Ciudad de México
Trayecto: Blvd. Pípila s/n, Acceso nº 3, Lomas de Sotelo –
Geyser Norte, Insurgentes Cuicuilco
15.12 horas.
Toda gran historia es como un gran pastel,
cada quién da cuenta de la tajada que se come
y el único que da cuenta de todo es el pastelero.
Delirio; Laura Restrepo
Pasaban de las tres de la tarde, en un domingo lleno de primavera, sed, cansancio e insolación en combo. Los pensamientos me llevaron a un lugar muy lejano al otro extremo del mapa (todo es esta ciudad está en el otro extremo), mi casa. Dentro del Volkswagen Pointer, Gilberto, el conductor del taxi, de un poco más de sesenta años de edad, había abierto la ventana del copiloto para que el aire del exterior circulara de forma constante y sirviera para refrescarnos.
—No van a llegar despiertas al Periférico –afirmó Gilberto de manera categórica.
Mis hijas, sentadas en el asiento de pasajeros a mi lado, sonreían a pesar de lucir cansadas y reflejar los efectos del sol en el color rojo en las mejillas. El agua en sus termos, estaba por agotarse, pero no tenían queja tras una mañana llena de actividad en “La Granja de las Américas”.
—No, no creo que lleguen –contesté viendo a mi derecha la estructura del Centro Banamex al movernos sobre la calle del Conscripto, a un costado del hipódromo capitalino.
Habíamos abordado tan solo unos minutos antes, dentro del estacionamiento que se encuentra en la punta del complejo. El taxi blanco se encontraba reluciente y brillante ayudado por aquel sol brillante que caía sobre nosotros; a su arribo, mis hijas subieron con rapidez para acomodarse. Por dentro, los asientos color gris, a pesar del desgaste que supone un transporte de uso rudo, se encontraban en buen estado. Gilberto, al ver a mis hijas sonrío y preguntó acerca de nuestro destino.
—Metro Polanco, por favor –fue mi respuesta.
La idea era llegar ahí, para tomar la línea 7 (naranja) y descender en la última estación dirección sur, Barranca del Muerto. Una vez en ese punto tomar otro taxi que nos llevara a casa. Al ser domingo, mi razonamiento indicaba, que el metro no estaría tan concurrido y el taxi podría llegar a ser económico por el poco tránsito en domingo y la cercanía a casa.
Para ese momento, las dos niñas ya respiraban de forma relajada en una postura algo incómoda, traes caer a las primeras de cambio en un sueño envidiable. Me hubiera gustado hacer lo mismo. Siempre he envidiado la rapidez para consumar el sueño. Y la habilidad de soñar.
—Y no llegaron… –sonrío Gilberto marcándose más las líneas que van uniendo la edad a los ojos –sabedor de que lo había anticipado al mirar en el retrovisor. Las chicas estaban acomodadas una sobre la otra, de manera que enseguida bajó el volumen de la radio que escuchaba de fondo, las vocales de Javier Solís se difuminaron entre ruido externo y nuestra conversación.
A la altura del Centro Deportivo Olímpico Mexicano, poco antes de tomar rumbo al Metro, Gilberto miró de reojo a mis hijas, que habían caído en trance -con esa tranquilidad que despiden los niños al dormir – y con un tono de voz bajo para no despertarlas preguntó
—Oiga, ¿no quiere que los lleve hasta su casa?
Escribía Juan Villoro que “hoy en día, moverse por la Ciudad de México es un ejercicio que se asocia más con el tiempo que con el espacio. No hay un mapa definido para esos traslados sin fin, donde el medio de transporte resulta más significativo que el entorno”. Además del tiempo-espacio, hay una tercera dimensión definitiva en la ecuación: el ingreso (y el dinero disponible para esparcimiento). No solo es pensar a dónde tenemos que trasladarnos, las variables de la ecuación siempre tendrán un pie en la cantidad de dinero con la que uno dispone.
—Es que sus hijas ya se durmieron y despertarlas para subirse al metro va a estar complicado ¿no cree? – agregó con cierta cautela.
Mis creencias se han ido acomodando según el periodo por el cuál transcurro, es decir, la capacidad de razonamiento (y conocimiento) en aumento (espero) desde la infancia. Creo en la existencia de un Ser Superior (en mi mente, Papá Dios). Cada quien es libre de creer en lo que se le pegue la gana. No pretendo enseñarle a nadie en qué o en quién creer; incluso si debe hacerlo. No tengo autoridad ni moral, ni civil para hacerlo. Puedo ser fácilmente descalificado por diversos motivos o comportamientos pasados o presentes, desde un simple “vandalizaste un cartel del C. Presidente” pasando por “le vas a la Real Sociedad” o llegar al “no te he visto en misa en los últimos 235,367 días”. Pienso que todo se resume a tratar a los demás de la forma que me gustaría que me trataran y hacer lo que esté en tus manos para dicho objetivo. No ser abusivo con nadie y querer con todo el corazón con toda la intención de hacerlo. Así que mis creencias no eran concluyentes ante la duda del conductor.
—No es eso, no me queda por el momento suficiente dinero para llegar al sur de la ciudad – apunté con sinceridad y cierta vergüenza – por eso usaremos el metro (cuyo costo es de $5.00 el viaje por persona).
Los gastos en los paseos de fin de semana con las chicas pueden llegar a romper el esquema de un presupuesto establecido, salir a cualquier lado en estos tiempos requiere inversión en mayor o menor medida. A esto, puntualizo, se adhiere mi paupérrimo desempeño como administrador y el corazón de pollo cuando mis hijas ven algún suvenir con ojos de amor.
—¿Cuánto trae, joven? – se atrevió a preguntar Gilberto.
Yo sabía con claridad que contaba con $125.00 pesos y una tarjeta de transporte público con $20 pesos de saldo. Así que eso fue mi respuesta, no tenía necesidad de esconder nada, las cosas son cómo son y hay que fluir con eso.
—Mire – empezó a dudar o eso creí – la verdad es que yo entiendo, porque lo viví, que trasladarse con niñas es un poco complicado. Soy abuelo, y de alguna forma, soy muy apegado a mis nietos, tengo cuatro – dijo con resplandor en los ojos – y sé que llegarán de cualquier forma. Pero no vale la pena. Yo calculo que el viaje a su casa saldría en unos $200-$250 pesos. Deme $110 y con eso cerramos.
La palabra “aportar” tiene dos raíces etimológicas. La primera viene del latín portus y significa llegar a puerto; la segunda viene de apportare, llevar algo para contribuir al bien común. Gilberto (y su buen corazón) aportaron a mi vida, a nuestras vidas, de las dos formas. Y hoy, lo agradezco e intento replicarlo (cada vez que tomo conciencia de esto).
—$125.00 y lo cerramos, eso traigo, eso le doy. – respondí.
Fue entonces que me miró y en silencio estiró el brazo derecho y apagó el taxímetro para después incorporarse al arroyo vehicular que circulaba periférico con dirección al sur de la ciudad, nuestra casa nos esperaba.