Segunda etapa: Los olvidados y la mirada de Buñuel sobre México
En lo que respecta a la etapa mexicana, que es larga, diversa y además parte de ella perteneciente a la Época de Oro, se encuentran perfectos fracasos comerciales como Gran Casino (1946) —que también fue la primera película de Buñuel filmada en México—, un drama poco atractivo protagonizado por Libertad Lamarque y Jorge Negrete.
Después, El Gran Calavera (1949), una divertida comedia con guion de Luis Alcoriza y protagonizada por los Hermanos Soler, con un argumento descabellado: un patriarca le dará una lección a su perezosa y abusiva familia; los hará trabajar para valorar lo que tienen. Film que, en 2013, tuvo un ligero remake de la mano de Gary Alazraki en Nosotros los nobles.
La obra cumbre de esta etapa, Los Olvidados (1950), imprescindible y maravilloso film que presenta un crudísimo drama urbano y de la que el mismo Buñuel dice: «Al término de la proyección privada, mientras Lupe, la mujer del pintor Diego Rivera, se mostraba altiva y desdeñosa, sin decirme una sola palabra, otra mujer, Berta, casada con el poeta español Luis Felipe, se precipitó sobre mí, loca de indignación, con las uñas tendidas hacia mi cara, gritando que yo acababa de cometer una infamia, un horror contra México. Todo cambió después del Festival de Cannes en el que el poeta Octavio Paz, hombre del que Breton me habló por primera vez, distribuía personalmente a la puerta de la sala un artículo que había escrito, el mejor, sin duda, que he leído, un artículo bellísimo. La película conoció un gran éxito, obtuvo críticas maravillosas y recibió el premio de dirección. Tras el éxito europeo, me vi absuelto del lado mexicano. Cesaron los insultos y la película, se reestrenó en una buena sala en México, donde permaneció dos meses».
Los olvidados es la mirada fija de Buñuel sobre la miseria y la decadencia en las grandes urbes; monstruos de cemento que se engullen vidas completas de seres inocentes que enfrentan una realidad despiadada. Ya en Las Hurdes, tierra sin pan, Luis Buñuel había visitado la pobreza y la desolación de la desigualdad, pero es aquí en donde se siente una influencia fuerte del neorrealismo italiano, aunado al siempre guiño surrealista del director, quien, por medio de secuencias oníricas y situaciones crudas, presenta el camino trágico de personajes que llegan al límite de su existencia.
La trama sigue a Pedro, un niño que es despreciado por su madre y carece de una figura paterna que lo guíe; pronto, se cruzará con «El Jaibo», interpretado por Roberto Cobo, adolescente siniestro que no dudará en salir beneficiado de cualquier forma ante el territorio hostil por el que se desenvuelve. Otros personajes como «ojitos» y «Don Carmelo, el ciego» son hoy parte de la cultura popular y complementan un film que sigue tan actual, que asusta y conmueve.
La edición de Carlos Savage, la fotografía de Gabriel Figueroa, el guion del propio Buñuel, Alcoriza y Max Aub delinean lo que es una de las mejores películas no sólo del cine mexicano, sino de la cinematografía mundial. Fuerte, sin concesiones. Un ejemplo del «cine de la crueldad», aquel del que hablaba André Bazin. Con un desenlace tan crudo y deprimente, para Los olvidados fue necesario que Buñuel filmara otro final, uno feliz o por lo menos esperanzador, que no fue utilizado en la versión final. Los olvidados trasciende por su vigencia y por las poderosas imágenes que siguen inquietando y preocupando, ante una sociedad que decide ignorar y despreciar aún a generaciones perdidas que nacen, crecen y mueren en la miseria que las grandes ciudades generan.
Siguen Susana y La hija del engaño del año 1951, films que usan temas como la seducción y el adulterio para desarrollar historias como encargo del estudio para Luis Buñuel. No obstante, el español se da tiempo y mañas para siempre volver y plasmar los temas que le obsesionan, delineando a veces sutil, a veces intenso, su ojo surrealista sobre cada plano filmado.
