Vivir no es traicionar a los muertos.
Vivir no es un suicidio de paraguas roñosos.
Vivir no es un extravío de zapatillas ridículamente
formales.
Vivir no es leer sobre la vida.
Vivir no es escuchar conversaciones en laberintos
acristalados.
Vivir no es mirar a la luna, de madrugada, y sentir
indiferencia,
y no querer nunca llegar a la luna
(aunque llegar a la luna
no sirva para nada).
Vivir es
andar cuesta abajo
con la misma alegría
con que andamos cuesta arriba.
Reconocer que el viento
es dueño de tus papeles.
Reconocer que la lluvia
guarda besos frescos
en expedientes negros que sólo
se pueden consultar de cien en cien años.
Vivir no es traicionar a los muertos.
Vivir es agradecer a los muertos
las casas que han demolido,
los escombros que nos han dado,
porque con esos escombros
construiremos nuestra propia casa,
sabiendo bien
que otros vendrán a derribarla
cuando nuestro tiempo haya concluido.