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Antonio Méndez Rubio: «Quizá sea hora de hacer autocrítica a la idolatría del poeta» 

Poesía y pensamiento crítico se dan la mano en unos poemas lacónicos -de corte abstracto- donde el autor extremeño sigue explorando formas de decir al margen del lenguaje convencional.

El poeta y ensayista Antonio Méndez Rubio (Fuente del Arco, Badajoz, 1967) nunca ha entendido la escritura poética al margen de lo político, es decir, como aquello que nos vincula a los otros, a la polis, a los demás. Profesor de Teorías de la Comunicación en la Universidad de Valencia, hombre comprometido y autor de poemarios como El fin del mundo, Un lugar que no existe o Va verdad, Méndez Rubio acaba de publicar una antología que recoge textos de sus últimos libros –Historia del limboademás de un último poemario que surgió en los años de la pandemia. Lo ha titulado CLIC seguido de excepto y lo ha editado Olifante. Poesía y pensamiento crítico se dan la mano en unos poemas lacónicos -de corte abstracto- donde el autor extremeño sigue explorando formas de decir al margen del lenguaje convencional. Un trabajo que puede leerse como una extensión de su obra ensayística. 

¿Cómo surgieron los poemas de su libro CLIC? ¿En qué momento vital los escribió? 

Se trata en Clic de textos que surgen en el contexto inmediatamente pre y postpandemia, es decir, aproximadamente entre 2019-2022. Lo que los impulsa es la sensación de que el “momento vital” no se limita a lo personal o individual sino que, al mismo tiempo, se cruza críticamente con la vida colectiva o común. No quiere decir esto que lo personal y lo común se identifiquen, pero sí que el puente que siempre los une se volvió especialmente intenso o eléctrico. 

Uno de los poemas comienza diciendo: “He aquí un dolor / que no viene de nadie: la nieve / cayéndose del aire / que la sostenía…”. Ese “de nadie” implica para mí la necesidad de conectar con lo que desborda a cada cual, con lo que nos une pese a ser invisible o imperceptible, o hasta imposible. Es una especie de pulso anónimo que nos atraviesa y que en la escritura aparece de una manera entrevista, fantasmal. De ahí otro momento en que se lee: “Además de imposibles / espectros que se tapan con cuidado / la boca por oírnos / a nosotros, ¿qué más / nos queda por buscar / aquí? Di…”. El trasfondo del libro respira en un (no)lugar donde se cruzan lo visible y lo invisible, lo propio y lo impropio, y de alguna forma se escuchan mutuamente. Lo impersonal (que es “sagrado”, como decía Simone Weil) encuentra en lo personal un espacio de encarnación singular, mientras que lo personal encuentra en lo impersonal un aire que respirar.

¿Qué diferencias hay entre los poemas de su último libro y los inmediatamente anteriores, recogidos en la antología Historia del limbo?

Clic, así como la serie excepto que lo acompaña, supone un paso que intensifica la precariedad y la inseguridad con que me relaciono con la poesía. Me daba cuenta de que cada pieza entraba casi en una lucha por decir algo mínimo, por sostenerse en un filo y no derrumbarse de golpe, por asumir que estaba a punto de dejar de ser una pieza poética. Por supuesto, fue demasiado difícil seguir adelante con un planteamiento así, pero no pude frenarlo ni reorientarlo tampoco. También fue difícil decidir si publicar o no, y luego encontrar una editorial que asumiera este riesgo, pero de alguna manera tuve que asimilar que justamente esa insuficiencia del sentido era lo que particularizaba el libro. El título Clic (como excepto) intenta ya indicar esta carencia, déficit o fragilidad de cualquier significado que se pretenda más o menos estable o claro.

Su poesía es elusiva y tiende a la abstracción. ¿Por qué ese deseo de sugerir más que de nombrar? ¿Por qué ese afán de retorcer y romper el lenguaje convencional?

