Eco

Tú decías: ¿Por qué me miras tanto así?
Yo repasaba los rasgos de tu cara
con el pincel de las yemas de mis dedos.
No me cansaba de verte sonreír.

Odiabas que mirara tus arrugas.
No tienes arrugas, te decía
enarbolando toda mi ternura.
Tú me apartabas y te reías.

Ahora cada vez es más frecuente
que te mire y me cueste recordarte
aunque compartimos habitación
y día tras día escucho tu voz.

Cuando nos visitan nuestros nietos,
pueden ver las arrugas que indican
todos los rostros que fue tu cara
y en mis manos notan un temblor,
que es el eco de todas las veces
que pude dibujar tu sonrisa.

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