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Editorial

Schillaci, el siciliano furtivo

El mundo del balón recuerda sus seis goles en un solo Mundial. Nada más. Pero eso nos basta. Hasta siempre, Totó.

Siempre han existido, y existirán, los jugadores que irrumpen súbitamente en el estrellato futbolístico y que casi con la misma rapidez ven su brillo apagarse. Pero pocos pueden presumir de que su esplendor fugaz haya tenido lugar en una Copa del Mundo. Uno de ellos es Salvatore Schillaci, fallecido ayer a los 60 años.

A la hora de la puesta del sol del 9 de junio de 1990, en Italia seguían teniendo a Schillaci como una incógnita si no es que como un mero advenedizo, su nombre como una inclusión inmerecida en la relación de 22 calciatori que habrían de portar la maglietta azurra durante el segundo mundial celebrado en suelo italiano. Pero bien entrada la noche de aquel sábado, con la euforia inundando toda la península, su criticada convocatoria había dejado de ser la ocurrencia extravagante del entrenador Azeglio Vicini para trocar en su más grande acierto. Ingresado de cambio por Andrea Carnevale a falta de un cuarto de hora para que finalizara el primer encuentro de Italia en el certamen, tuvieron que transcurrir tan sólo tres minutos para que los tifosi despojaran a Salvatore de su condición de furtivo siciliano que inexplicablemente se había colado en La Nazionale y lo invistieran súbitamente como Il Salvatore della Patria.

Cuando todo apuntaba a que Italia se iría en ceros en su partido de debut ante Austria, Schillaci vence al arquero Klaus Lindenberger al asestarle un firme testarazo a un centro preciso de Gianluca Vialli, el atacante cremonés de la sempiterna muñequera de tenista, fallecido el 6 de enero de 2022, que entonces aún no incluía en su look el corte a rape que lo caracterizaría en el futuro, y que por sus excelentes actuaciones con la Sampdoria de Génova por fin se había hecho de un puesto titular tras haber entrado como sustituto en los cuatro partidos de Italia en México 86.

Año y medio antes del Mundial del 90 Schillaci apenas empezaba a destacar a nivel regional como eje de ataque de un club modesto, hoy desaparecido, que entonces competía en la segunda división: la Associazioni Calcio Riunite Messina. De las grandes cualidades que mostraba “Totó” sobre la cancha del estadio Giovanni Celeste se hablaba sotto voce en los en los cafés de Messina —la población que el 28 de diciembre de 1908 sufrió el peor terremoto en la historia de Europa, que dejó ochenta mil muertos— y también en los pueblos circunvecinos del norte de Sicilia, sigilosa actitud con la que se quería hacer pasar lo más inadvertida posible su transferencia que ya se cocinaba a la Juventus. Y por eso no se sabía mucho de él cuando le asignaron la camiseta ‘19’ de aquella selección mundialista. Luego de darle a Italia su primer triunfo en su Mundial, Schillaci no paró de marcar. Anotó cinco veces más en el torneo, que lo hicieron recipiendario de la Bota de Oro al máximo anotador.

Pero luego de ese sexteto mundialista, poco, si no es que nada, se supo de él. No volvió al combinado nacional y cerró su carrera jugando en el club japonés Jubilo Iwata, propiedad de la compañía automotriz Yamaha.

El mundo del balón recuerda sus seis goles en un solo Mundial. Nada más. Pero eso nos basta. Hasta siempre, Totó.

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