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Azul cielo

Una tristeza definitiva invade mi endeble alma, así que siento que podría derrumbarme ahí mismo como una marioneta cuyos hilos son cortados repentinamente. 

Lo primero que hago al abrir tu ropero es buscar por el color, entonces lo que mis ojos quieren encontrar es azul cielo. No lo veo o al menos no el que busco, así que comienzo a explorar entre los vestidos. Me quedo parada mirando, y al tocar cada uno de los vestidos, los acaricio un poco, como si los tuvieras puestos, después imagino cómo se te verían, incluso con algunos pienso también en cómo se me verían a mí. Con todos lucirías muy bien, lo sé, pero hoy el que necesitamos es ese vestido azul cielo. 

Veo otras opciones de ropa con cuello de tortuga, pero ninguna me convence. Y trato de pensar en qué te hubiera importado más, si despedirte luciendo bonita o despedirte luciendo tranquila. Aunque en realidad, Eli, tú no tuviste la oportunidad de decirnos adiós. En su lugar, alguien te sacó de tu cuerpo llevándote a la oscuridad. Y alguien oprimió tu cuello hasta dejarte los ojos inmóviles y a medio salir, y hasta cambiar el color suave de tu piel por un color duro, doloroso y negruzco. 

Hago un esfuerzo por tratar de esconder esa imagen en lo más perdido de mis pensamientos, así que continúo con la búsqueda del vestido, pero es muy difícil, pues cada que abro otro cajón, otra puerta, es abrir otro recuerdo y hoy todas las memorias se enmarañan y conducen a tu rostro quieto y vencido. Finalmente y a pesar de tu muerte omnipresente, me topo con el azul cielo al fondo del cesto de la ropa sucia. Lo saco y miro con detenimiento el cuello de tortuga y trato de verte en él, pensando en si será suficiente para cubrir todas esas marcas salvajes que dejaron impregnadas en tu piel. Si me lo preguntaras, te diría que definitivamente este es el vestido correcto, aunque aún resta lo más difícil, que tu familia acepte que lo puedas lucir. 

Sé que tu hermana estará de acuerdo, de tu mamá no estoy segura, pero de tu padre tengo la certeza de que se opondrá. Recuerdo la primera vez que los vi a los tres, fue un día saliendo de la preparatoria que me dijiste que ya no podías más y que me llevaste a tu casa presentándome como tu novia. Al entrar tu hermana me sonrió con cierta tristeza pero también con dulzura y complicidad. Tu madre me vio con desconcierto. Y tu padre me vio con desconfianza, en mi memoria tengo claro que usaba un suéter negro y que tú también, y que se peinaba hacia el lado izquierdo y que tú te peinabas igual que él. No porque te gustara, sino porque él pensaba que así tenía que ser. Ese día entendí que la calma que me dabas era tal, que aunque tu pesar fuera más, tú serías siempre la que me iba a consolar.  

Abro la llave para lavar tu vestido a mano y miro como empieza a caer el agua. Me quedo absorta y tardo en poner el tapón de la pileta, por lo que el agua, así como cae, de igual manera se va. Escucho cómo desaparece y a mi mente llegan tus gritos y tus gemidos, que son interrumpidos por un escalofrío que me recorre toda la espalda. Finalmente reacciono y pongo el tapón. El agua deja de escaparse y la pileta se empieza llenar. 

Tomo el jabón y lleno mis manos de espuma blanca, luego tomo el vestido con cuidado y delicadeza, como si tu cuerpo herido lo estuviera vistiendo, como si al maltratar el vestido, fuera a maltratarte a ti un poco más. Así que más que empezar a tallar con mis manos, empiezo a tratar de curar algo que ya es incurable. Luego noto, que el vestido se deslava un poco y que el agua se tiñe ligeramente celeste. Quito de nuevo el tapón y empiezo a enjuagar y veo cómo el azul del agua poco a poco desaparece hasta volver a ser transparente. Veo, del mismo modo, cómo toda esa agua que mojó mis manos y que aún siento en mi piel, simplemente se va y se pierde.

