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Music Death Match: canta uno

Diego Fonseca creó el Music Death Match, que a las doce del día, de lunes a viernes, provoca un slam en Twitter.

Se ha votado mucho bajo la entrepierna de Chuck Berry. Durante algún tiempo ocurrió a la vista de Amy Winehouse y hoy se desarrolla vigilado por Keith Richards. Los tuiteros han votado y han botado. Entran dos -o tres, o cuatro- a la jaula, pero canta uno. La mayoría de las veces no canta el que quisiéramos escuchar, hay que decir. Diego Fonseca creó el Music Death Match, que a las doce del día, de lunes a viernes, provoca un slam en Twitter. Platiqué con él y con David Miklos, quien no pasa día alguno sin entrar en polémica por las ocurrencias de los lemmings.

¿Cómo surge la idea de Music Death Match?

David Miklos: La idea nace a partir de Literary Death Match, es decir, de Diego. Luego uno como yo y otros, necios, que quieren replicar la idea pero en la música, en mi caso en el rock.

Diego Fonseca: Sí, el origen está en Literary Death Match. Cuando estábamos trabajando eso, decidí que incluyéramos algunos compositores cuya obra tenía gran peso literario. Fuimos eligiendo varios para probar si funcionaba, y funcionó al punto de que David Bowie y Leonard Cohen terminaron en las finales. Esto sentó las bases para hacer Music Death Match. Tanto contar historias como escuchar canciones, generar música y reproducir melodías o ritmos, viene desde los primeros tiempos de la humanidad. Me parecía que eran dos enormes oportunidades para poder conversar en grupo, en redes y a distancia, tratando de poner un blindaje al desánimo que provoca el confinamiento y el aislamiento. Como dice David, nada de esto hubiera sido posible sin la idea de la construcción colaborativa: todo mundo suma, y todo al final termina siendo mucho más que la suma de las partes.

¿Cómo funciona la logística de #MDM? ¿Quiénes arman los duelos? ¿Los que van ganando pasan a siguientes rondas o solamente son duelos esporádicos?

DF: Yo elegí un DuelMaker por género: algunos tienen casos compartidos, como David, que maneja rock en inglés o solistas en inglés, o América Pacheco que hace rap y reggae, y cada uno de ellos trabaja en algunos casos propuestas mías y en otros casos ideas propias. Van armando los duelos con mucho espacio para ir señalando lo que quieran, yo intervengo a partir de la tercera ronda y respeto muchísimo lo que deciden. Pocas veces hemos conversado sobre cambiar un duelo para darle más equilibrio o fuerza a la disputa. Buscamos que haya una intención de voto provocada a partir de la dicotomía violenta entre dos autores. Cada ganador va pasando a la siguiente ronda, buscando mantener los brackets que se delimitaron anteriormente buscando que haya una confluencia para cuartos de final, semifinales y final.

DM: Varias personas armamos los duelos iniciales, en géneros distintos. Van quedando grupos y solistas en el camino. Los vencedores pasan a las siguientes rondas. Pero habrá algo esporádico también, ya te cuenta Diego.

DF: El problema de logística es que esto puede crecer de manera exponencial y brutal. Literary Death Match tuvo 3,000 duelos, y teníamos muy claro que no podíamos hacer lo mismo porque íbamos a estar ocho meses jugando esto, y no se puede estar todo el tiempo así. Inicialmente fuese más manejable. Esto provocó desajustes, porque tú tienes que hacer que los duelos tengan el mismo criterio que tienen los bombos de un Mundial: deben ser cuatro, ocho, dieciséis, treintaidós y sesentaidós duelos para que puedan encontrarse en eliminatorias sin problemas, en cada género. Pero, como se estaba desbalanceando, convenimos que al final de la tercera ronda vamos a crear lo que se llama ‘His Majesty Speak’, que es una selección de perdedores que han obtenido muy buenos resultados en las segundas y terceras rondas, además de un grupo de autores que no habíamos tomado en cuenta para que compitan por subir a la cuarta ronda y armar de nuevo los bombos con la cantidad de duelos necesarios.

¿Qué papel juegan las presentaciones? He visto que le meten bastante jiribilla y humor negro por ahí.

DM: Las presentaciones suelen ser buscapiés, a ratos provocaciones: más que informar, azuzar, jugar. ¿Qué se puede decir de dos, tres, a veces cuatro duelistas? Todo y nada. O todo o nada. Ya luego las interpelamos, nosotras y nosotros mismos, que las hicimos, así como gente de fuera, pero cada vez más cercana a #MDM.

