Para mí, escribir sobre futbol —así, sin acento— ha sido uno de los grandes retos de mi vida. Sobre todo, porque yo venía del periodismo político y poco o nada sabía del mundo pambolero. Al final, no sé si lo he hecho bien. Pero lo cierto es que disfruto charlar con quienes han descubierto en la pelota algo más que contar. Últimamente no salgo de mi pueblito en Coyoacán, así que he redescubierto textos de futbol, y he decidido entrevistar en un ejercicio a dos manos a Rafael Giles, autor del libro Canchero, de la colección Undertango de Editorial Gato Blanco. Es decir, yo le he mandado esta breve introducción con cuatro preguntas y él me ha escrito sus respuestas —o complementos— en este texto híbrido.
Tengo esta teoría de que la literatura y la poesía son geografías íntimas, donde parece que vivimos la mayor parte del tiempo. Por eso, me gustaría preguntarte. Además de la Condesa, Polanco u Observatorio, ¿en qué otra parte de la Ciudad de México habitan tus letras?
Me gusta pensar que en cualquier barrio de la Ciudad de México donde alguna persona se pueda identificar con Canchero. Escribo más sobre instantes que sobre lugares, donde sea que se arme una reta a dos goles o un partido estelar al caer la tarde; a gol gana. Es cierto que hago referencia a varios sitios impersonales y con ritmo, pero sin olvidar mi barrio; San Miguel Chapultepec e incluso recordando el tuyo, ya que también en Coyoacán se pueden encontrar buenos lugares para patear la pelota.
A raíz del relato No. 2 de la primera parte y un poco por mi formación rabonera me surgió la siguiente cuestión: ¿futbol con acento o sin acento?
Cuando pasé un mes en Buenos Aires, descubrí recorriendo sus calles y sus boliches, que el futbol tiene, según cada latitud, un lenguaje único y diferente. Me di cuenta de que en Argentina el balompié se vive de manera distinta, te sabes tan lejos del resto del mundo que el futbol es lo único que queda, las líneas que trazan la cancha son más amargas. Un fin de semana me invitó una familia de Avellaneda a un asado, te mentiría si no te dijera que fue el mejor corte de carne que he comido en la vida, ahí entre unos tabiques y una parrilla a una cuarta de altura, esperando a que se consumiera el fuego para postrar los bifes, mientras bebíamos un fernet con Coca-Cola y hielos, la sangre escurriendo en el suelo a unas cuantas cuadras de los estadios de Racing y de Independiente. Fui testigo de un lenguaje distinto en todo sentido para con el futbol y la cultura.
Es un tema que también responde mucho a la edición, José Bernal partió de identificar con qué tono se dice la palabra “futbol” en cada pasaje del libro; si el relato está situado en Sudamérica, los personajes dicen “fútbol” con acento, pero si la narrativa sucede en la Condesa, va sin acento. Así el lector siente la atmósfera de cada lugar.
Escribiste en Canchero, que: “… tú no dejas el futbol, es el futbol el que te va dejando”. Para ti, ¿cuándo nos abandona el futbol, si es que lo hace y por qué?
Para cada uno de nosotros llega en un momento distinto dentro de la cancha, una buena entrada a la tibia te cambia la vida o una cola de vaca de un joven promesa que está por irse a jugar al extranjero y finalmente cuando simplemente dejas de ir, porque ya no dan las piernas en un desborde por la banda, es un proceso natural darles su lugar a las nuevas generaciones. Sí, pero por supuesto tragedia y comedia al mismo tiempo, el futbol también es una gozada estética.
Y si “… el último en salir desenchufa al abuelo”, como lo dices en el prólogo, ¿crees que los finales dramáticos, también son cómicos?
Sí, creo que en el futbol —como en la vida— las cosas no deben tomarse siempre tan en serio. La fatalidad de la naturaleza nos hace retirarnos y luego morirnos, en el inter, hay que reírse de uno mismo. Pasarla bien, sin ello, nunca me hubiera animado a tirar un caño poniendo en riesgo dejar a mi equipo mal parado.