Siéntese. Primero, cálmese. Todo estará bien. No es una trillada frase optimista, sino una invitación a aclarar su mente. El horno no está para bollos, le dirían los más mayores. Yo también. A estos tiempos no se les roza ni con el aire.
Respire, tranquilícese y, sobre todo, piense. Piense por un momento en una realidad en la que usted no obtiene todo lo que quiere, donde hay que elegir bajo una “absurda” falacia de dilema, de esas que usan los agitadores en un podio. Nos compete desaprender a obtener. Es el momento de quedarse con las ganas.
Segundo, analice bien lo que le rodea: lo que tiene y lo que no. Hace no mucho, leí de una pluma anónima un molesto enunciado conformista. Unas líneas derrotistas que rayaban en la automotivación, de esas que frenan a muchos de ser auténticos desgraciados sinvergüenzas. “Valore lo que tiene y no desee lo que no tiene”. ¿Qué sentido tiene? ‘¿A dónde carajo me llevaría ello?’, se preguntará usted. Verá, hay más bondad y nobleza en aquello que en los sueños disfrazados de ambiciones sin escrúpulos de fondo. Si checa usted entre líneas, advertirá un mensaje de principios que no llaman a la perpetua austeridad, pero sí a imaginar una vida donde tiene lo que necesita y no obtiene lo que quiere. Sí, todavía falta lo peor. Agárrese bien.
Tercero, haga el ejercicio. Piense en un universo donde usted renuncia a sus deseos —sobra decir que los megalómanos, más que platónicos y hasta los excéntricos—. Cuestiónese si quiere o requiere esto o aquello. Entonces, valórese teniéndolo o persiguiéndolo. Dese cuenta que la derrota es más ordinaria de lo que se piensa. Mírese allí, buscando la victoria en 15 de cada 10 ocasiones, cuando triunfar se sobrevalora para lo poco que sucede. La nobleza de los recursos —concepción apuntada con contundencia por Marcelo Bielsa— no se reserva sólo para éxito o las caídas que todos ven. Es, en gran medida, un bastión para aprender a renunciar, soltar, a tragar veneno.
Cuente hasta 10, 20 o 30. Tómese su tiempo. No se altere con esto, que perdedor ha sido siempre y, ganador, no tanto. Acuérdese que la vida, que lo mundano de la existencia, es mucho más un tropiezo lleno de heteronomías propias y ajenas repletas de imponderables que éxitos de plástico. Porque existir se parece más al boceto crudo de Bradbury que a las fábricas de sueños de Dahl. Usted controle lo que pueda, renuncie más a menudo. Tampoco tendrá conformarse, mas sí deberá soltar. Relájese, llegue sólo a la orilla y escoja su batalla. Quédese con las ganas. De este arte se vive bien. Se lo digo yo, que bajarme del barco del “matar o morir” me devolvió a la vida.
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El arte de quedarse con las ganas
Se lo digo yo, que bajarme del barco del “matar o morir” me devolvió a la vida.