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Coronavirus y paranoia

Resulta una experiencia surreal transitar por la paranoia, el miedo y la desesperación portuguesa ante el coronavirus mientras mis redes sociales, con mayoría de voces mexicanas, ríen a rienda suelta.

Escribo esto desde una habitación de cama, librero y ventana en el barrio de Lapa, en Porto. El coronavirus parece extenderse como reguero de pólvora, charco de gasolina y cerillos, en calles, televisiones y redes sociales. El primer ministro del país está en cuarentena, dicen; se le realizó un examen del cual salió negativo. El concepto cierre de fronteras encuentra eco en cada esquina y desemboca en el Douro. Lisboa cierra universidades; siguen el ejemplo Braga y Coímbra. Me tocó crecer viendo a mi alrededor paranoia y dolor, entona Andrés Calamaro desde mis audífonos. Las gaviotas revolotean, graznan, ¿vienen?, ¿huyen, también?…

Recordé cuando una noche de noviembre, en 2016, salía con mi mamá de la UAM-Xochimilco: seguíamos por la radio el pormenorizado relato de las elecciones en Estados Unidos. Tendría que ocurrir una verdadera tragedia para que Hillary Clinton no ganase hoy, apuntaba León Krauze en su condición de politólogo-experto-invitado-opinión autorizada en un programa cuyo nombre no recuerdo. Pues creo que ya está, zanjó mi mamá antes de poner a Bruce Springsteen en aleatorio -para entonces se había convertido en una suerte de acuerdo tácito que The Boss nos acompañase mientras caía, o se nos derrumbaba, la tarde en pleno segundo piso del Periférico-. Badlands, a huevo. Let the broken hearts stand / as the price you’ve gotta pay. Mientras buscaba forma a las nubes naranjas emergió un masoquismo disfrazado de estúpida curiosidad: ¿y si ganara Trump?, habría que ver eso. Lo deseché pronto. Se acabó la pila del celular y atrapados en el caos vehicular nos vimos obligados a volver a la frecuencia modulada para atestiguar una remontada inusitada. Tendría que ocurrir un verdadero milagro para que Donald Trump no ganase hoy, apuntaba León Krauze en su condición de politólogo-experto-invitado-opinión autorizada en un programa cuyo nombre no recuerdo. Helados, estábamos. Cuando se confirmó la hecatombe me sentía hasta culpable: veía con recelo y rencor a mi yo de veinte minutos atrás. A veces la realidad golpea en el pómulo provocando el nocaut.

Recuerdo a mi profesora de español en segundo de secundaria, cuando nos dictaba con absoluta solemnidad que México es un país pícaro, de humor candente, irreverente, que tiende a burlarse de la muerte. No hay que hurgar en los epitafios de Jorge Manrique cuando tenemos un ejemplo tan sencillo como La cumbia del coronavirus. El mexicano es Chandler Bing, el personaje de Friends: cuando la realidad lo golpea en el pómulo derecho no lo noquea porque éste desarrolló un mecanismo de defensa no a partir de la guardia boxística, sino a partir del chiste: nos pueden estar tundiendo, pero no por ello dejaremos de cagarnos de la risa.

Digo todo esto porque resulta una experiencia surreal transitar por la paranoia, el miedo y la desesperación portuguesa ante el coronavirus mientras mis redes sociales, con mayoría de voces mexicanas, ríen a rienda suelta.

Ignatius Farray, extraordinario cómico español, resolvió la gran problemática que implica el brote del virus: el problema, según como yo lo veo, es que la gente no se quiere morir. Dos gritos por aquí, tres gritos por allá, cinco chistes en aquel rincón: al final, la claridad se quedó por el camino y no llegó jamás.

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