Subida al cielo (1952) sobre un atropellado viaje y un hombre que debe resistir a los encantos de Lilia Prado; El bruto (1953), en donde Buñuel trabaja con las estrellas Pedro Armendáriz y Katy Jurado, una historia que mezcla celos, golpes y miseria. Son todas estas películas parte de la Época de Oro del cine mexicano, en donde la fotografía y las tramas se sienten como un género en sí mismo.
Llegaría otra obra maestra: Él (1953), un drama obsesivo-paranoico con un impecable Arturo de Córdova, quien interpreta a Francisco Galván, adinerado hombre que un día descubre a la bella Gloria, una mujer que cortejará y después se convertirá en víctima de sus celos enfermizos.
Basada en la novela de Mercedes Pinto, Él es la crónica de una psique rota, mientras Luis Alcoriza y Buñuel trasladan en el guion toda la acción a la idiosincrasia mexicana, que incluye machismo, celos posesivos y amenazas directas de muerte hacia la mujer. La locura del protagonista irá en aumento en la medida de su paranoia, que lo va quebrando desde adentro. Francisco está seguro de que su mujer lo engaña y duda de ella desde la misma noche de bodas. Será la escenografía del canadiense Edward Fitzgerald, la que con sus abigarrados decorados, llenos de sombras y formas caprichosas, demuestre un reflejo de la psicología partida del protagonista, quien se va desmoronando en cada plano con una fuerte carga del expresionismo alemán. Luis Buñuel dijo en varias ocasiones que Él era una de sus películas favoritas y que también era en la que más había puesto de él mismo. El director, como es bien sabido, era un hombre muy celoso, motivo por el que es fácil entender la forma con la que su álter ego, reacciona a las diversas supuestas infidelidades de su mujer. Sin elementos suficientes para acusar, el celoso no sufre por los sucesos que vive, sino por los que imagina. Homenajeada por Alfred Hitchcock en Vértigo (1954), en ese inquietante campanario y considerada dentro de las 10 mejores películas del cine mexicano, Él tiene todos los elementos en el mismo tono que le carcomían la mente a Buñuel y los explota al límite: obsesión sexual, piernas y pies de mujer, el anticlericalismo, la crítica a la burguesía y la entomología con esa línea de diálogo donde compara a la gente con gusanos: «Dan ganas de aplastarlos con el pie… si fuera Dios, no los perdonaría nunca».
Con el montaje del gran Carlos Savage y una vez más la fotografía de Gabriel Figueroa, Él fue un fracaso estrepitoso el día de su estreno. La gente se reía. «Se ríen más que con Cantinflas», decían por ahí. Con el paso de los años, la película tomó el lugar que le correspondía y sigue influyendo al día de hoy en esos argumentos con toques psicológicos de psiques retorcidas, que bien pueden ir del drama al terror. La mente es algo delicado, cualquiera puede enloquecer de pronto por los motivos más insospechados. Buñuel lo sabía.
La ilusión viaja en tranvía (1954) es un entrañable paseo de día y noche por una Ciudad de México que se fue para siempre. Resalta la admiración de Buñuel por el transporte público de la época, en donde, según él, «todo era posible»: gente con cajas de frutas o animales vivos, la mezcla de estratos sociales, monjas con imágenes religiosas cargando y niños escandalosos. Es un esperpéntico recorrido el que emprenden los protagonistas, El Caireles y El Tarrajas, que al robar un tranvía se enfrentan a toda clase de obstáculos y situaciones inesperadas. Los acompaña la siempre impactante Lilia Prado, con esos muslos que Buñuel filmó hasta el cansancio, y esa presencia fuerte que representa la mesura e inteligencia femenina para tomar decisiones ante el desastre inminente. La película funciona como una crónica de la ajetreada vida urbana de esos años, mientras de forma divertida, gracias a los diálogos de barrio de José Revueltas y Juan de la Cabada, el espectador se embarca en un viaje que no tiene un destino muy claro, pero no por eso es menos hilarante. Quizá una de las cintas más bellas filmadas en la que hoy se llama CDMX.
