La palabra esperanza se me ha rebelado.
Dice que está harta de la palabra paz.
“Son muchos años conviviendo juntas”, se queja.
“Ya no me da ningún morbo verla desnuda”.
La palabra alegría también está dando problemas.
Sus compañeras de piso, frustración y rencor,
me llaman al despacho
para ver si yo puedo hacer algo.
–Paciencia –les digo. Son cosas de la edad.
–¡Pero es que está insoportable! –me responden ellas.
Se pone a bailar a las tres de la mañana.
Nos despierta a gritos. Ni nos deja leer tranquilas el periódico.
Y encima –me cuentan– encima está empeñada
en salir por televisión…
Pero la peor de todas es la palabra talento.
La mimé demasiado de pequeña. ¡Era tan graciosa!
Y ahora se me ha subido a la chepa y reclama su espacio vital.