Foto: Pexels / Lisett Krusimae

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Flaca

Ocurrió hace tiempo, aún tenía pelo y pocas responsabilidades. Vivía solo en el cuarto piso de un edificio en la colonia Anzures. El departamento pertenecía a mi madre, como muchos otros que ella rentaba; así se ganaba la vida.

Vivía de lo que me depositaba mi madre cada mes, no pagaba renta, luz, agua, ni nada. Me dedicaba a intentar escribir la nueva gran novela latinoamericana que nunca pasó de unas cuantas cuartillas.

Me despertaba a la hora que quería, excepto los miércoles, cuando era salvajemente despertado en la mañana por el trabajador del agua Electropura. Me traían mi garrafón a la puerta de la casa cada semana, siempre muy puntual; todos los miércoles a las diez.

Fue precisamente un miércoles a las diez cuando sonó el timbre y enseguida el grito que le acompaña: ¡El aguaaaaaaaa, el aguaaaaaaaaaa! Me quité las sábanas de encima y me levanté, caminé hacia la cocina donde estaba el interfón y le abrí la puerta al señor.

-¡Buenas tardes, jefe! ¿Dónde se la dejo?

-Acá en la entrada está bien. –Seguramente me apestaba la boca a modorro-.

-Veintiséis pesos, jefe.

El tipo del agua se fue y antes de que cerrara la puerta escuché unos sonidos que venían de la parte del lobby del edificio, ruidos de mudanza, supuse. Me imaginé la tremenda flojera de cambiarte de casa, contratar un flete, meter todo a las cajas para sacarlo otra vez. De repente escuché la voz de una mujer. Me pregunté si tendría pareja o no, aunque para mi suerte lo más probable es que estuviera casada o fuera lesbiana. Cerré la puerta con apatía y regresé a la cama. Todavía recuerdo que seguía escuchando voces, uno que otro silbido y el peso de los muebles cayendo sobre el piso, no paraba el escándalo y resignado me metí a la regadera. Pasaron cuatro días y todavía no sabía quién era la mujer que se había instalado en el departamento de al lado. Había oído su voz, era sensual, tenía acento argentino. ¿Estará tan linda como su voz? Me preguntaba.

El domingo siguiente quedé con mi madre para comer, salí del departamento y vi a la vecina, estaba de espaldas metiendo llave a la puerta. Me quedé pasmado y salí del trance cuando se volteó y me miró. Abrió los ojos, levantó las cejas y sonrió mientras venía hacia mí. Sentía que el tiempo se había puesto en pausa para verla caminar con esas botas de tacones altos que le llegaban arriba de las rodillas y la falda corta que dejaba sus muslos al aire.

-¡Hola! ¿Vos vivís en el once? –me preguntó ella-. Era preciosa, tenía los ojos azules, los labios prominentes y carnosos, el pelo castaño y las piernas largas.

-Sí, vivo en el departamento de al lado, al parecer somos vecinos de pared.

-Y sí, parece que sí -no quitaba la sonrisa-.

-¿Cuándo te mudaste? – como si no supiera-.

-El miércoles, recién llegué.

-¿De Argentina?

-No, boludo, al edificio -dijo dándome una palmada suave en el hombro-.

-Ah, claro. Pero si eres argentina, ¿verdad? Se te nota en cuanto abres la boca.

-Sí, soy de La Plata.

-¡Qué bien! Este edificio es como la OEA, en el piso de arriba hay un colombiano y una chilena, en los de abajo hay otros argentinos y creo que también hay una venezolana.

-Dale, pues acá tenés otra representaste de la Argentina y además peronista, eh. Era simpática, sus ademanes eran muy alegres, movía mucho las manos.

-¡Pues bienvenida! Me llamo Fernando –extendí mi mano para estrecharle la suya-.

-Soy Malena –dijo tomándome la mano y acercándose a mi mejilla para darme un beso-.

-¿Y cuánto llevas en la ciudad?

-Llevo dos años laburando acá. Empecé modelando en eventos, promocionando marcas. Después modelé ropa y ahora me acaba de contratar el Canal 4, voy a dar el clima en el noticiero de la mañana.

-¡Órale, pues felicidades por eso!