DF: #MDM tiene 15 DuelMakers, 1 relator y 1 MusicMaker, además de Cagey (@DeathMatchCage), que oficia de azuzadora de duelos. En el futuro, esa cuenta será la que empleemos para los duelos. Pero, además de todo ese grupo, están los llamados Pasantes Norcoreanos, autores que colaboran con sus intros. Desde escritores y periodistas a Juana La Jirafa, melómanos y degustadores. Entre la primera y la tercera ronda fueron 152 personas. Y, por supuesto, como es música, tiene más de media docena de listas creadas por los Duelmakers más la MusicMaker en Spotify, todas abiertas y colaborativas. Eso es la esencia de esto: un diálogo.

David, ¿qué son los lemmings?

DM: Los lemmings somos todos, asomados al abismo: ¿por qué a veces votamos por músicos más populares y menos, digamos, musicales? Un lemming se abandona a su pasión, más que al gusto.

¿Qué más viene para el proyecto de Death Match? ¿Hay espacio para álbumes o películas?

DF: Descansar. Desde Literary Death Match está dando vueltas la idea de hacer película.

Quizá es una pregunta muy vaga, pero me gustaría conocer su vínculo con la música como escritores. David hizo, en Twitter, un hilo musical autobiográfico extraordinario. ¿Qué nexo encuentran entre literatura y música?

DF: Yo toqué en algunas bandas de joven con algunos tipos creativos, buenos músicos. Empecé en la guitarra rítmica y acabé en la batería por casualidad: sobraban guitarristas buenos y no había un batero más o menos decente. La música me ha acompañado toda la vida, una declaración que podrían hacer hasta las piedras si tuvieran oídos: imposible no tener vínculo con, como te decía, dos de las formas de la comunicación emocional más antiguas, los ritmos y melodías y los cuentos, que siempre son un asunto de ritmo y cadencia. Yo uso la música para escribir, no para escuchar sino como herramienta compositiva. Me da un tempo para un texto, para sus frases y párrafos. Hay un ritmo de la respiración que viene del laid back del blues. La relación del blues con los cantos de los algodonales y el góspel de las iglesias no es menor: allí se cantaba a capella, lo que significa que debes saber regular los versos para encajar con tu respiración. La curva de inspiración y expiración te da un arco de tiempo: en ese arco de tiempo entra, exactamente, un endecasílabo o un dodecasílabo, que es muy usual en el blues y que no en vano es una de las métricas más usuales, sino la tópica, en la poesía en español e italiano como el alejandrino lo es en francés. Y luego están otros factores: ¿por qué evitamos cacofonías o reiteraciones, por qué usamos comas o puntos? Porque buscamos dar capacidad expresiva a la letra, que se lee con “oralidad gráfica”, diría yo, hasta en silencio. De manera que no puede haber escritura sin ritmo, sin melodía y musicalidad. De hecho, no puedo escribir con música. Me distrae, porque es una forma discursiva que me demanda la misma atención que la escritura: yo no escucho la canción sino su arquitectura. Líneas de bajo, arreglos, el trabajo sobre el hi-hat, el bombo, las salidas a los toms. Escucho música antes de escribir, porque me ayuda a encontrar el tempo y, en ocasiones, el tono de texto.

En algún momento entrevisté a Antonio Ortuño y le pregunté sobre la trascendencia de Twitter como espacio para la discusión y el debate. Me respondió que la plataforma no es más que el patio de una prisión, donde todos discuten con todos y hay que cuidarse la espalda.

DF: No creo que sea espacio de debate. Se pueden hacer intercambios breves, pero por las mismas condiciones de la plataforma hay limitaciones evidentes. El espacio de 280 caracteres es inflexible. La ausencia de cara a cara (la comunicación no verbal es sustancial para contextualizar, sobre todo el tono de la charla) conspiran contra cualquier idea de diálogo. Hay intercambio, pero no comunicación. Twitter es para iniciar algo, si se quiere, que puede continuar en otro lado. Un puente transitorio, quizás. Para mí siempre fue como un bar ruidoso: vas a estar con tus amigos, la pasas bien un rato, pero siempre quieres irte a otro lado porque la bulla es tal que puede tapar todo.

Por último, ¿cuáles son sus equipos consentidos del #MDM? ¿a cuál le desean la derrota?

DF: Como decía un viejo colega que cubría sindicalismo, detrás de esto (y golpeaba la pantalla de su computadora), no hay amigos.

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