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Brenda y Dylan están muertos: Réquiem por una generación

Dylan y Brenda, Luke y Shannen, habían sido parte de nuestra adolescencia, símbolos de una era de la televisión que ya no existe y ellos representaron a una generación que vio en ellos la personificación de sus sueños, amores y dolores, y que, al verlos desaparecer, se dio cuenta de que el tiempo, como el amor, también es algo finito.

A principios de los noventa, una época en la que no existía la inmediatez del internet ni la plétora de opciones de entretenimiento que hoy existen, para los adolescentes, la televisión era el medio por excelencia y en 1990 nos ofreció la aparición una pareja que, sin saberlo, estaba destinada a convertirse en un símbolo de toda una generación: Brenda Walsh y Dylan McKay, personajes emblemáticos de Beverly Hills, 90210

Su romance enganchó a millones de adolescentes y adultos jóvenes alrededor del mundo, quienes, semana tras semana, seguían con devoción las desventuras de estos adolescentes. Pero detrás de las cámaras, las vidas de los actores Luke Perry y Shannen Doherty, quienes les dieron vida, reflejaban una historia mucho más compleja y profunda. Lo que sucedió en sus vidas reales dejó una huella tan profunda como las tramas de la serie, y, en muchos sentidos, esa línea entre ficción y realidad se volvió borrosa para el público que los amaba.

Dylan McKay, interpretado por Luke Perry, era el chico malo de buen corazón que vivía en un constante conflicto interno, un James Dean moderno para la generación de la MTV. Con su característico copete y sus patillas perfectamente definidas que se hicieron tendencia, Perry supo convertir a Dylan en un arquetipo cultural: el chico rebelde con un alma torturada, que pese a tenerlo todo, vivía con una melancolía inexplicable. Su Porsche clásico y su aire byroniano lo convirtieron en un ídolo juvenil, un objeto de deseo para las chicas (y algunos chicos) de todo el mundo, pero también un reflejo de la vulnerabilidad que muchos chicos jóvenes sentían y no sabían cómo expresar. Dylan estaba marcado por la tragedia: una familia disfuncional, un padre codicioso y sin escrúpulos, una madre excéntrica y ausente y una vida de lujos vacíos. Perry supo darle vida a esa mezcla de vulnerabilidad y rebeldía de manera magistral, algo que lo hizo mucho más que un simple galán de telenovela juvenil.

Luke Perry en Beverly Hills 90210.

Por otro lado, estaba Brenda Walsh. Ah, Brenda. La chica de Minnesota con grandes sueños, una actitud desafiante y una lengua afilada que, para 1992, se había convertido en el personaje más odiado de la televisión. ¿Qué ocurrió para que este odio se extendiera tanto que incluso se desbordara más allá de la pantalla? Parte de la respuesta está en la actriz que la interpretaba: Shannen Doherty. A menudo, la línea entre Brenda y Shannen era tan fina que casi no existía. Brenda era volátil, fuerte y obstinada. Shannen, según la prensa, también lo era. Y en esa época, el público no sabía cómo separar al personaje de la actriz. Así nació el furor del “Odio a Brenda”, un fenómeno cultural que parecía alimentar un ciclo de desprecio hacia Doherty tanto en el set como en la vida real.

El odio a Brenda no se quedó solo en los círculos de los fanáticos del programa. A medida que el fenómeno creció, se extendió a la cultura pop de maneras inesperadas. Hubo fanzines dedicados a despreciarla, libros que analizaban su actitud, canciones que hacían referencia a su carácter, y hasta happenings en Los Ángeles donde artistas plásticos underground y celebridades se unían en una especie de catarsis colectiva para expresar su odio por el personaje. Brenda Walsh se había convertido en el chivo expiatorio perfecto para una sociedad que no sabía lidiar con mujeres complejas, fuertes y, sí, imperfectas. Y, como resultado, Doherty se ganó una reputación que la seguiría durante décadas: la de “tipa difícil”, la “superperra” de Hollywood.

Pero esa hostilidad hacia Brenda reflejaba algo más profundo en nuestra cultura. Las mujeres que no se ajustaban a los moldes tradicionales de dulzura y sumisión a menudo eran castigadas. Brenda no era el estereotipo de la “chica buena”. Cometía errores, peleaba por lo que quería, y desafiaba las normas, lo que la convertía en una figura incómoda para muchos. En retrospectiva, esa imagen de Brenda como la “chica mala” fue solo una proyección de los temores de una sociedad que no estaba lista para lidiar con mujeres que no encajaban en sus expectativas. Y la carrera de Shannen Doherty sufrió las consecuencias.

Tras su despido en 1994, Doherty intentó continuar con su carrera. Aunque tuvo cierto éxito en la serie Charmed, donde interpretó a Prue Halliwell, otra mujer fuerte que también fue vista como conflictiva, la historia de su “mala reputación” continuó acechándola. Como si el personaje de Heather Duke, en la película de culto Heathers (1989), hubiera sido un presagio de lo que sería Brenda Walsh: una figura ambiciosa y sarcástica que se rebelaba contra la mediocridad de la vida adolescente, solo para ser castigada por ello. Doherty fue, en muchos sentidos, crucificada por los mismos medios que la habían encumbrado. La prensa de los 90 no tuvo reparos en avivar las llamas de su imagen de “perra”, perpetuando estereotipos sobre mujeres difíciles y arruinando su reputación durante años.