-Gracias, Fer. La verdad que fue un alivio, por fin voy a tener un ingreso fijo, ya no tengo que compartir con otras pibas un departamento, ni lidiar con hombres viejos tocándome la cintura en eventos, estaba cansada, posta.

-Claro, me imagino, debe ser duro.

-Sí, lo fue. ¿Y vos, Fer, qué haces?

Soy escritor, trabajo desde casa -¿cómo me atrevía a llamarme escritor sin tener un solo libro publicado?

-Mirá vos, ¡qué copado! ¿Qué escribes?

Ahorita estoy trabajando en una novela.

-¿Y de qué trata? -abrió los ojos, intrigada-.

No esperaba que Malena fuera tan conversadora, parecía tener todo el tiempo del mundo.

-Es la historia de un tipo que se enamora de su maestra de arte en la universidad y dos años después de que ella le dio clases comienzan a salir, el problema es que ella está casada, entonces se da una relación clandestina y súper intensa, finalmente ella decide dejar a su marido por él.

-Interesante, me gustaría leerla cuando la publiques -mientras decía esto se pasaba los dedos por las puntas del pelo-.

Pedimos el elevador y una vez dentro de éste me fije un poco más en ella; traía puesta una blusa de manga larga que dejaba descubiertos los hombros bronceados y pecosos, el color de la prenda resaltaba el azul de sus ojos. Me dijo que luego le diera recomendaciones de restaurantes en la colonia, con todo gusto, le respondí. Se abrieron las puertas metálicas, avanzamos al vestíbulo y nos despedimos, de nuevo me dio un beso y muy alegre me dijo que no podía perderme mañana su debut en la tele.

Al día siguiente programé el despertador a las ocho de la mañana, así me daba tiempo de ir al baño y poner el café para ver a Malena dar el clima. Quedé impactado, el vestido que traía era maravilloso y ella estaba espectacular. Esa semana hice lo que no hacía desde hace mucho: levantarme temprano. Toda la semana repetí la misma rutina. Era una delicia verla en las mañanas desde la comodidad de mi cama. Fantaseaba con ella, me rendía ante el onanismo y alternaba las imágenes en la pantalla con algunas escenas proyectadas en mi cabeza; Malena y yo, agasajándonos afuera de su departamento, solo nos separábamos para buscar las llaves, abriendo la puerta entre besos, la empujaba contra la pared, tocaba sus piernas, metía las manos hasta el fondo de su falda. Cuando terminaba me sentía patético, ese ritual se transformó en algo cotidiano y era lo más destacado de mi día.

Otra cosa que cambió en mi rutina fue bañarme diario, quería estar limpio para saludarla en el pasillo cuando ella llegara a casa después de un día agitado. A las tres semanas de estar calculando su horario y salir con cualquier pretexto para verla se me empezaron a terminar las excusas, temía que ella pudiera notar que tenía sus tiempos bien aprendidos así que decidí comprar un perrito.

Para cuando me conseguí un schnauzer miniatura, Malena ya llevaba dos meses en el edificio. Mi estreno con la mascota fue memorable; estaba en el umbral de la casa, con la puerta emparejada, la correa en la mano y en cuanto escuché la cerradura de al lado abrirse, salí y caminé hacia el pasillo. Malena traía un abrigo gris encima del vestido, se le veía decaída, pero cuando vio al animal su cara se llenó de felicidad, ¡qué lindo que es! ¿Es tuyo, Fernando? El cachorro movió la cola y se le acercó, ella se agachó para acariciarlo y mimarlo.

-Lo acabo de adoptar, un amigo no podía quedarse con él y no tuve corazón para dejar al perro sin hogar -mentía-.

-¡Ay, Fer, qué bueno que lo hiciste, está hermoso! ¿Cómo se llama?

-Mmm… No lo sé aún.

-Deberías ponerle Gus, tiene cara de Gustavo, ¿verdad que tenés cara de Gustavo? – le preguntó al perro-.

-Me gusta Gus, será su nombre. -esta vez no mentía, me agradaba el nombre-.

