Ese día soñó que mataba a Elon Musk. Este tipo de sueños siempre los tenía cuando se quedaba leyendo a Trotsky hasta tarde. Con frases del estilo de El proletariado no puede apoderarse del Poder por una insurrección espontánea rondándole por la cabeza era difícil soñar con algo distinto. Al carajo con Trotsky. Para él una revolución auténtica era producto de un estado de ánimo, algo que surgía con un chispazo; sin tanta organización. Quizás en el fondo merecía que le clavaran un pico en la sien. Quién sabe.
Cuando fue a servirse el café matutino, seguía pensando en ese sueño. Elon Musk representaba dentro de su cabeza todo lo que estaba mal del sistema en el que vivía.
No podía comprender cómo alguien podía tener más dinero que todas las personas que conocía juntas. Como es que la casa de Musk tenía 11 baños y la de él únicamente uno y la regadera no tenía agua caliente.
¿Quién coño necesitaba tantos baños? Parece que Mr. Musk.
¿Musk había tenido la suerte que él no? Puede ser. ¿Había trabajado más que él? Poco probable. ¿Se le había hecho tarde para trabajar? Mierda.
Hundido todavía en el sueño decidió no ir a trabajar. No le veía ningún sentido a ir a limpiarle el retrete al míster que no era capaz de pagar un miserable seguro dental. Se cepilló los dientes y decidió salir a despejarse un poco. La calle le recibió como siempre: con un sol brillante y ardiente sobre la piel. Ni con el ruido de la calle podía sacarse la idea de matar a Elon Musk de la cabeza. Lo único que se lo impedía era que no tenía un arma y el miedo a la cárcel. Realmente, sólo que no tenía un arma.
El miedo a la cárcel surgía de la asunción de que lo agarrarían. Cuando quiebran a un pez gordo siempre agarran a quien lo hizo. Sólo hay que ver al asesino de Kennedy, de Sharon Tate y demás personajes que sí importan. En cambio, hace dos meses la policía le había pegado tres tiros en la nuca al homeless de su esquina. Todo porque no hablaba inglés y no entendió la instrucción de arrodillarse.
Los policías habían salido libres bajo una ridícula fianza de 1,500 dólares. Una breve visita a la corte y eximidos por haber estado haciendo servicio público. Mientras pensaba en todo esto, divisó en la distancia un letrero que se sintió como llamado divino. El letrero rezaba: TRUMPET GUNS AND AMMO. Hoy la vida le estaba mandando señales.
Se acercó a la tienda y admiró los subfusiles de asalto en las vitrinas como un niño en una juguetería. Entró a preguntar si necesitaba algún tipo de permiso para comprar un AR-15. Un hombre de poca estatura, con gorra de camuflaje y acento centroamericano recibió la pregunta con una carcajada y le dijo que no todavía entre risas.
Pidió el subfusil de asalto más bonito que vio en la vitrina y preguntó el precio. Costaba exactamente lo que ganaba en dos semanas de trabajo. Pidió un solo cartucho. Deslizó su tarjeta de crédito sin preocuparse por sus adeudos y salió contento de la tienda.
Caminando de regreso a su casa el paladar le pidió un poco de café. Entró a la primera cafetería que vio, agarró el periódico y se sentó. De nuevo, la vida le enviaba señales. Musk estaba de visita en su ciudad para discutir con el alcalde la construcción de un túnel.
Túnel que sus impuestos pagarían y encima tendría que pagar cada vez que lo use. Además, el túnel haría descuentos a los que usaran autos eléctricos como los que Musk fabricaba. Pensar que sólo los responsables de tanta contaminación pueden pagar dichos autos. Este país se va a la mierda. Leyó hasta dar con el sitio donde sería la conferencia de prensa. No esperó a que la mesera trajera la carta. Salió disparado hacia su casa para ir por el carro.
Subió a su departamento por las llaves, descendió los escalones de tres en tres, se montó al carro y puso la bolsa con el subfusil en el asiento de atrás. Aceleró por la carretera y se percató que manejaba sin música. Encendió la radio e iba sonando 120 de Bad Bunny. La vida y sus señales.
Cuando estaba a punto de llegar vio a un tipo que acababan de arrollar en el suelo. Sintió un poco de tristeza y siguió manejando rumbo a algo mas grande que él, que el tipo arrollado y que todos los demás. Vio la explanada donde estaba ocurriendo la conferencia de prensa. Parqueó en un estacionamiento público y pagó por internet un dólar, por si tenía que quedarse más de 15 minutos.
Agarró el subfusil, puso el cartucho y se bajó del carro. Conforme avanzaba hacia la explanada notó que nadie siquiera lo volteaba a ver. En su cabeza estaba estancada una canción que decía: Que vivan los pobres del mundo, de pie los esclavos sin pan.
Al llegar a la explanada apuntó hacia el pecho del hombre de sus sueños y jaló el gatillo. Puta madre, el seguro. Quitó el seguro y volvió a jalar el gatillo. El saco de Musk se llenó de manchas rojizas y todos los presentes comenzaron a correr. Antes de que la ráfaga terminara, pudo sentir piquetes de mosquito por todos lados. El pecho, las piernas, los pies, la cara. Después todo fue negro.
Nunca se enteró que le habían vaciado ocho cartuchos en el cuerpo, ni que el señor Musk estaba muerto, ni que al día siguiente ya había alguien más a la cabeza del proyecto del túnel. Banderas a media asta por el señor Musk y graffitis que decían “Loco” y “Asesino” en la casa de su mamá.
Alcémonos todos al grito,
¡Que viva La Internacional!