Estamos en un mundo que tiende a la abstracción. Lo social, en virtud de la influencia ejercida por las tecnologías de la imagen, la voracidad de las redes y la aceleración de los estímulos se ha virtualizado como nunca antes. En cuanto a la economía, no es solamente un tema de criptomonedas, sino de financiarización abstracta y de expansión sin precedentes del capital especulativo, de tal modo que la gente se pregunta cada vez más “¡¿pero, dónde está el dinero?!”. La política hace ya décadas que se ha convertido en un espectáculo mediático donde la mera figura del líder es ya, en sí misma, una abstracción de los intereses a los que sirve. ¿No es abstracta la dinámica global del Mercado, la idea nacional de Estado? Y así sucesivamente…

Vivimos una época que ha llevado al límite la crisis de la realidad, por no decir que ya no es posible una vivencia de la realidad que no sea una experiencia de crisis.  A menudo se puede tener la sensación de que ha dejado de ser relevante si algo es más o menos real, como si el circuito de las pulsiones y deseos (inter)subjetivos patinara sobre la superficie de las cosas persiguiendo espejismos. El “afán” es el de tanta gente al mismo tiempo volcando su necesidad de reconocimiento en el clic de un selfie (que ha de ser preparado, pre-diseñado, y después ha de ser convenientemente retocado, manipulado… es decir, ha de ser compartido como una abstracción idealizada del sujeto que (se) lo hace). 

Por mi parte, no hay afán en abstraer ni en retorcer o romper el lenguaje sino una entrada en lo poético desde un enfoque con dos momentos o zonas simultáneas. Por un lado, aceptar el reto de una realidad en crisis que pone radicalmente en crisis el paradigma estético realista que se venía heredando inercialmente en la tradición moderna occidental. Ya desde Kafka o Beckett o Cage, el realismo se da atravesado de un vacío o absurdo que nos brinda la ocasión de indagar ahí nuevas formas de producir sentido, y de vivir. Quien se retuerce es el cuerpo de cada vez más personas por el dolor de la soledad, o del hambre, o de la enfermedad. Por lo demás, no se nos prepara para explorar lo que hay de nuevo y de porvenir en el sinsentido, y eso nos tiene en un bucle cultural de obviedad y redundancia constantes. 

Además, por otra parte, arraiga en la lírica moderna ese reto que ya resumía Mallarmé escribiendo: “La destrucción fue mi Beatriz…”. Es la inminencia de una crisis de mundo, y a la vez de una rotura formal, tan semántica como sintáctica, que está latiendo en Rimbaud o en Dickinson desde finales del siglo XIX como mínimo, y que luego estalla con la irrupción de vanguardias en el XX como el dadaísmo, el expresionismo o el constructivismo entre otras. O sea, lo que quiero decir es que, en mi poética, no hay solamente un momento de reflejo pasivo de las nuevas condiciones de subsistencia que el mundo contemporáneo nos plantea, sino también un gesto de ensayar propuestas de reformulación de las formas de escribir, hablar o vivir que se han venido estableciendo como dominantes o canónicas. (¿Le parecerá a quien lea esta entrevista que estas respuestas son al fin y al cabo demasiado abstractas…?)

¿Cuánto le debe su poesía al mundo del pensamiento y a la filosofía?

Justamente esta cuestión enlaza íntimamente con la anterior: no entiendo la práctica poética al margen de lo político, entendido como lo que nos vincula a la polis, a los demás, es decir, no puedo no pensar que lo que se escribe (y se lee), como lo que se dice o se hace en la vida cotidiana, está en todo momento condicionado por y condicionando el mundo de la vida en común. Lo que ocurre, y esa es la cosa, es que hay que pararse a pensar eso, y más aún cuando la saturación de las comunicaciones, el auge de formas de soledad no elegida y la inmensidad de la escala en que se reproduce la sociedad vuelve la comprensión crítica una exigencia urgente, y hasta desesperada. 

Los vínculos con el otro, con el mundo, parecen cosa extremadamente problemática y escurridiza cuando el mundo parece entregarse a la conveniencia de la distancia social y al hábito compulsivo de la pantallización. Decía P. P. Pasolini en la década de 1970 que el consumismo y el individualismo estaban llevando a la sociedad hacia una neurosis colectiva, pero hoy en día el paso que está dando la pauta de socialización es más bien hacia una neurosis conectiva, por así decirlo. La filosofía política, en efecto, es clave en mi esfuerzo por pensar la poesía en una sociedad que se autodestruye, en un mundo sin mundo. Es también confiar en que esto supone al mismo tiempo, se admita o no, la exigencia (ya esbozada explícitamente por Wittgenstein) de poetizar el pensamiento filosófico. Poetas que a la vez han pensado en las condiciones mundanas de su trabajo creativo, como Adrienne Rich o Pier Paolo Pasolini, entre otros muchos, son referencias imprescindibles para seguir respirando. El diagnóstico que este último propuso de la emergencia de un “nuevo fascismo” es de hecho el apoyo básico de mis trabajos de ensayo crítico en torno a la hipótesis de un “fascismo de baja intensidad”. Este fascismo, más tecnológico y comercial que político o comercial, es de irradiación subatómica o cuántica, pero por eso mismo decisivo a nivel ambiental (y no me refiero solo al medio ambiente ecológico sino al ecosistema anti-social actual). 

