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Historias

De sillones y recuerdos

Y la realidad —prosiguió el señor Herbert— es que ese olor no volverá nunca.

El mar del tiempo perdido; Gabriel García Márquez

Desperté y me dirigí al baño. Estaba ansioso (nada sorprendente) y la incapacidad de controlar los nervios previos a un examen de cálculo integral me pasaban factura. Debían ser alrededor de la una de la mañana y, como siempre, Goyo estaba sentado, leyendo en su sillón.

—¿Qué pasó, Pa’ ? ¿no puedes dormir? —lo escuché preguntar desde su estudio.

—No, Goyo, estoy ‘nerviosón’ . Mañana tengo examen semestral de cálculo —respondí tímidamente.

—¡No pasa nada, Pa’! Vas a ver que vas a salir muy bien. Sólo es una calificación. 

Regresé entonces a la cama, solo a dar más vueltas —en la mente y en la superficie— y levantarme nuevamente para caminar los cuatro escalones y un par de metros más que me separaban del estudio de mi papá. 

Me detuve un segundo y pregunté: ¿Puedo sentarme contigo, Goyo?

No recuerdo el día que ‘Goyo’ sustituyó a la palabra Papá. Creo, en el fondo, que consideraba “Papá” como genérico; en cambio, Goyo siempre será sólo mío.

—Ven, Pa’. Siéntate acá —señaló con el índice de una mano ya arrugada por el tiempo, que siempre sentí como cobijo.

Y se recorrió un poco para que me sentara, junto a él, en el sillón. Ese que vio pasar miles de libros, millones de letras, toneladas de recuerdos; y que fue sin quererlo, el centro de mi casa y de mi vida. Tenía un olor único: a Goyo. Ese espacio tenía una luz, siempre encendida durante las noches, que funcionaba como un faro en el océano, te iluminaba y sabías el camino que debías tomar. Si fuera posible, me gustaría platicar hoy día con el sillón y preguntarle qué se sintió “arropar” tantas noches a Goyo.

Llegando al estudio, un abrazo fue mi anfitrión. Diez segundos más tarde, la ansiedad que sufría abandono mi cuerpo. Me quedé a platicar unos minutos con él. Como siempre, hubo alguna anécdota o dato nuevo en mi vida, de esos que se guardan y se ven cada vez que buscas tu propia sonrisa.

Hoy echo de menos a ese sillón, pero lo que más extraño de él, es a Goyo, mi papá.

Por Juan Pablo Martínez Cajiga

Nací un lunes.

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