Radiografía del yo

Igual que Néstor Sánchez, me quedé sin épica, me quedé sin nadie. Ahora escribo mi diario de Manhattan desde una ciudad llamada Victoria.

Se les llama heterodoxos, locos o extravagantes, pero la historia de la literatura está plagada de nombres que, por la radicalidad de sus propuestas, encontraron en la marginalidad su razón de ser. Escritores con aura de malditos que apenas conocen, después de su muerte, la gloria inoportuna del reconocimiento póstumo. Una gloria que les viene dada porque acaso otro escritor se acerca a sus libros y los rescata del olvido por mera curiosidad o afinidad sentimental. En muchos casos, la obra de estos creadores es concebida en circunstancias extremas, fruto de los golpes de la vida que diría Vallejo, y siempre desde una periferia vital y moral ajena a la cultura establecida.

“Nunca en mis libros inventé una historia. Todo ha sido en base a mi vida y esto ahora ya no puede ser: me quedé sin épica”. Son palabras de Néstor Sánchez, escritor argentino de la diáspora cuyas primeras novelas mezclaban a Joyce con la improvisación del jazz y que, misteriosamente, dejó de escribir para convertirse en vagabundo. De regreso en su país, y poco antes de morir, publicó un librito magnífico (pero completamente desconocido) que daba cuenta de sus caminatas por el mundo y de su soledad y su penuria: Diario de Manhattan.

Néstor Sánchez es uno de los genios excéntricos que aparece en Distraídos venceremos, primer ensayode la escritora catalana Andrea Valdés, editado por Jekyll&Jill. El libro, que presenta una galería de autores que exploraron su intimidad de un modo absolutamente visceral, analiza la deriva que tomaron sus vidas partiendo de alguna de sus obras. El resultado es un puzle donde las biografías de unos y otros se mezclan y complementan entre sí, hasta el punto de que la propia escritora entra en ese juego de espejos revelando episodios de su vida personal y las circunstancias que le empujaron a escribir este libro: la muerte repentina, tres días después de que le prometiese una entrevista, del novelista brasileño João Gilberto Noll.

Brasil es precisamente el escenario donde se desarrolla la vida de Maura Lopes Cançado y el exilio de Rosa Chacel. Ambas escribieron diarios: una desde las dependencias de un hospital psiquiátrico, la otra desde una soledad radical y dolorosa. Pero si hay una figura singular en el libro es la de Jorge Barón Biza. De su mente torturada nace una novela imposible, mezcla de horror y tragedia: El desierto y su semilla. Tres años después de publicarla el autor se suicida lanzándose al vacío. Mario Levrero, otro raro inclasificable, escribió esa misma angustia antes de una operación a vida o muerte: “Aquí estoy luchando por rescatar pedazos de mí mismo que han quedado adheridos a ciertas mujeres, a ciertas ciudades, a las descascaradas paredes de mi apartamento montevideano, que ya no volveré a ver”.

P.D: Meses después de escribir lo anterior, vagando desnortado por las calles de Madrid, compro La novela luminosa de Levrero y me enamoro de ella. La auténtica literatura está hecha de estas conexiones perversas, de extrañas circunvalaciones sanguíneas: hay vidas pasadas que dibujan muertes presentes. Me digo que las palabras secretas que la soledad revela son los heraldos negros del adiós. Me leo a mí mismo en el libro y el juego de espejos se cumple: dos mundos se juntan al azar al tiempo que otros dos se desmoronan. Igual que Néstor Sánchez, me quedé sin épica, me quedé sin nadie. Ahora escribo mi diario de Manhattan desde una ciudad llamada Victoria.

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