La reflexión crítica parece imprescindible a la hora de caracterizar el actual mundo al límite, en crisis, donde el terreno de juego tanto del poder institucional y del control social, como de las prácticas de resistencia crítica (como la poesía) se mueve en torno a los rasgos de lo Fantasmal, lo Biopolítico y lo Inconsciente. En Clic, en fin, tratan esta mutación del totalitarismo algunos textos como “Manada” o el más breve que dice: “Exhuman humo / para olvidar la verdad / ciega de que no / hubo ningún entierro”. Es como si la lógica de dominación y aniquilación de la libertad propia de las dictaduras clásicas hubiera pervivido en parte gracias justamente a que estas terminaron (dejando paso a un fascismo tecnocrático y de mercado socialmente normalizado y naturalizado). La cuestión es que, precisamente, este tratamiento poético responde lo mejor que puede a la conciencia de que la crítica, o la denuncia, no puede hacerse sin más como se venía haciendo en la tradición realista, la literatura comprometida o en el arte de tendencia tal como se practicó en otros momentos de la historia reciente. Que quien lea no sea consciente de la crítica, como puede pasar, no me desanima, sino que me confirma en intentar seguir por ahí.

Clic seguido de excepto; Antonio Méndez Rubio.

Escribe: “Es tu turno. Es estío. / Te abrazas a tu fin / por si durara un poco más”. Hay mucho pesimismo en sus versos… ¿Por qué?

En estos versos encuentro daño, dolor, tanto personal como común (como apuntaba un poco antes), y que ese daño conduce sí o sí a un límite que es el de lo visible y lo vivible, lo concebible, sí. Pero no veo automático el asociar ese límite de dolor, o ese dolor de mundo al límite, con el sentimiento de pesimismo. Tampoco con el de optimismo, ya que ambos se mueven en una misma órbita polar más o menos voluntarista. No celebro el dolor ni la inminencia de final que tantas veces lleva consigo, sino que únicamente intento no negarlo y aceptarlo, acogerlo como parte del querer-vivir en un mundo como el que nos ha tocado vivir.

Lo que se juega aquí, a todos los niveles, y desde el umbral tan humildemente microscópico del poema, es sencillamente lo que ocurre con la cuestión del fin de un mundo, del fin del mundo. Es un motivo que viene convocándome desde libros primerizos de poesía (El fin del mundo, 1995) y también de ensayo (Poesía sin mundo, 2004). Como desafío filosófico y crítico, el punto estaba ya desplegado a un nivel complejo y amplio (desde luego con mayor profundidad que en mis trabajos) en las reflexiones por ejemplo de Günther Anders en Hombre sin mundo (1984), o en La obsolescencia del hombre (1956-1980). Ya entonces Anders ponía en claro que “el concepto mundo ha quedado abolido”, ya que la domesticación de la vida consumista y el apogeo de los mass-media había hecho del control sociopolítico un dispositivo eficaz “a domicilio”. Literalmente escribía Anders: “La metamorfosis del mundo en algo de lo que yo dispongo se ha llevado a cabo técnicamente de manera real”. O este otro pasaje: “Si el procedimiento del conditioning tiene lugar de manera especial en casa de cada uno –en el hogar individual, en soledad, en los millones de soledades-, el resultado será perfecto”. Su insistencia en las relaciones subyacentes entre el americanismo y el nazismo, sin ir más lejos, iban en la línea de la conversión espectacular del capital en imagen que más tarde denunciaría Guy Debord. En este sentido, también las investigaciones del antropólogo italiano Ernesto de Martino le llevaron en La fine del mondo (1977) a destacar que el dolor por el fin del mundo, además de una obviedad ecológica, ha de ponerse en relación con el “perder el sentido de los valores intersubjetivos de la vida humana”. No descubro nada si defiendo que no hay fin sin principio, y que la destrucción es una precondición dialéctica de la transformación de lo que hay. 

¿Cómo considera que ha evolucionado su obra a lo largo de los años?

