Un pequeño homenaje familiar
Las gotas de lluvia inundaron todo el jardín, todos mi adornos florares, las mesas con sus sillas… Todo preparado para una tarde de picnic, echado a perder. Una velada que se presentaba hermosa para tomar un refrigerio mientras hablábamos de temas intrascendentales. Observando a través del gran ventanal, al fondo se ven las frondosas montañas con un verde intenso que solo vi aquí en el norte del país. Echo la miraba hacia atrás y mis queridos animales habían empapado todo el salón, pero pobres criaturas no podía dejarles fuera. Cuento con cuatro perros, tres gatos e, incluso, un pequeño mono, un regalo de mi marido cuando se fue de expedición. Siempre está lejos por su condición de General, aunque no me preocupaba, pero muchas veces me preguntaba: «¿Dónde me deja eso a mí?».
Ayudo al servicio a secar a mis pequeños y escucho la puerta. Mi gentil Bruno va a recibir a un inesperado invitado aunque por su voz ronca y profunda dando las buenas tardes supe quién era de inmediato. Corrí hacia él para abrazarlo, era como sentirme en casa, mi hogar, mi hermano mediano, Enrique, tan díscolo y alegre, toda una celebridad en la ciudad y no solo porque estuviera soltero. Era 1890 y la diferencia entre él y yo es que no era lo mismo un hombre joven sin casar que una mujer sin hijos o hijas. Mi Enrique me visitaba muy a menudo para hablar sobre textos y que le corrigiese antes de publicar en su periódico o alguno de sus libros, era un periodista y escritor de pluma incansable. Me anima a escribir pero mi marido y mi otro hermano, Jaime, quien era catedrático y escritor, creen que daría más que hablar en la ciudad y no sería bueno para la reputación de la familia. ¿Dónde me deja eso a mí?
Enrique me trae elementos para escribir y, de este modo, no tomarlo prestado de mi marido. Aunque no se daría cuenta el pobre desgraciado. Solo le enseño a mi hermano presente algunos pequeños fragmentos y me corrige, sobre todo, las comas.
—¿Por qué olvidas las comas?- En su cara observo asombro pues sabe que en sus textos son muy precisa.
—Porque nadie se percata de ello, le contesto con desdén.
Me devuelve la mirada con enfado, esa cara que recuerdo cuando me molestaba de pequeña y me responde:
—Yo sí, además tú sabes más de gramática que yo. Me puntualizas hasta el más mínimo error.
—Tú eres un ilustre de la época, le contesto.
—¿Y qué? No tiene nada que ver, se ríe con desgana
—Ahí irradia la diferencia, querido. Si yo publicase esto con mis faltas todos pondrían el grito en el cielo y dirían tales cosas como: «La hermana que no fue bendecida con la escritura» o «La pluma del ángel que no tocó la hermana de los ilustres Enrique y Jaime, ¿dónde me deja eso a mí?».
El silencio fue ensordecedor. Enrique solo pudo abrazarme. Mientras contenía las lágrimas que me brotaban de los ojos. Era tan consciente como yo del mundo del que vivíamos y las imposiciones que asumíamos sin rechistar. Así nos habían educado, así debía ser. Intenté cambiar de tema, hablarle de la última expedición de mi marido donde me trajo a mi pequeño mono, Jacinto. A mi hermano le cambio por completo la cara, soltó una carcajada enorme.
—¿Cómo le pusiste Jacinto? Como se lo digas a Jaime, te va a matar– No paraba de reír.
—Es solo un nombre, le respondí con malicia.
—No hay que ser muy listo para darse cuenta que lo has puesto porque su mujer se llama Jacinta. Pobre mujer piadosa de Dios.
—No le busques más artimaña, tampoco soy tan mala.
Al caer la noche, me doy cuenta de que mi marido hoy no llegará tampoco. Me refugio en mi habitación. En mi tocador saco el regalo de mi hermano, Enrique, empiezo a escribir aunque me invade ese pensamiento de que no sé hacerlo. No, al menos, con la sombra de ellos persiguiéndome. ¿Dónde me deja eso a mí?
Guardo todos los escritos en una caja, los tengo amontonamos aunque organizados de una manera que solo yo sé cómo se configura. Existen muchas comas olvidadas en todos mis relatos, una protesta silenciosa, algún día eso me dejará saber en qué momento debo cambiar la coma por un punto final.