Por: Ania Otaola
Los ojos que nunca callan, la más fina semántica, la mueca enciclopédica curva de la cara, el tacto revelador de historias en cada una de estas cicatrices.
El reconfortante silencio de las miradas.
Este idioma que, sin hablar, habla.
Y nosotros condenados con palabras que se escapan de esta boca y no dicen nada.