Luis Buñuel trabajó prácticamente con todos los grandes actores y actrices de la época de oro del cine en México: Gustavo Rojo, Andrés y Fernando Soler, Jorge Negrete, Libertad Lamarque, Roberto Cobo, Rosita Quintana, Joaquín Cordero, Lilia Prado, Katy Jurado, Pedro Armendáriz, Arturo de Córdova, Rafael Banquells, Fernando Soto Mantequilla, Ernesto Alonso, Miroslava Stern, Rita Macedo, Andrea Palma, Ignacio López Tarso, Marga López, María Félix, Silvia Pinal, Claudio Brook, entre otros.
Detrás de cámaras, el director también estuvo siempre rodeado del más alto talento a nivel técnico; con los ya legendarios guiones de Luis Alcoriza, la música de Manuel Esperón, el montaje de Carlos Savage y las escenografías de Edward Fitzgerald. La fotografía de Gabriel Figueroa es todo un tema aparte; con cada plano, consiguió elevar a nivel de arte los escenarios mexicanos, consiguiendo en cada fotograma la explosión de una identidad nacional, como esas nubes tan hermosas que han sido tema en todo el mundo.
Siguen Abismos de pasión (1954), adaptando Cumbres Borrascosas de Emily Bronte, una historia de amores truculentos; Robinson Crusoe (1954), donde Buñuel trabajó con el cinefotógrafo Alex Phillips; Ensayo de un crimen (1955), basada en la novela de Rodolfo Usigli, una comedia diferente de humor negro con un impredecible Ernesto Alonso; y El río y la muerte (1955), una historia de venganza en el México rural, con Columba Domínguez y Joaquín Cordero.
Será a partir de Así es la aurora (1956) y La muerte en el jardín (1956), que Luis Buñuel alternará México y Europa en su filmografía, además de seguir adaptando novelas que al director le parecía necesario transpolar a la pantalla grande, desde luego, con su muy particular mirada hacia lo extraño e inesperado.
Llegaría algunos años más tarde la multipremiada Nazarín (1959), film que narra las tribulaciones de un sacerdote interpretado por Francisco Rabal, basada en la novela homónima de Benito Pérez Galdós. El viacrucis del padre Nazario, un hombre que intenta hacer el bien y contagiar a los que conoce con bondad y paciencia, pero lo único que consigue es ser maltratado y humillado hasta el límite. Dos mujeres, una prostituta y otra sumisa con episodios psicóticos, le acompañaran en su descenso a los infiernos de una sociedad podrida, llena de hipocresía y falta de humanidad, mientras caminan entre polvosos escenarios que reflejan la suciedad del entorno.
«Soy ateo, gracias a Dios», dijo en más de una ocasión el cineasta español, dejando en claro así la atípica relación que llevaba con la iglesia. Y es que es en Nazarín, en donde el discurso anticlericalista de Luis Buñuel alcanza niveles épicos, pues cuestiona las doctrinas católicas mientras lanza la pregunta obligada: ¿qué pasaría si Jesucristo se apareciera de pronto en la Tierra? Seguramente, la sociedad lo molería a palos como al padre Nazario, quien incluso al final de la cinta se siente desconcertado al encontrar un poco de bondad en una desconocida, que le regala una piña.
Son ya famosas las imágenes del cristo riéndose a carcajadas de Andara, la prostituta homicida; el último plano con los tambores de Calanda; el enano maltratado como piñata que profesa un amor incondicional; Andara bebiendo agua con su propia sangre y el desmoronamiento interno del padre Nazario, en donde Francisco Rabal hace un trabajo impecable, de un arco dramático que hace evidente la muerte lenta y triste del sacerdote en vida. Obra maestra, pieza indiscutible del universo buñueliano.