Shannen Doherty en Beverly Hills 90210.

Tal vez esa reputación inició cuando Brenda perdió su virginidad con Dylan en un episodio que rompió barreras en la televisión estadounidense. En el episodio, Brenda toma la decisión de acostarse con Dylan después del baile de primavera, un tema que se abordó con una naturalidad sorprendente para la época, pero que para muchos aún resultaba demasiado audaz. Aunque no se mostró ninguna escena explícita, la simple insinuación de que una adolescente se había acostado con su novio en un programa de televisión en horario estelar fue suficiente para desatar una polémica tremenda. Lo radical del momento no fue solo el hecho en sí, sino cómo se manejó: Brenda no fue castigada, ni moral ni narrativamente, por haber tomado la decisión de perder su virginidad. Esto fue un quiebre con la tradición conservadora de la televisión estadounidense, que solía tratar el sexo adolescente como un tema tabú o algo que debía ser castigado.

Este episodio, sin embargo, fue solo el comienzo. Más tarde, en otro episodio clave de la serie, Brenda enfrenta un retraso menstrual que generó aún más comentarios. La trama exploraba las consecuencias de su decisión de una manera que, para la época, fue vista como atrevida (algunos críticos lo interpretaron como el “castigo” que recibía el personaje por sucumbir al deseo carnal). Durante la escena en la que Brenda y Dylan enfrentan la posibilidad de un embarazo no deseado, la tensión entre ellos es palpable. Y es en medio de esa discusión,  que “Losing My Religion” de R.E.M. suena en el Porsche de Dylan, cuando la relación llega a un punto de quiebre. 

La canción, que ya se había convertido en un himno de la época, se volvió el tema no oficial de la pareja. Su tono desesperado capturaban a la perfección la confusión y el dolor que sentían los personajes en ese momento. De alguna manera, la canción se convirtió en el reflejo emocional de su relación, que, como ellos, estaba destinada a desmoronarse.

El drama dentro y fuera de pantalla continuó creciendo, y las tensiones entre Shannen Doherty y el resto del elenco llegaron a un punto sin retorno. Los rumores de conflictos entre Doherty y Jennie Garth eran una constante en los tabloides, quienes las ponían constantemente en competencia. La prensa jugaba con la idea de que Kelly y Brenda no solo rivalizaban en la serie, sino también en la vida real. Sin embargo, con el paso del tiempo, Jennie Garth se ha mostrado profundamente reflexiva sobre esa época y ha revelado una visión mucho más compleja y matizada de la relación entre ellas.

A la óptica de hoy, Garth encuentra que el famoso triángulo amoroso entre Kelly, Brenda y Dylan fue degradante para todos los implicados, tanto en la ficción como en la vida real. Las tensiones dramáticas que alimentaban la trama de la serie y que mantenían al público enganchado estaban construidas sobre la competencia entre las dos chicas por el amor de un chico, una dinámica que, según la actriz, era problemática en sí misma. “No fue justo para ninguna de nosotras”, ha dicho en entrevistas recientes. “Nos pusieron a competir dentro y fuera de pantalla. A los ojos del público, no éramos actrices interpretando personajes: éramos rivales, y eso nunca debió ser así”. 

A pesar de los conflictos, Jennie Garth siempre ha mostrado una dulzura y sensibilidad particular en sus declaraciones sobre Doherty. En más de una ocasión ha dejado claro que, pese a lo que los medios promovieron en su momento, nunca dejó de considerar a Shannen no solo como una compañera, sino como una amiga a la que quiso profundamente.

“Shannen siempre fue mucho más que solo Brenda. Fue fuerte, valiente, y aunque no siempre lo veía en ese momento, la admiraba. Ella no tenía miedo de hablar, y eso fue malinterpretado por todos”, dijo. Y aunque los años en 90210 estuvieron marcados por las tensiones, Garth se ha encargado de recordar que el lazo entre ellas era mucho más profundo de lo que los rumores y los escándalos dejaban ver. En entrevistas posteriores, la rubia actriz ha admitido que, en retrospectiva, el trato que se le dio a Doherty fue injusto, tanto dentro de la serie como en la cobertura mediática.

Mientras esta crucifixión mediática sucedía, Beverly Hills, 90210 seguía consolidándose como un fenómeno comercial imparable. El programa no solo dominaba los ratings televisivos, sino que también se convertía en una máquina de merchandising. Hubo de todo, desde camisetas hasta maquillajes, hasta ropa de cama y, por supuesto, una línea de muñecas Barbie que incluía a los personajes principales. Los fanáticos podían tener a Brenda, Dylan, y el resto del elenco en sus manos, lo que reforzaba la conexión emocional que la audiencia sentía con estos personajes. Dylan McKay, con su chaqueta de cuero y su Porsche, era la figura de ensueño, el chico rebelde que muchos chicos querían ser y que muchas chicas querían amar.

