Rumbo al desenlace de Batalla en el cielo (2005), cuando el protagonista se encuentra ya carcomido por la culpa, hay un momento muy hermoso en medio de la sordidez del entorno. Parece no estar pasando nada, pero Marcos avanza aturdido, atrapado en el tiempo, ante el caos externo.
Esa es una de varias ideas que Carlos Reygadas desarrolla en su libro de ensayo Presencia (2022), donde el cineasta reflexiona sobre la influencia del cine de Robert Bresson y Andréi Tarkovski en su obra, siempre bañada de poesía.
Reygadas cuenta que Nostalgia (1983) fue la primera película que vio junto a su madre, explotando en él la sensación de existir; con los años, se hilvanaron a su vida las letras de André Bazin, respecto al encuadre como una ventana a un universo más amplio y no un simple mundo construido dentro de la pantalla, siendo por eso que los personajes de sus películas entran y salen de cuadro, explorando su diégesis.
Cuando el director se siente desilusionado del cine que se hace en la actualidad, regresa a los filmes de Ingmar Bergman; precisamente en La hora del lobo (1968), Reygadas dice que al comenzar el metraje, hay un instante inolvidable donde se atrapa el tiempo, mientras “no pasa nada”: una cabaña, unas canasta con fruta y el viento que sopla despacio.
Mucho confluye en aquella reflexión tan conocida de Tarkovski de esculpir el tiempo, el deseo de hacer cine como catalizador de la realidad y no un juego de simple representación (y entretenimiento).
Para Luz silenciosa (2007), por ejemplo, se utilizaron unos lentes anamórficos de los años 70, que producían el efecto de revelar el aire entre la cámara y lo filmado, generando una suave neblina; para la perturbadora Post Tenebras Lux (2012), un accidente entre el lente y una lupa provocó una alteración de “imagen rota”, que el cineasta y el director de fotografía Alexis Zabé decidieron conservar, usándola como una interpelación a la naturaleza, encerrada en un caleidoscopio.
Carlos Reygadas se sincera ante el lector, explicando lo que para él es la tiranía de la imagen: la tecnología que destruye la creatividad, el ser humano sometido a la máquina donde lo simple se impone sobre la belleza.
En Presencia, se escribe sobre referencias pictóricas y el arte que acompaña las secuencias: en Japón (2002) hay cuadros de Braque y Mondrian; en Batalla en el cielo aparece da Messina y Gericault, además de estar aderezada con los negros y blancos de Tintoretto; en la inquietante Nuestro tiempo (2018), es la obra de Claude Clausell y en Luz silenciosa, todo remite a las atmósferas de Johannes Vermeer.
Se trata de un volumen con diecisiete capítulos y una sección final de lo que el autor llama fragmentos; Reygadas se sabe provocador, por mostrar en su cine lo que los demás se niegan, un artista capaz de encontrar belleza en la sordidez y la violencia más shockeante.
Su peculiar mirada sobre la condición humana, lo ha llevado a ganar tres veces en el Festival de Cannes (Camera d’Or – Mención especial por Japón, Premio del Jurado por Luz silenciosa y Mejor director por Post Tenebras Lux), certamen que lo invitó en 2025 a ser parte del jurado de la Selección Oficial.
Presencia, publicado por anDante, se convierte en un texto necesario para comprender e interpretar la obra de este director nacido en la Ciudad de México, quien ya había presentado hace unos años el hermoso Luz (anDante, 2016), que incluía los storyboards de sus primeros cuatro filmes.
Solo la irreverencia de Carlos Reygadas es capaz de fusionar el clavicordio de Carl Philipp Emanuel Bach con el sonido incesante del motor de un coche: el laberinto de Marcos en su Batalla en el cielo, con la culpa y el miedo supurando ante el destino que no propone nada optimista. Marcos se mueve despacio y parece no suceder nada, pero, en realidad, ocurre mucho. El poder del cine, la gloriosa sensación de “estar en el tiempo”.