Adquirí también la costumbre de salir a correr en las mañanas con Gus. Ahora lo más destacado del día eran los encuentros con Malena en el elevador, verla diario tan guapa y arreglada partir al trabajo, en trajes sastre, vestidos o faldas, además me sentía un afortunado porque ya sabía cómo iba presentar el clima. Siempre olía bien, una mezcla perfecta entre su sutil perfume, jabón y crema corporal, me la imaginaba saliendo de la ducha con la toalla en la cabeza y untándose la crema en esas divinas y largas piernas. Siempre regresaba a tiempo para verla en la tele, era mi única obligación.

Me pasaba buena parte del día pensando qué decirle. ¿Cómo hacerme el interesante? ¿Cómo la invitaría a pasar a mi casa? ¿O sería ella la que me invitaría a tomar algo? ¿Sospecharía de mi puntualidad al salir? Eran cinco para las ocho y yo estaba listo con Gus para dar otro paseo nocturno. Llegaba Malena, a esa hora vestía con ropa de gimnasio, me encantaba verle el cuerpo en esas licras pegadas y la chamarra abierta a la mitad, asomándose el top ajustado que le marcaba ese soberano y pecoso par. Me saludaba siempre amable, cariñosa, con un beso en la mejilla, el beso que había estado esperando toda la tarde. A decir verdad, creo que prefería el encuentro de la tarde al de la mañana, el primero era delicioso, ella recién bañada, pero el de la tarde me resultaba más íntimo, me volvía loco sentir el contacto con su piel húmeda, pegajosa y el olor a sudor que desprendía su cabeza. Cuando estaba de suerte, me daba un abrazo que duraba unos segundos y yo aspiraba todo lo que podía de su fragancia natural.

Al final era casi siempre lo mismo, gozaba por la mañana y por la tarde de esos escasos ratos junto a ella, pero nunca pasaba nada realmente interesante. En raras ocasiones conversábamos cerca de cinco minutos, me ponía muy nervioso y postergaba la invitación, ella tampoco decía gran cosa y no quería sentirme más acosador de lo que ya era.

Malena no salía mucho, eran raras las noches en que llegaba de madrugada. Lo más tarde que volvió fue un sábado de marzo; a las cuatro de la mañana, lo supe porque me quedé intranquilo. no llegaba y no podía dormir. Descansé cuando escuché la puerta de la casa abrirse y el tic tac de sus tacones. Tampoco tenía muchos amigos, solo la había visto con tres; un homosexual con acento caribeño, otra argentina y una mexicana.

Habían transcurrido ya seis meses desde que Malena se había mudado y la rutina seguía siendo la misma. No aguantaba más, llevaba más de un año sin sexo y no podía seguir pensando en Malena como epicentro de todas mis fantasías. Todos los días nos acostábamos en mi imaginación, a veces le hacía el amor con pasión y ternura, otras veces cogíamos violentamente, rebasados por el deseo. Ya no podía seguir así, por eso fue que decidí un viernes invitarla a mi casa a cenar.

Para las siete de la noche ya tenía todo preparado; la salsa hecha con jitomate, aceituna negra, albahaca y ajo lista en la olla. Los ñoquis en una cazuela ya cocidos y a punto para mezclarse con la salsa. Había comprado una botella de Malbec, la dejé sobre la mesa que había decorado con un mantel de cuadros y velas. Además, mi departamento lucía impecable. Poco a poco el nerviosismo fue aumentando, sudaba demasiado, me encontraba parado frente a la puerta entreabierta, pendiente del arribo de Malena, las rodillas me temblaban.
Eran las casi las diez de la noche y todavía no llegaba, la frustración se apoderaba de mí, me sentía derrotado. Le hubiera dicho en la mañana y así me aseguraba que venía, pensaba arrepentido.

A las once y cuarto de la noche escuché el elevador abrirse, corrí hacia la puerta para asomarme por la mirilla, apareció su voz, hablaba con un tipo poco más alto que ella, medio gordo, detestable. Mientras Malena buscaba las llaves en su bolso, él la tomó de la cadera con la confianza que yo nunca tuve y la jaló hacia su cuerpo. Se besaron como si ambos estuviesen esperando ese momento toda la tarde, se detuvieron y ella le preguntó lo que yo tanto había anhelado durante meses:

-¿Querés pasar?

-Claro que quiero, flaca -contestó el panzón y acto seguido la volvió a besar-.

