Han pasado ya algunas semanas aquí, sentado frente a la computadora, preguntándome cómo hacerlo. ¿Cómo se resume una historia en una hoja en blanco? Lo pienso tanto que, en el mismo día, con diferencia de una o dos comidas, de dos o tres tazas de café, de tres o cuatro idas a la cocina, de cuatro o cinco horas, de cinco o seis leídas a las frases subrayadas, de seis o siete cervezas, llego a la conclusión de que es de los más sencillo y, también, que es imposible.
Pienso en todo tipo de palabras: las adecuadas, las salvajes, las tiernas, las demoledoras, las alegres, las conmovedoras, las perfectas, las complicadas. Porque todas las historias están hechas de ellas. De palabras. De palabras que son muchas cosas: sentimientos, libros, emociones, recuerdos, destinos, películas, números, canciones, halagos, planes, risas, anécdotas, poemas, vicios, enfermedades, lugares, nombres. Historias.
Comienzan a brotar de la nada; del mismo lugar que hace unos momentos era la nada pero que ahora lo es todo. Hay miedo de escribirlas, por supuesto, porque todo esto no estaba presupuestado. ¿Qué sí lo está? La muerte. La vida. Y todo fluye:
Entrevista. García Márquez. 1995. purgante. Sueño. Blanco. Negro. Escritor. Letras. Textos. Historias. Revista. Botella. p. Diseño. Cristina. 3. Septiembre. 2015. Ilusión. Ayuda. Dominio. Servidor. Dinero. Correo. Pausa. Miedo. Recomienzo. Otra pausa. Indecisión. Miedo. Purgancios. Cómplices. Miedo. Adiós. Perdón. Amor.
Puentes.
Hubo miedo de escribirlas, por supuesto, porque de eso se trata escribir. Escribir. Escribir y seguir escribiendo. No hay otra forma, no existe.
Porque lo único que queda después de las historias son las palabras.
Porque todos necesitamos contar una historia.