La ficción extraña está en las venas de Argentina: Flor Canosa

Es difícil definir o resumir la historia de La segunda lengua materna (Indómita Luz, 2023) de Flor Canosa (Buenos Aires, 1978) sin arruinar la sorpresa a los futuros lectores de esta fascinante novela. Lo que puedo decir es que esta obra entra en la categoría de la ciencia ficción/ciberpunk, que la narradora y protagonista Hana Schmidt es inolvidable y única en la literatura de nuestro continente, y que la historia se desarrolla en Argentina, en La Pampa bávara, en un futuro indeterminado pasado el siglo XXI que, a su vez, es consecuencia directa del presente hipertecnológico y ultraconectado en el que vivimos en la actualidad. Hana trabaja en el Instituto Nacional de Tecnología Implantológica y es la encargada de crear un implante avanzado o adaptador límbico que se les coloca a todos los seres humanos a las pocas horas de haber nacido. Hana reparte su tiempo libre entre sus dos amantes: Lars Kunkel, un colega de trabajo y el ensimismado compositor Johan Müller, obsesionado con las Variaciones Goldberg. Los tres acabarán formando un triángulo en el que ocurrirá lo imposible: la gestación de un niño con material genético de dos padres. A partir de entonces nada volverá a ser como antes, no solo para ella, sino también para el resto de la humanidad.

Neuromante, la obra esencial de William Gibson, es importante para La segunda lengua materna y quizá, sin exagerar demasiado, podría ser considerada su equivalente criollo en los tiempos por venir. La ciencia, el flujo de información, la manera en que ambos parecen magia, la forma en que el intelecto interactúa y les da vida casi que sobrenaturalmente, transitan las páginas de esta novela que permanece en la mente del lector y que es imposible dejar de lado. Hechizados por la voz de Hana Schmidt, y con una narración con abundantes notas a pie de página (que traen a la memoria El beso de la mujer araña de Manuel Puig y La Broma Infinita de DFW) avanza la narración sin dejar de sorprender hasta la última y devastadora página. 

Canosa es autora además de Bolas (Zona Borde, 2017), Pulpa (Obloshka, 2019; Horror Vacui, 2022) y Los accidentes geográficos (Obloshka, 2021). Aparte de escribir narrativa, forma parte de la dirección de la colección “Arqueologías del Futuro” de la editorial Indómita Luz. A continuación, una charla que tuvimos con la escritora acerca de esta obra.

¿Cuál podrías decir que fue el germen de esta historia?

Recién había terminado de escribir una versión de Pulpa (novela que publiqué en Argentina en 2019, pero que escribí en 2016) que, aunque no se trata de una novela científica sino de una distopía sadomasoquista, requirió bastante investigación. En esa investigación empecé a pasar de un link a otro, de una nota a una página enciclopédica, y así llegué a la telegonía, que es una teoría totalmente indemostrable que viene desde la época de Aristóteles, a partir de la cual se podría tener un solo bebé con información genética de dos gametos masculinos. Se puede decir que el germen fue, literalmente, un espermatozoide.

La ciencia es trascendental en la novela, pero aquí se habla de una a la cual se le da un uso egoísta, que al final termina perjudicando a la humanidad. Hana lo menciona en algún momento en la primera mitad de la narración: “La idea de que el ser humano construye algo que luego se le vuelve en contra, es tan antigua como la mitología y las religiones”. En La segunda lengua materna se trata del adaptador límbico que es implantado al nacer. ¿Cómo surgió la idea de ese implante?

Hacía un tiempo había escrito un cuento llamado “La mujer de Turing” que narraba la historia de una científica que aplicaba un test de Turing y empezaba a intimar con una supuesta inteligencia artificial, y de allí nació la idea de imaginar un test que pudiera ser aplicado para saber si una persona lleva un implante y luego las posibilidades de ese implante. Es casi un camino básico de la ciencia ficción más dura: no estaríamos tan lejos de que nuestros dispositivos (móviles, ordenadores, relojes y toda la parafernalia inteligente que nos rodea) pudiera estar implantado en nuestro cerebro.

Hay varias alusiones a William Gibson en La segunda lengua materna, en especial a Neuromante y su emblemática frase inicial. ¿Podríamos decir que Hana Schmidt es algo así como una versión femenina de Wintermute?

Interesante. No lo había pensado de esa manera, pero podría ser. La diferencia es que, a lo largo del trayecto de la historia de Hana Schmidt, vamos presenciando la pérdida de su humanidad, algo que podría pasar con una conciencia flotando en el éter. Al perder el cuerpo, su digitalidad prevalece y la convierte en un monstruo.