El elenco de la serie.

El fenómeno de Beverly Hills, 90210 no se limitó a Estados Unidos. En todo el mundo, la serie se emitía bajo diferentes nombres, como Sensación de vivir en España, capturando la atención de adolescentes desde Europa hasta América Latina. Dylan McKay y Brenda Walsh se convirtieron en iconos globales, simbolizando el romance adolescente en su forma más pura y peligrosa. La audiencia se encontraba atrapada en sus momentos más dolorosos y también en los más dulces, desde la primera vez que Dylan le confiesa a Brenda sus sentimientos de rencor hacia su padre hasta los desgarradores momentos en los que su relación se desmorona porque él le pone los cuernos con Kelly (mientras que ella hizo lo mismo en París con un tipo llamado Rick). 

Perry se fue de la serie en 1995 y regresaría para las dos temporadas finales, después de intentar alcanzar el estrellato  y luchaba por escapar de la sombra de Dylan McKay: él anhelaba ser tomado en serio como actor. Probó suerte en el cine con papeles en películas como Buffy the Vampire Slayer y 8 Seconds, pero ninguna logró sacarlo de la casilla de “ídolo juvenil”. Su imagen de “chico malo” era demasiado fuerte y, aunque lo intentaba, parecía condenado a ser recordado siempre como Dylan, sin importar lo que hiciera, aunque después encontró su refugio como actor serio y respetado en el teatro.

Años después, en 2019, Quentin Tarantino, quien tenía un respeto particular por Perry y su trabajo, lo eligió personalmente para un pequeño pero significativo papel en su película Once Upon a Time in Hollywood. Para Perry, fue una oportunidad de redención, un momento para demostrar que aún tenía mucho que ofrecer como actor. La película fue un tributo a la última época dorada de Hollywood, y el rol de Perry encajaba perfectamente con ese tono melancólico. Desafortunadamente, fue su última aparición en pantalla. Luke Perry murió de un accidente cerebrovascular masivo ese mismo año, y el público lo lloró no solo como el ídolo juvenil que fue, sino como un actor que había luchado constantemente por ser más que el personaje que lo hizo famoso.

Por otro lado, Doherty enfrentaba sus propias luchas. En 2015, fue diagnosticada con cáncer de mama, una batalla que ha librado públicamente con una valentía y franqueza impresionantes. A pesar de su complicada relación con la fama, Doherty utilizó su plataforma para hablar sobre su experiencia con la enfermedad, mostrándose más vulnerable y real que nunca. A través de su cuenta de Instagram, compartió su viaje, desde la quimioterapia hasta los momentos más oscuros, demostrando una fortaleza que, quizás, siempre estuvo allí, pero que pocos vieron en su momento. Así, fue reevaluada como una mujer íntegra y fuerte, una defensora de los derechos animales y aguda comentarista social, que enfrentó con valentía tanto su diagnóstico de cáncer como su mala reputación en Hollywood. Doherty, a través de sus redes sociales y entrevistas, compartió su lucha contra la enfermedad con una honestidad brutal, y el público que una vez la había vilipendiado comenzó a verla con nuevos ojos: al igual que Brenda, Shannen había sido una joven que cometió errores y vivió sus caídas en público, pero que, al final, demostró tener una fortaleza y un coraje admirables.

Es en ese contraste de realidades, el glamour de Hollywood y las batallas personales, donde radica la verdadera “sensación de morir” que tanto Luke Perry como Shannen Doherty experimentaron. Ambos fueron elevados a íconos culturales en una etapa de sus vidas en la que probablemente no estaban preparados para lidiar con el peso de esa fama. Y aunque ambos lograron salir adelante, lo hicieron a un costo personal alto. Perry, con su lucha por ser más que Dylan McKay, y Doherty, con su batalla constante contra los prejuicios y las expectativas del público. 

El destino de Perry y Doherty fue trágico en muchos sentidos y hoy, mirar hacia atrás en el fenómeno de Beverly Hills, 90210 es recordar una época más simple y, al mismo tiempo, más compleja. Una época en la que el peso de la fama y las expectativas del público recaían sobre los hombros de actores jóvenes que simplemente intentaban encontrar su lugar en el mundo. Es también un recordatorio de cómo los medios pueden elevar y destruir con la misma facilidad. Pero, sobre todo, es una historia de supervivencia, de dos personas que, a pesar de todo, encontraron la manera de seguir adelante. Perry y Doherty, en sus propias maneras, vivieron esa sensación, ese vértigo de estar en la cima del mundo y, al mismo tiempo, sentir que todo se desmorona a su alrededor. 

Con la muerte de ambos, algo en nuestra generación se quebró. Aquellos que habíamos crecido viendo sus rostros en nuestras pantallas sentimos la pérdida como algo profundamente personal. Dylan y Brenda, Luke y Shannen, habían sido parte de nuestra adolescencia, símbolos de una era de la televisión que ya no existe y ellos representaron a una generación que vio en ellos la personificación de sus sueños, amores y dolores, y que, al verlos desaparecer, se dio cuenta de que el tiempo, como el amor, también es algo finito.

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