CDMX
19 de septiembre 2017
13:14 p.m.
No escuché nada, solo siento el piso sacudirse de forma brusca e inestable, todos a mi alrededor están corriendo, siento que quiero moverme y hablar pero no puedo, mis ojos son los únicos que lo hacen, veo como caen lámparas, los vidrios se rompen en pedazos, el techo comienza a deshacerse con brutalidad, las paredes están agrietadas desmoronándose en segundos, el lugar entero cruje con fuerza, hay una inmensa nube de polvo… Veo mujeres llorando, gritando histéricas, hay hombres tratando de calmarlas. Sigo sin moverme, el olor a gas inunda mi nariz… Arde, estoy sentada en el piso helado, aquí estoy tranquila. Todo se ve en cámara lenta. Alguien que no conozco me grita y jalonea para levantarme. Me intento poner de pie, pero mis rodillas no me responden, se oye un ruido ensordecedor, siento un fuerte golpe en la cabeza, me toco la frente, veo mi mano llena de sangre y tierra, también me duele el cuerpo, veo fragmentos de luz entrecortada, destellos de escenas que no entiendo, una vez más siento la baja temperatura del piso, pero ahora en todo mi cuerpo.
13:42 p.m.
Si tan sólo me hubiera reconciliado con ella. No tengo crédito en el celular y veo que tampoco hay señal. Mi jefe me dejó salir corriendo a buscarla, sólo que no puedo correr, todo está parado, no sé cuánto tiempo haré hasta llegar a ella, mi corazón late fuerte con un mal presentimiento, no hay camiones, ni taxis, veo un mar de gente que busca algún medio para salir de ahí, todo es un caos, los carros están parados, tendré que caminar. Se han caído edificios, muchos están colapsados; en esa lista está en el que trabaja. Chaparrita, por favor, no te vayas; perdóname; por favor, espérame. Nunca había llorado, pienso en mi familia, tengo un nudo en la garganta, siento caer lágrimas sobre mi cara, me las limpio toscamente, pero con las manos y el cuerpo temblando de miedo, empiezo a rezar, mientras ruego que siga viva.
19:17 p.m.
La zona es lúgubre, huele a miedo y devastación, en muchas partes no hay luz, la ciudad está derrumbada, hecha polvo, parece zona de guerra. En mi celular leí que necesitaban ayuda, ahora estoy aquí, en una cadena humana, cargando botes de escombros en silencio con incontables voluntarios. Sorprendentemente, todos queremos ayudar. Todos tienen con qué ayudar. Perdí la noción del tiempo, se oyen máquinas trabajando, voces de personas emitiendo indicaciones, pidiendo herramientas y materiales, sirenas de ambulancias…
Repentinamente, gritan al unísono que guardemos silencio, que paremos actividades, imito a los demás, levanto mi puño derecho, todo se queda en silencio. Se escucha a lo lejos -“¡¡Si estás vivo!!… ¡¡grita!!, ¡¡habla!! o ¡¡rasguña!!”. Se me hiela la sangre, se me eriza la piel, trago saliva, siento lágrimas de polvo caer por mi rostro, evito respirar muy fuerte para no emitir algún sonido, los segundos que pasan son tormentosamente eternos. Repiten la frase dos veces más, volteo a mi alrededor, todos tenemos la misma expresión de angustia, de zozobra pero también de esperanza. –¡¡Está vivo!!, gritamos emocionados, aplaudimos, llenos de fe, reanudamos actividades.
03:19 a.m.
Estoy guardando energía. Mi respiración es más lenta, estoy llena de tierra o polvo, no logro distinguir formas, tengo la boca seca, no veo absolutamente nada, siento vidrios en mi espalda, mi pierna derecha está debajo de algo metálico, no sé cuánto tiempo haya pasado, durante algunos momentos me gana la desesperación y el pánico. Sin embargo sé que él está afuera, escuché su voz por un altavoz, diciéndome que me sacará de aquí, que lo perdone, temblando se me salen las lágrimas pensando en todo y en nada.
No escucho a nadie cerca de mí, solo una voz lejana que me pide emita algún sonido, pero me siento impotente, porque no puedo hablar, me duele mucho el pecho aprisionado por pedazos de escombros, consigo mover una mano, logro rasguñar el piso. Estoy inmovilizada, pero sigo viva y mi esperanza también.
CDMX
19 de septiembre 2018
7:01 a.m.
Te ves al espejo y notas que aún tienes a esa cicatriz en la frente, te la hiciste el año pasado, ahora entiendes porqué a tus padres se les ensombrecía el semblante con dolor cuando hablaban sobre el 85. Diario recuerdas que tuviste otra oportunidad más de vivir.Te aterra pensar en lo que podría pasar hoy, sientes que empiezas a sudar y te tiemblan las manos. Unas ligeras lágrimas se deslizan por tu rostro, te ha cambiado la vida.
Días después de tu rescate, te enteraste cuánta gente inundó las calles para desbordar ayuda. De aquel carpintero que ofreció su experiencia y herramienta; por el psicólogo que sacó a gente de sus crisis; estudiantes organizándose con sus compañeros para ayudar a una escuela que no era la suya; grupos de amigos que reunieron víveres en el patio de sus casas, para enviarlos lo más lejos que pudieron.
Por los médicos que siguieron operando; a los marinos, los soldados; a esos brigadistas que arriesgaron su vida para rescatarte; a los extranjeros que volaron a México para sumarse; a quién ofreció medicamentos, café, tacos al pastor, electricidad, un baño, una camioneta; el que se preocupó por los animalitos; el que ofreció una sonrisa o el que escribió palabras de aliento. Quien demostró que la edad, el sexo, la religión, las limitaciones físicas o la posición social no fueron impedimento para ayudar. Nunca habías visto a un México agarrado de la mano desbordando esperanza, ayuda y solidaridad. Se te hace un nudo en la garganta.
Ojalá nunca desaparezca esa cicatriz, para que recuerdes que cualquier persona puede sacarte de los escombros, una vez más. Desde hace un año, le dices todos los días a tus seres queridos lo mucho que los amas. No sabes cuándo será la última vez.