Un intruso

Laura está en la ducha. No puede dejar de pensar que anoche cuando hacia el amor con Gregorio, su marido, el seno izquierdo lloró sin cesar. El dolor es muy leve esta mañana y quizás son supersticiones pensaba, mientras recordaba que Alicia, su mejor amiga, falleció de un cáncer de mama hace diez años.

Suspendió la agenda y la empresa no vería su tierno rostro aquel día. En la ventana de la clínica su mirada se perdió en el ruido de los automóviles en compañía de una tristeza que deshizo su corazón. Esto no podría ser el fin, se repetía una y otra vez.  Ante tanto estudio médico se determinó que un intruso vivía en su seno izquierdo, pero sus raíces no se habían extendido y las quimioterapias serían la luz. Lo aceptó y partió a casa.

En la sala su llanto se extendió que no sintió la llegada de Gregorio, quien confundido no comprendía qué le sucedía. Ella, entre lágrimas le contó a su marido ser una víctima más del cáncer, pero no era el fin. Gregorio tomo sus manos y prometió estar ahí; el llanto se esfumo como las nubes del frío otoño.

Han transcurrido quince años y el intruso se fue de casa. El seno izquierdo fue reconstruido como los pétalos de las rosas heridas que encantan la primavera de abril. Y la sonrisa de Laura endulza el alma de Alma, su pequeña hija, jugando con los canarios del viejo sauce.

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