En 2006, para la edición de Viridiana (1961) de Luis Buñuel que sería incluida en la colección 332 de la Criterion Collection, Carlos Gutiérrez y Kim Hendrickson entrevistaron a Silvia Pinal en su propia casa. Ahí, entre risas y esa interrupción a tono por el canto de su canario, contó su acercamiento con el director de Un perro andaluz (1929).
Ese primer contacto, entendido como breve por la descripción que la actriz realiza –únicamente le entregó un premio, “cuando (Buñuel) ya tenía un curriculum muy importante”–, fue a principios de la década de los 50. Poco después, merced de Ernesto Alonso, Silvia, quien para entonces ya era considerada pionera de la televisión y del teatro musical en México, pudo charlar con el cineasta español y externarle el deseo que tenía de trabajar con él. Entonces no pudo concretarse la dupla Buñuel-Pinal, porque nadie quiso producir el guión que estaba adaptando «El Señor Telenovela» puesto que, decían las productoras, el cineasta español no dejaba dinero.
Tras truncarse la realización de Tristana –que más tarde lograría filmarse y con Catherine Deneuve en el protagónico–, llegó el amor a Silvia de la mano de Gustavo Alatriste, y con él la consumación del sueño, tras presentarlo a Luis Buñuel en una visita a España. ¿El culpable o facilitador? Paco Rabal, protagonista de Nazarín (1958) y gran amigo del cineasta calandino y la actriz mexicana.
Ante el reconocimiento del cineasta al hecho de que no era muy remunerado, preguntó quién era el productor interesado en, ahora sí, cumplir el deseo suyo. Silvia, espléndida como siempre, respondió que su esposo, precisamente. Buñuel, pensando en recibir otra respuesta menos antagónica, preguntó a qué se dedicaba Gustavo. “Es mueblero”, respondió ella. “¿Y por qué quiere hacer una película conmigo…”, preguntó Luis, “…que no doy dinero?”. “Porque me ama”, espetó la primera actriz.
Apenas luego, lo impensable, lo que trazó los años venideros, sucedió. Viridiana obtuvo la Palm d’Or (ex aequo) en Cannes 1961. Entonces la prensa del Vaticano calificó la cinta de blasfemia e impía, lo que provocó que fuera prohibida en Italia y España. En este último, incluso, bajo el régimen franquista, se ordenó quemar no sólo las copias, sino todo lo que tuviera que ver con la cinta. La única copia la salvó, claro, la misma Silvia, quien la extrajo de contrabando y la trajo consigo a México. El resto de la cinta, la carrera de la actriz y el futuro del cine del español, son historia.