La impresión que tengo es la de pasos no en una sola dirección, de movimientos inseguros entendidos siempre como desvíos, o incluso interferencias. Ha supuesto una ganancia en libertad y en sencillez el asumir lo decisiva la zona inconsciente en la experiencia de la poesía. Y no me refiero meramente a la codificación de deseos o sueños en el surrealismo à la Breton, que es algo ya señalado en su día por alguien como Artaud, que del dolor y el cuerpo al límite sabía no poco… este saber lo pongo en cursiva, de hecho, para indicar este desborde del saber consciente, del entendimiento, que el análisis de los procesos inconscientes ha puesto sobre la mesa, sobre todo a partir de Freud y Lacan. Me refiero con esto al significante como emblema espectral de un deseo o falta, a la poesía como un desliz del código que ayuda a que irrumpa lo que la identidad o la expresividad obstaculizan en la medida en que subjetivizan (sujetan, digamos) lo que se despliega y circula sin poder sujetarse. Como también diría Anders, “la expresión no transforma el mundo”, en la medida en que remite a la idea de que el poema (o el arte) exterioriza algo ya previamente existente en el alma del poeta (o el artista). Las disrupciones del fraseo, las elipsis del significado o la soltura sintáctica han ido ayudándome a avanzar en ese horizonte que aprendí del cancionero y la lírica popular, y que a lo mejor parece contradictorio con todo esto, pero no creo que lo sea: mi horizonte es la sencillez.

El no-entender, la fuerza disruptiva de lo inconsciente, podrán todavía resultar algo enigmático. Sin embargo, vuelvo a menudo a las conferencias de mi imprescindible Federico García Lorca sobre Poeta en Nueva York, que preparó en el período 1932-1934, y ahí se me vienen encima afirmaciones que creo vigentes. Como, por ejemplo: “No puedo explicar nada”. O “no hay poesía escrita sin ojos esclavos del verso oscuro”. Cuando García Lorca reivindicaba que “el artista, y particularmente el poeta, es siempre anarquista”, ¿no se daban a la vez lo poético y lo político? Del mismo modo, a día de hoy, quizá sea hora de hacer autocrítica con respecto a la idolatría de la figura del poeta, y con respecto a la deuda de los discursos sobre “la intención del autor” con lo que llamaba Lacan “la psicología del Yo”. A mi modo de ver, lo que es libertario, o debería serlo, es el poema.

La crítica social está muy presente en sus ensayos. ¿De qué manera influye su visión del mundo en su trabajo poético?

He respondido sin querer a esta pregunta con las respuestas de antes. Lo social no va por un lado y lo personal por otro. Y que ese vínculo esté en crisis, y por tanto sometido a una vivencia crítica sin antecedentes en la historia humana, tampoco me parece que sea algo que dependa de la voluntad de cada cual. Lo que sí es cierto, desde mi punto de vista, es que el sistema neoliberal se ha subjetivado y eso hace que la crítica de la subjetividad, en vez de una escapada intimista o interiorista, se haya convertido en un espacio de crítica prioritario (no digo excluyente sino prioritario). De este desplazamiento crítico se hizo síntoma público cuando Margaret Thatcher pronunció su célebre frase: “El método es la economía, pero el objetivo es el alma de la gente”. Entonces el trabajo lingüístico, creativo y crítico, con el “alma de la gente” es al mismo tiempo un trabajo vinculado a la necesidad del otro, de lo otro, a la necesidad de salir del conformismo generalizado.

¿Cómo ve el panorama de la poesía en España? Hay una sobreabundancia de publicaciones, una cantidad desmesurada de versificadores que se creen poetas y unas maniobras de marketing por parte de los grandes sellos que venden cursiladas que hacen pasar por arte… ¿Cómo ve esta deriva?

Pues…en la época Tang, al parecer, el poeta chino Bai Juyi dejó escritos más de cinco mil poemas, y a nadie se le ocurriría decir que es una producción desmesurada. Creo que esto tiene que ver no con la cantidad de lo que se publica, o de lo que se escribe, sino con la forma en que funciona la dinámica de escritura/lectura. Es decir, si Bai Juyi sigue siendo tan necesario (como, por cierto, los más de 1.700 poemas escritos por Emily Dickinson) seguramente sea porque son textos abiertos no solo a decir sino a escuchar, espacios que son también espaciamientos, espacios libres, que dan libertad, que ayudan a respirar y a sentir de otra forma. 

La compulsión hiperexpresiva forma parte de nuestro ambiente y es una señal bastante ilustrativa de desesperación. Mi impresión es que la divisoria actual que nos puede orientar (o al menos a mí me orienta) es aquella que distingue poemas marcados sobre todo por la urgencia de ser oídos, o escuchados, de esa otra zona improbable pero existente, realmente real, aunque menos reconocida y por tanto más minoritaria, de poéticas marcadas por la necesidad de abrir lugares de escucha. A lo mejor las cosas empiezan a cambiar cuando cambiemos la urgencia del reconocimiento por la del desconocimiento.

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