Llueve sangre, pero no hay suelo sobre el cual
se pose,
y caen al vacío;
se oyen voces lejanas,
aturdidas,
que agonizan,
y se vuelven eternas
al juntarse
con el llanto, con el fango,
con el frío.
Hay cielo, pero no hay suelo sobre el cual
se pose
la sangre.
No se oye nada,
y se mira poco,
tan solo la distancia,
y algunos gritos
de los que agonizan,
y la risa de los infames que se burlan de la razón;
y se escuchan
las sirenas de las ambulancias,
el derrumbe de los pensamientos.
Todo es redondo y tortuoso;
parecido a vivir olvidado
entre el espacio y el problema,
y el suelo que no existe,
atravesado por desgracias,
ruinas inmateriales: pensamientos;
y la sangre que corre
y cae
y se golpea contra el vacío,
porque no hay suelo
sobre el cual se pose
nuestra sangre.