Siguen nutriendo la filmografía Los ambiciosos (1959), poder e intriga política, en donde Buñuel dirigió a María Félix; La joven (1960), una historia que mezcla, racismo, lujuria y la Lolita de Nabokov, rodada en inglés. Ya para entonces, era común que las películas de Luis Buñuel vieran la luz gracias a las coproducciones entre México y Europa, en este caso España. Así, llegó Viridiana (1961), película prohibida que fue calificada de despiadada y blasfema, basada en la novela Halma (1895), también de Benito Pérez Galdós.
Viridiana, interpretada por Silvia Pinal, es una novicia que pronto tomará los hábitos. Su tío, don Jaime (Fernando Rey), la invita a pasar unos días a la mansión donde vive; impresionado por el parecido de Viridiana con su esposa muerta, don Jaime tiene intenciones de casarse con su sobrina, pero es rechazado, por lo que se suicida. A escena entra Jorge, interpretado por Francisco Rabal, un hijo perdido de don Jaime que llega a provocar en Viridiana sentimientos encontrados, llegando a un desenlace enigmático y polémico, muy en el estilo Buñuel.
Como en otras ocasiones, la trama es mero pretexto para profundizar en los temas que al director le inquietaban más. Viridiana quiere hacer el bien e invita a la mansión a un grupo de vagabundos ante el descontento de su primo Jorge. Ese grupo de mendigos será el detonante de una de las secuencias más famosas y surrealistas de la película, aquella en donde el caos reina debido al vino y a la lujuria; gradualmente, el desorden irá en aumento debido a una cena que sale mal. El polémico plano de los miserables emulando La última cena (1495) de Leonardo da Vinci es ya otro ícono cinematográfico, que entró en el subconsciente colectivo del mundo para no irse jamás.
Cuando don Jaime le hace una petición inesperada a Viridiana, Silvia Pinal luce hermosa vestida de novia, en ese elegante blanco y negro producto de la fotografía de José F. Aguayo; Buñuel se regocija filmando a la actriz mexicana, como una musa definitiva que marcaría su filmografía para siempre. Era la primera vez que trabajaban juntos; los planos de sus pies, sus piernas y su rostro fueron elevados al nivel de arte, dándole la vuelta al mundo y convirtiéndola en una estrella internacional. Habla Silvia Pinal: «Conocer a Buñuel fue de lo mejor que he tenido porque yo trabajaba con directores comerciales, pero a la hora de hablar de arte no tenía mucha experiencia y de pronto apareció Buñuel, y ahí cambió mi vida y gusto. Lo recuerdo con gran agradecimiento porque me enseñó muchas cosas que no había vivido».
Viridiana fue prohibida en España durante 17 años. Primero, el régimen franquista ordenó cambiar el final de la cinta, en donde Viridiana tocaba a la puerta de su primo y ésta se cerraba en una clara alusión al comienzo de una relación incestuosa. Buñuel obedeció y entregó un final mucho más sugestivo, con un juego de cartas que claramente es una referencia a un trío sexual, completado por Viridiana, Jorge y la criada Ramona. Inexplicablemente, ese desenlace no fue censurado por la censura franquista, pero aun así decidieron prohibir la proyección de la cinta.
Dice Doña Silvia: «Fueron tiempos muy difíciles para él. En varios países se prohibió la proyección de la cinta, la prensa siguió el caso de censura durante meses, fue atacado por muchas personas, pero él ya había pasado por varios escándalos y en cierta manera estaba curtido. Tengo entendido que Luis creó toda una estrategia para salvar los negativos de la cinta. Cuando la estábamos filmando todos sabíamos a lo que nos enfrentábamos, eran otros tiempos, otras ideas, y Buñuel fue muy valiente al defender su arte por encima de todas las cosas».
Sobre la forma de dirigir de Luis Buñuel, remata Silvia Pinal: «Cuando lo miraba con esos grandes ojos redondos junto a la cámara, sabía perfectamente lo que me estaba pidiendo para una secuencia; era en esos ojos donde se podía leer todo lo que él era, todo lo que deseaba. Era un perfeccionista, pero también alguien que sabía el momento exacto en que una imagen, un diálogo o un gesto iba a perdurar para siempre».
Ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cannes, en el año 1961, y continuamente mencionada en las listas de las mejores películas de todos los tiempos, Viridiana funciona como una dura crítica a la caridad cristiana en forma de sátira, mientras que desmenuza las pasiones humanas hasta su raíz misma; la hipocresía del clero y de la sociedad purulenta, siempre presente.
La claustrofóbica El ángel exterminador (1962) es una enigmática e indescifrable cinta que carga con una feroz crítica a la burguesía, en donde la repetición de planos y situaciones, aunado a una serie de símbolos inconexos, entregan una de las películas más extrañas de la filmografía del director español. Se dedica a romper las convenciones narrativas del cine, al no explicar elementos clave que viven y desarrollan los personajes.
Luego de asistir a la ópera, un grupo de la alta burguesía en la Ciudad de México se reúne en una mansión para degustar una cena. Las cosas empiezan a ponerse inquietantes, desde el momento en que la servidumbre decide irse de prisa inesperada, sólo quedando el mayordomo. Los invitados, por una razón inexplicable, no pueden abandonar el salón donde han quedado atrapados, aunque no haya una razón lógica. Atrapados, los días comienzan a correr, y mientras el agua y el alimento se agota, la claustrofobia, el hartazgo y la barbarie irán en aumento.
Buñuel hace una alegoría de una sociedad burguesa corroída por el egoísmo. Ante el caos y el encierro inesperado, los instintos primarios de supervivencia saldrán a la luz. Los emperifollados personajes comenzarán a vivir entre basura, olores nauseabundos y falta total de las buenas normas, llegando a comportarse de forma salvaje. La ausencia de una razón ‘lógica’ que explique el por qué los desesperados protagonistas no pueden salir del lugar permite desarrollar una teoría meramente subversiva y surrealista, que quizá tenga que ver con el karma y algunas leyes humanas que son vapuleadas desde el inicio mismo de la trama.
«Decente y pobre es peor que granuja y rico», espeta en algún momento en tono de sarcasmo un personaje de La ilusión viaja en tranvía. Luis Buñuel despreciaba a la burguesía y la criticaba constantemente desde su trinchera artística. Sobre El ángel exterminador se han escrito ríos de tinta intentando descifrar los códigos y símbolos que el director presentaba dentro de la película, en donde, por cierto, volvió a trabajar con Gabriel Figueroa en la fotografía y Carlos Savage en el montaje, elemento importantísimo en esta cinta.
Mencionada en otras películas y homenajeada con referencias directas a su surrealista trama en un montón de shows de la cultura pop, El ángel exterminador —enigmática e indescifrable desde el título mismo—, divide opiniones como ningún otro filme de Buñuel. Basta con echar un ojo a las críticas en sitios especializados en internet, en donde queda claro que es un film que se ama o se odia. Rankeada como una de las 100 mejores películas del cine mexicano, quizá la explicación más exacta sea la del propio director aragonés: «Si el filme que van a ver les parece enigmático e incoherente, también la vida lo es. Es repetitivo como la vida y, como la vida, sujeto a múltiples interpretaciones. Quizá la explicación de El ángel exterminador sea que, racionalmente, no hay ninguna».
Finalmente, Simón del desierto (1965), un mediometraje que es relevante porque marca el fin formal de la etapa mexicana del cineasta. Sería aquí la última vez que filmaría en México, con su crew habitual hasta entonces y los actores recurrentes como Claudio Brook y Silvia Pinal. Ideada originalmente como un largometraje con 3 historias, que serían dirigidas por 3 diferentes directores, Simón del desierto tiene una duración de 43 minutos, pero la experiencia cinematográfica surreal que representa es contundente. Simón es un hombre que hace penitencia sobre una columna por un largo periodo de tiempo; se cruzará con diferentes y extraños personajes, hasta ser tentado por el mismísimo demonio, encarnado en nada más y nada menos que en una hermosa Silvia Pinal. Al final, el protagonista cederá a la tentación, emprendiendo un viaje de no retorno a la degradación y turbulencia de la vida urbana, representada por la ciudad de Nueva York y su vida nocturna.