Nada me avergüenza,
salvo el silencio,
no llego a coger
las cosas de la mesa,
todo lo pinto,
sorbo,
el instante,
pregunto lo nuevo,
el asombro vive,
en mi boca.
No sé,
nada,
ni quiero
y eso me hace
libre,
muy,
y de plastilina.
Las agujas del reloj,
no entiendo,
cuento con los dedos,
me gusta correr
hasta quedarme sin aire,
me mareo,
bailo,
giro,
el tiempo no termina,
es una espiral,
y el sol,
nunca se aleja
de mi pequeña nuca.
Voy buscando en los tejados,
a mi hermana,
una cabaña,
tesoritos,
una cuna de gusanos,
un secreto;
hablo con los animales
y ellos me hablan,
me olvido de que existo.
Me tumbo en mi cama,
de césped recién cortado,
me aterra el color negro,
que hace grandes mis pupilas,
mi lámpara,
para que yo no tema,
un beso que no me salva,
me protejo con las sábanas.
Y en lo más alto de los árboles,
invento este lugar,
en el que estar a salvo,
sin saber qué tanto lo iba a necesitar
hoy,
en este mundo extraño
al que he venido a parar,
después de nacer una y otra vez.