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Poesía

Contemplaciones futuras sobre el presente

¿CÓMO VOY A SABER

qué voz

era la mía?

Tener, de Robin Myers.

Visiones

A mi lado una pequeña ventana, ovalada. Sobre ella una cortina que parece escurrirse de arriba a abajado. Es color blanco aperlado. Hace un ruido que inquieta el silencio de los otros pasajeros cuando, ansiosamente, subo y bajo la cortina de plástico, para ver y no ver. Me miran y se percatan de que no sé estar quieto, en paz. Cada momento me confirma mis movimientos contradictorios y trémulos. Frente a mí hay un mapa en una pantalla electrónica. Me asomo a él y no entiendo qué quieren decir todo esos kilómetros. Vamos en dirección equivocada. Subo por última vez la ventana de la cortina plástica y la dejo así, abierta a mis ojos, y al tiempo.

Vista desde el cielo, la vastedad del mar es aún más inmensa. Desde arriba el mar está calmo, quieto. Aparenta una pasmosidad instantánea. Parece que permanece así, eternamente, a propósito, en ese instante en que choca contra sí mismo y se quiebra. Su nacimiento. Se termina un instante e inicia otro más. Un ciclo persuasivo de movimientos que dan forma. Dan vida.

El mar, esa agua. Parece estar esperando que algo o alguien le altere. Como si acaso hubiera alguien que se atreviera. Nada perturba al mar. Quizás sí. Pienso que el mar, quizás, sería el único lugar donde morir no sería tan malo. [Es que morir no es malo en realidad.] Mirar el mar. Al mar. Morir al mar. Mirar. Mirar por la ventana de un avión cualquiera. La vastedad. El mar. Un momento de embriaguez monumental: contemplar el mar en su inmensidad. Y contemplar es un verbo que conlleva mirar y reflexionar con detenimiento. Mirar. Morir. Contemplar. Todas estas palabras son prueba absurda de una fascinación natural y provocada.

Por ahora no cabe el descontento. Pienso. Trato de convencerme. ¿Qué es lo que podría salir mal? Todo. Me contesto.

Sueños eternos y visiones

Las nubes trozos inmensos de realidad aumentada que irrumpen en esa especie de falsa pintura. Estamos juntos, a la misma altura. Es el mar. Es el cielo. No es, no son una pintura. Pero parecen. Hay nubes de todos los tamaños y formas, desperdigadas todas por cientos y cientos y miles de kilómetros. Corren sobre el aire, pasean, se abalanzan una sobre otra. Cierta corriente de aire las conduce en toda la extensión del cielo inmenso. A su vez, sombras inmensas que se ven en el suelo como si fueran máculas sobre la naturaleza, sobre los edificios, esos formatos horrendos de concreto que han irrumpido como estampidas sobre la ciudad que no para nunca de crecer. Arriba de todo, el sol. Deformando las visiones. Es el sol dando un nuevo significado a las nubes altas y sin forma. Ahora tienen presencia sobre la tierra. Se abalanzan sobre cada especie que habita. La tierra. Las sombras existen y son un lugar. Todo tiene sombra. Incluso el mar.

Iluminaciones múltiples sobre la artificialidad del mundo que se ha creado después. El reloj ha dejado de marcar las horas. Es como un reloj sin manecillas. Agua que se siente viva de tan azul y blanca. Estamos en el futuro. ¿Futuro? Presente que pasa. Ahora nada nos pertenece. Una voz grita molesta que nunca fue nuestro. Los moluscos son quienes dominan el mundo. Y abajo el mar, en calma, inmenso, fascinante. Al fondo toda la plenitud de sus habitantes. Quizás Atabey sigue viva. Todo es una ilusión.

Mirar el mar. Morir en el mar.

Morir es un verbo que jamás expira.

Reflexiones en realidad aumentada

Todo es una experiencia momentánea. Las estrellas están explotando. Su combustible se agota y, entonces, deben morir. Esas son sus instrucciones. Explotan. Así. Dicen que es difícil detectar supernovas. En efecto: todo es una experiencia que muere en cualquier instante.

Observar el mar es hacer una relectura de las obsesiones y los miedos. Es hacer aparecer a los fantasmas que nos persiguen en las memorias. Qué harías si te dijera que nada es cierto. Alguien grita. El mar es lo más parecido a la realidad. Ya no explotan las estrellas. Todas llevan siglos extintas.

Si tan sólo pudiéramos mirar a través de los sonidos. Podríamos comunicarnos con el mar, con el choque. El mar en sí mismo es una forma de comunicación. NL09J5, es lo que dice en el ala enorme de ese avión comercial. En la vastedad de las alturas, no hay otras letras que sobresalgan más que esas. Son inmensas. Quizás quieren decirnos algo. No, no quieren decirnos nada. Son sólo letras y números que permiten identificar. Entonces sí quieren decir algo. Nadie más nota nada nunca. Soy el único que lleva la ventana abierta. Todos han tenido miedo de ser vistos por los ojos de los cefalópodos. Yo no. Estoy ciego. Morir del mar no estaría tan mal.

Instrucciones para el descenso

Nos dirigimos a la ciudad. El avión está direccionando más al norte, cerca de lo que alguna vez fue San Francisco. Recordemos que ahora es el futuro. Los años ya no existen. Alguien hace notar ese detalle al piloto. Dice que no nos preocupemos, que qué más da, que ese no es nuestro destino. No hay destino. Nunca lo hubo. La ciudad ha quedado bajo los escombros hace más de quinientos años. Pero el piloto insiste que es sólo una falla temporal. Cierren los ojos, dice. Todos tienen ya los ojos cerrados. Nadie ha hablado durante horas. Llevamos años volando sobre el mismo caudal de aire.

Al norte de un desierto inmenso que antes fue mar fue hallado un trozo gigante de un metal resistente con la siguiente inscripción: NL09J5. Un objeto no identificado. Es chatarra. Nadie sabe lo que fue un avión. De los restos de quienes volaron por años no queda nada. Aquí, en el futuro, nadie sabe lo que es un avión. Hace años que nadie encontraba nada.

Los recuerdos nunca fueron eso, sino sólo maquetaciones absurdas por el delirio. El vuelo duró más de quinientos años. Se encontraron restos de una mano abriendo una ventana. Creen que fue una mano. Ahora sólo hay tentáculos palpando lo que queda de existencia.

Epílogo

En un libro de historia en el año 3806 alguien empieza a contar una historia que no tiene final. Ahora los moluscos reinan. Los seres humanos son objetos no identificados. Los aviones no existen. El trozo de metal con la inscripción NL09J5 ahora es la pieza de un museo que se encuentra en una plaza en el centro de la galaxia.

Por Demian García

Lector permanente. Devoto de la poesía y el fútbol. Escribo, hablo y habito en Revista Purgante, Interferencia IMER y Diario 24 Horas.

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