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Arcoiris en escala de grises

Les pediste perdón por tu preferencia sexual; les rogaste que no te corrieran de la casa. Tu tristeza te invadía en unos brazos que te sostuvieron por unos segundos, apretabas con toda tu fuerza, sanaste una necesidad; pero no sanaste tu realidad.

Esta carta es para ti. Porque sé que tienes un pasado lleno de heridas, moretones en el corazón y una incertidumbre que te rasguña el alma.

A ti, que saliste a marchar este sábado, al son de música electrónica, una bandera de colores y una sonrisa efímera que al volver a casa, se pintó en tonos grises.

Me duele verte así, cuando te apartas de nosotros, de todos, de ti. Estás peleando contra el peor enemigo de todos, ese que te golpea, te tortura, te mutila; ese enemigo eres tú.

Sé que te enamoraste ¡qué gusto me da! Ese sentimiento de emoción, de un beso, de un abrazo, de nerviosismo, de ver a LA PERSONA… A esa persona que escondes.

Deja de creer que tienes la culpa ¡no la tienes! Y no, tampoco se puede controlar. Ya no quiero verte con la cabeza abajo, el cuerpo decaído, con esa tristeza incurable; me está matando escucharte llorar todas las noches, no te mereces sufrir así.

Tienes un gigantesco monstruo lleno de irrealidad, vestido de humillación, pena, culpa y soledad, que te está enterrando en vida. A veces se te olvida que tú lo creaste, tú lo diriges, tú lo alimentas, tú no lo frenas.

Ya no tardes más. Esa granada te hará explotar hasta el último suspiro.

El sábado te vi correr con lágrimas en los ojos tras un par de extraños que regalaban abrazos. Les pediste perdón por tu preferencia sexual; les rogaste que no te corrieran de la casa. Tu tristeza te invadía en unos brazos que te sostuvieron por unos segundos, apretabas con toda tu fuerza, sanaste una necesidad; pero no sanaste tu realidad.

No lo supiste, pero esas tres personas siguen llorando al recordar tus palabras, tu rostro ensombrecido de dolor, desesperación y miedo bañado en lágrimas. Se dieron cuenta que sus problemas son mínimos, un dolor físico sana con un medicamento, pero ¿quién tiene la receta para curar el alma?

Ven, déjame abrazarte de nuevo, prometo que no es el último. Sé valiente, no es fácil, me gustaría garantizarte que estarás libre de recriminaciones, gritos o cualquier otro tipo de violencia. Pero tiemblo desanimada al decirte que, es posible, que no sea así. 

Pero quiero que sepas que estás perdiendo muchos años de felicidad, de ser libre, de gritar, de bailar, de amar.

Y aunque las cosas no salgan como esperas, siempre tendrás una abuelita que te espera con tortillas hechas a mano y tus platillos favoritos; un primo que espera festejar contigo su cumpleaños; una tía que te habla para felicitarte por tus logros; una amiga que escuchará tus gritos ahogados.

Pero también tienes un hermano que busca tu protección, porque al igual que tú, está creando su propio infierno.

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