Malena abrió la puerta y los dos entraron a la casa, entre risas, se escuchaban leves tropiezos e imaginaba que eran debido a que no se quitaban las manos de encima.

Perdí la cordura, no sabía qué chingados hacer. Sentía celos, rabia, impotencia… El pánico se aproximaba, caminaba en círculos por la sala, sin saber dónde o cuándo parar. Abrí la botella de Malbec que compré. Me la bebí en pocos tragos, aventé al piso todo lo que había puesto en la mesa y finalmente me dirigí hacia mi habitación, dispuesto a dormir.

Prendí el estéreo y puse una melodía de Debussy tocada en piano; inalcanzable, sensual, erótica, como ella. Estaba de pie junto a la pared, con la oreja pegada e intentando descifrar qué pasaba al otro lado del muro. Había silencio y distinguía algunos gemidos. No sabía qué pensar, sentía el coraje punzándome en el estómago. Poco a poco la sensación de frustración se fue convirtiendo en curiosidad. Fue en ese momento cuando noté la erección y quité la música para oír todo lo que pudiera.

Me desnudé, comencé a tocarme, primero la base, después escupí en mi mano para frotarla contra la cabeza del pene, repitiendo el movimiento de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba, me aliviaba. Escuchaba como Malena jadeaba, sus suspiros eran cada vez más constantes y seductores, cobraban ritmo junto con el ruido de la cama retumbando.

En mi mente éramos Malena y yo quiénes nos besábamos cada vez más ansiosos, eran mis manos las que la desvestían, le sacaba los tacones, la sentaba en la cama y yo me arrodillaba para besarle los pies, sentía entrar el primer dedo a mi boca, lo acariciaba con mi lengua. Mis labios recorrían sus piernas, sentía su olor cada vez más cerca, le quité los diminutos calzones y me dediqué lamer su clítoris mientras ella me tomaba de la cabeza y se perdía en respiraciones agitadas. Ya entra, me decía. Estaba encima de ella y sentía mi pene deslizarse fácilmente gracias a la humedad, me movía hacia los lados para después hacerlo hacia delante y hacia atrás. La velocidad de nuestro vaivén aumentaba y los besos se tornaron lengüeteos desesperados, sentía un espasmo y su vagina se estrechaba, apretándome.

Terminé, me había venido fuertísimo, sentí el semen salir de mí y estrellarse contra la pared, dejándome pasmado, de pie y con la boca abierta, jadeante. Del otro lado seguía escuchando el golpeteo de la cama y recordé mi soledad, pegándome como nunca.

Tal vez el orgasmo facilitó el sueño esa noche, pero al despertar sentía pena conmigo mismo, era un voyerista, un acosador, un puto enfermo. Opté por reprimir cualquier deseo hacia Malena. Regresé a los viejos hábitos y ahora sacaba a pasear al perro a mediodía, cuando era imposible encontrarla.

Dos meses después coincidimos en el pasillo un sábado.

-¡Qué milagro, querido! ¿Dónde te habías metido este tiempo?

-Mucho trabajo, esa novela no se va a escribir sola -de nuevo mentía-. Malena asintió y se puso de cuclillas para acariciar a Gus.

-Me voy a Argentina dos meses, a pasar las fiestas y el insoportable calor de esta época en el Río de la Plata -dijo esto cargando a Gus, haciéndole cariños-. ¡Ay, te voy a extrañar, Gus! Y a vos también, Fer.

-Y yo a ti, Malena, feliz Navidad y Año Nuevo.

-Nos vemos en un par de meses, te voy a traer unos alfajores buenísimos.

Nos dimos un abrazo largo, me besó en el cachete, subió al elevador y movió la mano despidiéndose mientras éste se cerraba.

Durante su ausencia, mi mamá me dio la noticia de que se había desocupado el departamento que siempre había querido para mí, el del edificio de Orizaba. Acepté sin pensarlo y ahí estaba, enfrentándome a la temible mudanza.

Cuando Malena volvió ya no me encontró, jamás volví a verla, ni siquiera en el noticiero de la mañana. La televisión fue el único objeto que dejé en mi antigua casa, el que más me recordaba lo patético que me había sentido durante esa época.

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