¿Cómo fue el trabajo para encontrar la voz de Hana y la forma de contar esta historia?

La voz de Hana surgió desde el principio. No concebía la novela como una posible narración en tercera persona, porque quería construir una narradora poco fiable y perversa, sin filtro. No servía un narrador externo a la psiquis de la protagonista, sobre todo porque todo se ve a través de sus ojos o de los cuerpos mediante los cuales puede ir interviniendo la realidad. Entonces la descomposición tenía más fuerza si era casi discursiva.

Las notas al pie de página son curiosas, pero después de un tiempo el lector se pregunta quién las puso y por qué. No parecen aclaraciones hechas por Hana, lo que plantea varios interrogantes. ¿Cómo surgió la idea de utilizarlas aquí?

Fue el último proceso de la novela. Una decisión que tomamos mientras la editábamos con Juan Mattio, porque nos parecía que agregaba una capa extra tanto de sentido como formal. Es una novela sobre el lenguaje, también, y las notas al pie son una forma de lenguaje que remite a la teoría.

Desde La Broma Infinita de DFW no leía una novela con tantas notas a pie de página. ¿Hubo alguna preocupación de parte tuya o de los editores de que pudieran representar un problema para algunos lectores?

Justamente queríamos que fueran un problema para los lectores. Una interferencia, la necesidad de “cliquear” un hipervínculo escrito. Queríamos, también, transmitir ese caos de un implante con el cual se puede tener acceso a toda la información, desde teorías complejas hasta palabras en otro idioma o, incluso, obviedades. Además, creo que el juego está en que permite una lectura con ellas y otra lectura ignorándolas (aunque algunas son fundamentales a la trama, y no se pueda saber cuáles). Era otra forma de mostrar la psiquis de la protagonista.

En la segunda mitad de La Segunda lengua materna se menciona al personaje de Enero Caligaris, quien había aparecido en Pulpa (tu anterior novela), el cual juega un rol importante dentro de la historia. ¿Los que no la han leído tendrán algún problema en disfrutar o entender cabalmente La segunda lengua materna?

En absoluto. De hecho, algunos de mis editores no leyeron Pulpa. La idea es que pueda funcionar de manera autónoma. Enero es un hacker y no necesitamos saber de él más que lo que dice el cuerpo de la novela. Si se quiere más información, están las notas al pie y si todavía queda curiosidad, pueden leer el lío que hizo en Pulpa antes de exiliarse en La segunda lengua materna.

En tu novela hay una escena que posiblemente se vuelva icónica en la literatura de nuestro continente con el paso del tiempo: Lars y Volker bajo la lluvia en La Pampa (no aclaro más para no spoilear a los que no la han leído). ¿Cómo fue la construcción de esa escena? ¿Qué tanto trabajo supuso?

Es, tal vez, mi capítulo preferido. Cuando presenté el libro en Barcelona, Lucía Leandro Hernández me dijo que para ella también es una gran escena. La disfruté mucho. Todavía me pone la piel de gallina pensarla, así que te agradezco mucho la mención. La mayor cantidad de trabajo que representó fue, más que nada, la investigación sobre los ritos chamánicos, los tres estadios de lo preliminar, lo liminar y lo posliminar y ese tipo de detalles. Luego, fue un disfrute y salió de un tirón.

Un día me dijiste que no leyera una de tus primeras novelas, que yo casualmente había conseguido, diciendo que era muy diferente a todo lo que vino después. ¿Cómo fue el proceso de encontrar esa voz y esas historias que quizá lograran satisfacerte más como narradora?

Creo que hay temas de maduración y de conocer qué autora soy y quiero ser. Había ganado un premio con mi primera novela, que es como una especie de sitcom literaria y, de alguna forma, pensaba que tenía que seguir por ese lado, aunque mis poderes arácnidos me indicaban que no era lo que más disfrutaba en ese momento. Por eso la novela inmediatamente siguiente fue Pulpa, donde exploré un universo diametralmente opuesto. De todas formas, no siento que sea una autora solo de ciencia ficción, sino que lo extraño o lo extremo es lo que más me moviliza. La nueva ficción extraña me da esa libertad de explorar los límites de los géneros o mezclarlos o construir historias que pueden ser realistas y tener “lo weird” en la forma en que se vinculan o reaccionan los personajes.

¿Qué tan leída o popular es la ficción extraña (con todos los géneros que engloba) en Argentina?

