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Yo soy el amor, la primera consagración de Luca Guadagnino

En este filme, Guadagnino nos recuerda que las pasiones contenidas siempre encuentran una forma de explotar, arrasando con todo a su paso. Es un himno a la libertad sexual, al deseo y a la tragedia inherente de ser humano. Una obra maestra ostensible y amanerada, tan devastadora como sublime.

Luca Guadagnino no es un cineasta que pida disculpas por su ostensible derroche estético. Desde los fotogramas iniciales de Io Sono L’Amore (2009), en los que la ciudad de Milán se muestra cubierta por un manto invernal de tonos grises y blancos, hasta las secuencias bañadas por la hipersensualidad del verano italiano, cada imagen, cada textura y cada matiz de color se despliegan con un preciosismo casi obsesivo. Esta película marca el renacimiento artístico de Guadagnino tras su algo más discreto debut con Melissa P. (2005), una obra que apenas sobrevivió en el circuito de festivales, aunque ya dejaba entrever una fascinación por el exceso visual y los conflictos íntimos.

En Io Sono L’Amore, Guadagnino colabora con el director de fotografía Yorick Le Saux (Only Lovers Left Alive, A Bigger Splash), quien orquesta una paleta cromática saturada de emociones. La luz se convierte en un personaje más, envolviendo a Emma Recchi (una gloriosa Tilda Swinton) en destellos dorados que contrastan con las sombras frías de su hogar familiar, el corazón de la aristocrática villa milanesa de los Recchi.

Yo soy el amor (2009, Luca Guadagnino).

Emma Recchi, interpretada por Swinton con una precisión hipnótica y cerebral, es una mujer rusa trasplantada al rígido mundo de la élite industrial italiana. Casada con Tancredi (Pippo Delbono), Emma es madre devota de tres hijos y nuera ideal para Edoardo Sr. y Allegra Recchi, encarnados respectivamente por Gabriele Ferzetti y la icónica Marisa Berenson. Berenson, cuyo rostro aristocrático y presencia fabulosamente chic marcaron épocas doradas del cine (Barry Lyndon, Cabaret), encarna aquí con maestría la decadente contención de una aristocracia industrial que lucha por sostener su relevancia.

Bajo su compostura glacial, Emma arde. Su despertar llega a través de Antonio (Edoardo Gabbriellini), un chef amigo de su hijo Edoardo Jr. (Flavio Parenti). Antonio no solo cocina con devoción hipersensual, sino que encarna una conexión terrenal, una salida hacia un mundo de libertad y deseo primario que contrasta violentamente con la rigidez de las expectativas familiares que asfixian a Emma.

Yo soy el amor (2009, Luca Guadagnino).

La sensualidad en Io Sono L’Amore se despliega a través de los sentidos, especialmente el gusto. Una de las escenas más memorables ocurre cuando Emma prueba un plato de gambas preparado por Antonio. La cámara de Le Saux se detiene en los gestos de Emma mientras saborea el plato, como si estuviera probando la libertad misma. Es una secuencia de un preciosismo amanerado, casi surrealista en su intensidad: la conexión entre comida, cuerpo y deseo nunca se ha filmado de manera tan voluptuosa.

Paralelamente, Guadagnino introduce un subtexto de deseo homoerótico que añade una capa aún más compleja al relato. La relación entre Edoardo Jr. y Antonio está cargada de una tensión reprimida que Guadagnino no aborda explícitamente, pero que se siente en cada mirada sostenida, en cada roce aparentemente casual, en el aire pesado que parece envolverlos en ciertas escenas. Este subtexto se vuelve más claro al analizar la obra posterior de Guadagnino, especialmente en Call Me By Your Name, donde explora abiertamente la homosexualidad y el descubrimiento del deseo. Aquí, sin embargo, la homosexualidad reprimida de Edoardo Jr. actúa como un eco silencioso del conflicto central de Emma: ambos están atrapados en un mundo de tradiciones y expectativas que no les permiten ser ellos mismos.

Edoardo Jr. encuentra un refugio seguro en la frívola y convencional Eva Ugolini, cuya presencia es un recordatorio de las normas que rigen la perpetuación de la estirpe familiar. Sin embargo, la verdadera conexión emocional y quizás física parece surgir en sus momentos con Antonio. Este deseo no correspondido ni realizado se convierte en un reflejo de la propia tragedia de Emma, quien, aunque se permite cruzar la frontera de la pasión, lo hace a un costo devastador para su entorno y, finalmente, para su hijo.

En contraste, la hija de Emma, Elisabetta (Alba Rohrwacher), abraza con valentía su identidad lésbica, desafiando las convenciones familiares con una resolución que resuena en el corazón de la narrativa. Elisabetta encuentra en Emma una inesperada aliada, y su relación subraya el lazo único entre madre e hija: un entendimiento tácito entre dos mujeres que se enfrentan, en diferentes formas, a los límites de un mundo diseñado para sofocar sus deseos.

El diseño de producción de Francesca Di Mottola y el vestuario de Antonella Cannarozzi son fundamentales en la construcción del universo Recchi. Desde las vajillas finas hasta los textiles de los trajes masculinos, todo está diseñado para expresar la sofocante perfección de su entorno. Los interiores de la villa Recchi, filmados en la icónica Villa Necchi Campiglio de Milán, son un himno a la arquitectura racionalista italiana, donde las líneas limpias y los espacios amplios contrastan con las emociones desbordantes que se desarrollan en su interior.

La música de John Adams, en particular piezas como The Chairman Dances, actúa como un catalizador emocional, subrayando la tragedia operática que se desenvuelve en pantalla. El minimalismo épico de Adams transforma momentos clave en gestos casi míticos, otorgando al filme una dimensión que trasciende lo meramente narrativo para convertirse en una experiencia estética total.

El clímax, marcado por la muerte accidental de Edoardo Jr., es el punto de ruptura para Emma. La tragedia, aunque devastadora, también la libera de las cadenas que la han mantenido prisionera durante años. En un acto final de rebeldía y autoliberación, Emma abandona a su familia, renunciando a un mundo de privilegios que ya no puede contenerla.

Yo soy el amor (2009, Luca Guadagnino).

Io Sono L’Amore no es solo una película; es una experiencia suculenta, hipersensual y profundamente emotiva. Es la primera consagración de Luca Guadagnino como un maestro del cine moderno, un director que captura con intensidad el deseo reprimido y el esplendor del exceso (aunque a veces no logra llegar tan alto como aquí). Tilda Swinton entrega una interpretación magnética, mientras el equipo artístico liderado por Le Saux, Cannarozzi y Di Mottola construye un universo tan fabulosamente chic como desgarrador.

En este filme, Guadagnino nos recuerda que las pasiones contenidas siempre encuentran una forma de explotar, arrasando con todo a su paso. Es un himno a la libertad sexual, al deseo y a la tragedia inherente de ser humano. Una obra maestra ostensible y amanerada, tan devastadora como sublime.