sus souvenirs. En una de ellas, un señor de mediana edad se acerca. Le pregunta a la dependienta si podría ayudarle a buscar el nombre de un amigo suyo. Murió el 9/11.
Ella no ha vivido todo este percal. Aún no había ni nacido. En ese 11-S. Pero las imágenes e información del National September 11 Memorial & Museum le permiten reconstruir los hechos en su mente. Impactante.
*Los datos y toda la información se obtienen de la información proporcionada por la exposición -así como su web– y, también, por el archivo nacional de la biblioteca de George W. Bush.