En las visitas hacia adentro,
los poblado cerros resguardan
aquellos pecados lejanos
del tiempo y del perdón divino,
pecados plagados de olvido
y recuerdos mal recordados.
Esa dulce naturaleza de los cerros,
que olvidan aquello que conviene,
mientras maquillan heridas,
es lo que me ha alejado de
las puertas de Damasco
de una ciudad cuyas murallas
llevan siendo escombro
desde antes de los falsos profetas
con sus perdones insulsos y
sin alma.
De entre esos cerros surgen
paraísos fértiles, húmedos y cálidos
en los que me he perdido
sin recordar exactamente la tierra
a la que pertenecían,
sitios en los que me bañé
de almíbares dulces y eternos.
Del centro de esos cerros de interior hueco
crecen los geranios primaverales
en los que mis pies reposan,
de allí salen las enredaderas
que me atan a cielos de Caribe,
a campos de peyote y maguey,
ahí tienen sus raíces,
estas pequeñas orquídeas
que brotan de mi cabeza.