Tras poner a secar tu vestido y verlo ahí esperando sin posibilidad de voluntad propia, pienso en tu cuerpo quieto, vacío de reacción, frío y coloreado por la muerte. Al pensar en tu cuerpo pienso en tu rostro y en tu sonrisa, y me surge una necesidad de consuelo de volver a verte, de manera que camino de prisa a tu habitación y saco tu álbum de fotos. Te encuentro ahí, primero a los seis años en tu primer día de primaria y recuerdo que ya sabía que el peinado hacia el lado izquierdo siempre fue el mismo. Después veo una foto de cuando íbamos en la secundaria, del año en que nos hicimos inseparables y que yo te conté toda mi vida y que tú me contaste toda la tuya y cómo querías que todo fuera diferente. Me hablaste de la primera vez que te pusiste la ropa rosa pastel de tu hermana pero que al quedarte pequeña intentaste con las prendas púrpuras de tu mamá. Poco a poco empezaste a crecer en ella hasta que también te resultó insuficiente. Me contaste además sobre la primera ocasión en que tus padres te descubrieron vistiendo esas prendas y sobre cómo te llevaron a terapia. Paso varias fotografías más y en la gran mayoría vistes pantalones grises y cafés, tus camisas son igual de frías y opacas. La única colorida de esa época es la que sales soportando los escandalosos tonos de la playera de futbol del equipo de tu padre. También me topo con una foto de cuando cumpliste 18, recuerdo que ese año fue cuando me llevaste a tu casa diciendo que era tu novia. Continúo pasando el álbum hasta llegar a la primera foto en la que ya luces como Eli, tu sonrisa quedó retratada hermosa aunque tu lagrimal tenía cierto negror marcado por el rímel corrido después de haber llorado tras ser insultada en la calle. Me encuentro luego con una foto mía que yo ni siquiera sabía que me habías tomado, es del día en que nos mudamos a vivir juntas, el día estaba despejado y el cielo lucía azul, yo luzco cansada y quizá no sea mi mejor ángulo pero luzco serena. Es ahora mi foto favorita de mí, porque me veo como tú me veías. Antes de cerrar el álbum veo algunas fotos en las que estás dando clases en la asociación en un salón luminoso, lleno y naranja. Finalmente mis ojos se llenan de colores al ver el último evento drag en el que participaste. Pero justo al verte tan feliz, tan llena de ti, las sombras me rodean de nuevo y pienso en el amor que te habitaba y en el odio que se necesita para saquear la ilusión y la vida de alguien, como lo hicieron contigo. Aprieto mi mandíbula para no llorar de nuevo, la aprieto aferrándome a esa idea pura de ti y trato de huir del pensamiento de ese despojo al que quisieron reducirte.

El vestido se ha secado. Así que empiezo a plancharlo con cuidado, al tiempo que veo el vapor que sube de él y la manera en la que simplemente deja de existir. Así te extinguiste, de un momento a otro mientras no hacías más que caminar por la calle rumbo a tu casa, a tu hogar, a nuestro hogar. Volteo a ver el reloj, están por cumplirse 24 horas desde que ya no estás, y pienso en que ahora me resta toda la vida sin ti. 

Por lo mientras tu vestido está listo. Lo coloco suavemente en un gancho, lo arropo además con una funda. Salgo de la casa y me dirijo hacia ti. 

Voy en camino y recibo una llamada de tu hermana y me dice que tus padres no aceptaron y que tú ya estás lista dentro de una caja café oscuro que está custodiada por una foto familiar de cuando fue tu primera comunión. 

Llego a la casa de tus padres, hacía mucho que no venía. Es tal como la recuerdo, se siente igual de gris. Me quedo parada sin saber exactamente qué hacer pues tengo miedo de acercarme a ti. Desde ayer que me dijiste en la puerta que más tarde regresabas, no te he vuelto a ver. No regresaste pero yo sí te veré. Me encuentro con la mirada agachada y temerosa de verte otra vez. Poco a poco alzo la cara hasta que finalmente veo tu rostro. Estás ahí, tan distinta, tan distante y tan sola. Tras querer hacer contacto visual con tus ojos cerrados, miro el resto de cuerpo. 

Quisiera encontrarte descansando con tu vestido, pero la manera en la que te encuentro es con una corbata negra, una camisa oscura, un saco gris y un pantalón del mismo color. Además de todo, el cuello de la camisa ni siquiera cubre bien las marcas de tu cuello. Una tristeza definitiva invade mi endeble alma, así que siento que podría derrumbarme ahí mismo como una marioneta cuyos hilos son cortados repentinamente. 

Me cuesta un poco respirar y pareciera que de pronto no existiera más luz en el mundo, por lo que siento que no te puedo encontrar. Ahora todo es negro y no puedo ver más. 

Así que cerré los ojos para verte otra vez. 

Entonces cerré los ojos y vi cielo. 

Entonces cerré los ojos y vi azul.