La ficción extraña (tal vez con el nombre de “fantástico”) está en las venas de Argentina. Borges, Bioy, Cortázar, sólo para mencionar tres del canon, son exponentes de esa ficción. Ahora creo que hay una revitalización del género con autores y autoras como Mariana Enríquez (lo suyo no es terror puro y duro), Samanta Schweblin, Dolores Reyes, Agustina Bazterrica, Michel Nieva, Ricardo Romero, Yamila Bêgné, Roque Larraquy, Gabriela Cabezón Cámara, y una larga lista de etcéteras. Así que podría decirte que sí, es bastante popular, aunque se la pueda llamar con otros nombres.

¿Crees que hubiera sido posible publicar una obra como La segunda lengua materna en algún lugar diferente a la editorial Indómita Luz?

Hay otras editoriales que apuestan a los géneros no miméticos, como Marciana, Ayarmanot, Sigilo, Entropía, Caja Negra, sólo por mencionar algunas. De todas formas, la colección de nueva ficción extraña “Arqueologías del Futuro” (que es una colección dentro de Indómita Luz, editorial que se mueve en otros géneros también) pone el foco en un mapa de la ficción extraña no sólo argentina sino también latinoamericana y proponemos charlas, seminarios, clubes de lecturas, materiales de divulgación a través del Instagram de Ciudad Ausente y diferentes actividades que militan los géneros y los estudian y difunden, así que me parece que estamos haciendo un trabajo literario que se extiende a lo social, a lo extra literario.

¿Es Indómita Luz una suerte de refugio en Argentina para las escritoras/es de este tipo de narrativa?

Uno de ellos, sí, sin duda. Pero la editorial en sí es un refugio para muchos géneros, porque somos una colección dentro de ella. Juan Mattio, Marcelo Acevedo y yo sólo estamos a cargo de la narrativa extraña, que es nuestro campo de interés. Pero por suerte hay otros espacios.

¿Qué consejo le puedes ofrecer a las escritoras/es que se encuentran trabajando en sus primeros textos y sueñan con publicar algún día?

Es muy difícil ser escritor emergente en estos tiempos y, a la vez, hay ciertas facilidades que no existían hace muchos años, como la llegada a través de redes sociales o poder tener páginas web para ver catálogos o averiguar sobre concursos. El primer consejo es leer mucho y escribir mucho, corregir, dar a leer, hacer clínica y enviar a concursos. El segundo consejo es conocer qué materiales se publican en las editoriales a las cuales intentan llegar. No es lo mismo ir a Eterna Cadencia que a Anagrama o Evaristo o Impedimenta o Planeta. Cada editorial tiene su impronta. Y luego, paciencia, más en tiempos donde la mayoría de las editoriales pequeñas o medianas no pueden editar más que un puñado de libros por año, los cuales ya tienen determinados con más de un año de anticipación. Además, en el mejor de los casos, reciben una docena de manuscritos por semana, y son editoriales manejadas por unas pocas personas.

Recomienda por favor a los lectores novelas ciberpunk o de ficción extraña escritas en nuestro idioma.

Con la colección de ficción extraña estamos tratando de mapear justamente eso. A priori, recomiendo todo el catálogo de “Arqueologías del Futuro” de Indómita Luz, porque publicamos lo que queremos leer, precisamente. De Latinoamérica, además, recomiendo a Juan Mattio, Yamila Bêgné y Laura Ponce (Argentina), Ramiro Sanchiz y Fernanda Trías (Uruguay), Mónica Ojeda (Ecuador), Maielis González Fernández y Erick J. Mota (Cuba), Carlos Barragán (Colombia), Liliana Colanzi, Maximiliano Barrientos y Edmundo Paz Soldán (Bolivia) y seguro que estoy olvidando a un montón de gente. Como ven, el género en Latinoamérica está más vivo que nunca.

¿Cuáles podrías decir que son las autoras/es que más te han influenciado?

Es una pregunta que me resulta siempre muy difícil de responder, porque mis influencias no son necesariamente autores o autoras que escriben lo mismo que yo y, al mismo tiempo, siento que pueden ser influencias circunstanciales. Lo que quiero decir es que muchas veces leemos para entrar en un tono, código o registro y esas son las influencias del momento. Me gusta Borges, Puig, Saramago, o Liliana Bodoc y no necesariamente me manejo en la misma esfera literaria.

¿Qué puedes contarnos sobre tus próximos proyectos? 

Siempre hay próximos proyectos. Tengo una novela que la tiene una editorial en Argentina y otra en España, a consideración. Y quiero empezar a escribir otra, y otra, y otra más. Es así. Hay que esperar ahora que se acomode la psiquis, que no es poco cuando la realidad apremia. Y en Argentina está apremiando.

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