Parecía impensable y una verdadera osadía que el pretencioso hípster (lo es) que dobla como brillante cineasta Robert Eggers, que nos ha sumergido en atmósferas históricas con The VVitch y The Lighthouse, se aventurase en terrenos del horror gótico al querer hacer una personalísima reinterpretación de Nosferatu. Sin embargo, pese a las dudas que surgieron ante el anuncio de esta cinta, su retelling del clásico de 1922 de Murnau no solo rinde un homenaje visual a sus predecesoras, sino que también aporta una mirada fresca y perturbadora al mito del vampiro.
La verdadera raison de etré de esta película es ver la interpretación que hace Lily-Rose Depp, la nepobaby du jour, quien emerge de las cenizas de la criticada serie de HBO The Idol para encarnar a la encantadora aunque severamente neurótica Ellen Hutter, una joven recién casada que desde su adolescencia (y por razones realmente escalofriantes) está atrapada en una espiral de pesadillas y alucinaciones siniestras que la vinculan con un ente malévolo que la desea de manera obsesiva.
Con asombrosa gracia y sutileza, Depp demuestra ser una digna heredera de sus padres: Johnny Depp, cuya carrera ha enfrentado altibajos, y Vanessa Paradis, una actriz y cantante de notable talento. De hecho, Paradis, recordada por su actuación en La Fille sur le Pont (1999), donde compartió pantalla con Daniel Auteuil, mostró una profundidad emocional que resonó con la crítica y el público y aquí Lily-Rose canaliza esa herencia artística, ofreciendo una interpretación que evoca la intensidad de Isabelle Adjani en Nosferatu: Phantom der Nacht (1979) de Werner Herzog. En aquella cinta, Adjani personificó a Lucy Harker, una figura etérea y atormentada, cuya presencia era tan hipnótica como esencial para la narrativa. Depp no solo emula esta actuación icónica, sino que también aporta una vulnerabilidad contemporánea que la distingue.
La elección de Bill Skarsgård como el Conde Orlok es acertada. Aunque su tiempo en pantalla es limitado y su rostro se oculta bajo elaboradas prótesis, Skarsgård logra infundir una presencia inquietante que rivaliza con la de Max Schreck y Klaus Kinski. Su Orlok, que en cierta forma también está emparentado con el Drácula que hizo Gary Oldman para Coppola, es menos un ser humano y más una manifestación de la oscuridad misma, una fuerza primordial que acecha en las sombras.
El elenco de apoyo brilla con actuaciones destacadas. Aaron Taylor-Johnson, más allá de su persona cinematográfica, consigue hacer una interpretación muy convincente y aporta una intensidad contenida en su rol de escéptico que se ve arrastrado a una oscuridad impactante que nada tiene qué ver con lo sobrenatural, mientras que Emma Corrin (¿recuerdan su aparición como Lady Diana Spencer en The Crown?) encarna a su personaje de amiga bondadosa y encinta con una gracia melancólica que encaja a la perfección con el periplo retratado. Ralph Ineson, con su voz profunda y presencia imponente, añade una capa de gravedad a la narrativa como el Doctor Sievers, que trata de enfocar científicamente el caos que los asola; Simon McBurney, en el papel de Herr Knock, ofrece una interpretación que equilibra la locura y la astucia, reinterpretando al clásico Renfield con una frescura inquietante, mientras que Nicholas Hoult, quien interpreta a Thomas Hutter, continúa su racha de apariciones en múltiples proyectos, consolidándose como el “Matt Damon” de esta década. Su versatilidad y compromiso con cada papel son evidentes, como desde que era niño, aunque su omnipresencia en todas partes comienza a ser objeto de comentarios jocosos en la industria.
Pese a tanto derroche actoral, el otro que se lleva la película con la mano en la cintura es Willem Dafoe, como el Profesor Von Franz, es una mezcla de excentricidad y compasión, aportando una humanidad compleja al arquetipo de Van Helsing, siendo mucho más que eso, para aportar un contrapunto importante a la entrega de Ellen, para salvar a su ciudad, el idílico puerto de Wisborg en Alemania. Las escasas escenas que tienen juntos Dafoe y Depp, dan fe de un rapport específico entre los dos personajes y les dan una dimensión de la que carecían en otras versiones de esta historia.
La cinematografía de Nosferatu, a cargo de Jarin Blaschke, el fotógrafo de cabecera de Eggers, es una obra maestra en sí misma: siguiendo la pauta de John Alcott en la legendaria Barry Lyndon de Kubrick, usa la luz de velas y antorchas para crear un mosaico visual arrebatador; rodada en los estudios Barrandov de Praga y en locaciones de Rumania como el Castillo Huniazilur en el corazón de Transilvania (¡qué tal!), la película aprovecha la luz natural para crear una atmósfera que oscila entre lo sublime y lo siniestro. Las sombras se convierten en personajes por derecho propio, y la iluminación resalta la arquitectura gótica que impregna cada escena. Eggers demuestra una vez más su habilidad para recrear épocas pasadas con una autenticidad que sumerge al espectador en un mundo distante y, sin embargo, inquietantemente familiar.
Eggers explora con deleite la estética de la década de 1830, reflejada no solo en la ambientación, sino también en la apariencia de sus actrices: Lily-Rose Depp y Emma Corrin parecen salidas de una novela de las Brontë, con una elegancia y fragilidad que encapsulan el espíritu de la época. Sus vestuarios y peinados, meticulosamente diseñados (¡y muy chic!), contribuyen a la inmersión total en este mundo gótico y romántico.
Aunque algunos críticos han señalado que Eggers no ha alcanzado todavía el estatus de visionario que se le atribuía tras The VVitch, es innegable que posee un sentido estético y atmosférico distintivo. Su negativa a dirigir filmes contemporáneos y su enfoque en períodos históricos reflejan una obsesión por los detalles que, aunque pueda parecer pretenciosa, enriquece sus obras. Su Nosferatu no es simplemente un remake; es una reafirmación de que ciertas historias poseen una inmortalidad propia, destinadas a ser contadas una y otra vez, adaptándose y resonando con cada generación.
Pesadilla vibrante en pantalla, esta es una exploración visual y emocional de la oscuridad humana y sobrenatural. Con actuaciones sutiles y logradas, una dirección artística impecable y una narrativa que honra sus raíces mientras aporta una perspectiva contemporánea (esta película tiene mucho qué decir en su subtexto acerca del matrimonio, la codependencia, la pedofilia -sí, leyó usted bien-, la fe y devoción y la amistad) la película se erige como una sorprendente obra destacada en el panorama cinematográfico actual: es, de hecho, la confirmación de que, en manos de un auteur comprometido, las historias clásicas pueden renacer con una vitalidad renovada, recordándonos que hay narrativas que, como los vampiros de pura cepa, jamás perecen del todo.