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París 2024: apuntes sobre la ceremonia de apertura

La ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de París 2024 tuvo de todo: postales idílicas, historias inspiradoras, reivindicaciones políticas, mensajes conciliadores, arengas polarizadoras, multiculturalismo, sectarismo, enaltecimiento al colonialismo, silencio ante los conflictos abiertos que no forman parte de la agenda, mucho progresismo neoyorquino y alguna que otra protesta encriptada.

El coctel pop encontró cobijo en el río Sena, acaso el lugar más idealizado del mundo, para dotar la atmósfera de misticismo. Para mala suerte de los franceses, que apuraron la expulsión de migrantes sin techo en las zonas turísticas de París para estar a la altura de las circunstancias, los argelinos no olvidaron la afrenta cometida por sus colonizadores en la Masacre de París, cuando en 1961, el infausto Maurice Papon —colaborador del nazismo durante el régimen de Vichy— orquestó una cruel represión en contra de un grupo de manifestantes argelinos durante los últimos coletazos de la Guerra de Independencia de Argelia. En un gesto absolutamente conmovedor, la delegación argelina lanzó flores al Sena en señal de luto por todos aquellos cuerpos de sus compatriotas que fueron arrojados salvajemente a las aguas del Sena para limpiar el rastro de una matanza perpetrada por el Estado francés. Los otros países africanos, caribeños y asiáticos sometidos bajo el yugo del imperialismo francés optaron por guardar el protocolo.

Para documentar y visibilizar todo esto, las cadenas de televisión y medios de comunicación que nos habían convencido durante los más recientes cuatro años que lo único realmente rentable en términos editoriales es el fútbol, abordado desde el entretenimiento, optaron por camuflar a sus enviados de contadores de historias improvisados. Aquí, desde luego, no se incluye la figura de Alberto Lati, que, pese a su cuestionable silencio respecto a la invasión del ejército israelí a Gaza, dio cátedra, otra vez, de cómo utilizar el periodismo y las historias para interpretar mejor el mundo. 

Tras la enésima evidencia de que “Imagine” ha envejecido realmente mal debido al reciclaje indiscriminado y reproducción irresponsable de las que ha sido objeto, los aburridos discursos políticos que sucedieron al desfile de las delegaciones no hicieron más que confirmar que las ceremonias olímpicas encapsulan buena parte de las contradicciones de la sociedad occidental: inclusión selectiva, superioridad moral y progresismo artificial. 

Finalmente, para rematar esta reflexión (des)articulada en forma de catarsis, tengo que admitir que como mexicano no podía cerrarle la puerta al desencanto en una competición de élite mundial. Después de ver desfilar a países en pobreza extrema, desangrados por el colonialismo, con conflictos abiertos, con geografías hostiles, con apenas tradición y cultura deportiva, con reconocimiento internacional limitado, con estructuras sostenidas por alfileres y con poblaciones microscópicas ser comandados por grandes certezas competitivas en términos de posibilidades de medallas, me provocó una gran desilusión el hecho de que México, un país desangrado por una guerra intestina contra el narcotráfico y una violencia cotidiana desbordada, con unos altísimo índices de pobreza y desigualdad, con un sistema fallido de educación y salud pública, sí, pero también con casi 130 millones de habitantes y una de las geografías más privilegiadas —salvo por la vecindad con Estado Unidos— del mundo, se presente con apenas referentes y sin ningún favorito rotundo.

Me niego a plantarle cara al Sena —especialmente con esa tenue luz crepuscular— y a la cultura francesa en todas sus expresiones, pero tampoco me interesa ser un testigo impasible de las derrotas morales de nuestra generación y todas las generaciones que nos precedieron.

Por Ricardo López Si

Periodista, viajero y escritor.

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