El nombre de Ricardo Garibay se sostiene (sobre todo) por las voces de aquellos donde la literatura forma parte de una vida, de una ética. Una pasión o un estímulo infranqueable. Diario. Constante. Latente. Pero extraño…
Su obra de ficción recae en la búsqueda constante de una frase, renglón o ‘astucia’ donde la belleza tome de la mano a la técnica para así engendrar la proeza literaria. Hombre amoroso. Rencoroso con el mundo pero sutil, cariñoso y apasionado por el oficio aprendido sin educación académica avalada por títulos universitarios: la escritura. La literatura.
Amigo de los políticos y curioso eterno por el misterio femenino, Garibay es la viva imagen del éxito artístico donde lo menos que se tiene es la permanencia absoluta entre los contemporáneos. Carlos Monsiváis señalaba que la alta cultura no pretende formar parte de las mayorías, sino que es lujo de las minorías que lo son a pesar suyo: leer a Garibay es descubrir que el gusto por la sintaxis no abandona a la lógica descriptiva sino al contrario: la hace carne que palpita, tacto de profundidad certera, pensamiento convertido a una inteligencia que sólo una mano como la de él pudo mantener impoluta a lo largo de su obra.
Recordar a Ricardo Garibay es trazar una línea cronológica en el orbe de las letras que inició de manera tardía: publicó su primer novela (experimentación, diario, crónica de la muerte de su padre) Beber un Cáliz (1965), después de derrotarse ante la profesión que eligió para ganarse la vida: la abogacía. No sin después sacar del cine –de la escritura de guiones de cine– apenas migajas. Y es que el reconocimiento le llegó a Garibay manera de gotero sin encumbrarlo a las instancias donde Carlos Fuentes o Juan Rulfo en aquella época transitaban; sin embargo, apunta Vicente Leñero que Garibay es autor imprescindible en el orbe de la literatura nacional, o así lo definió el autor de Estudio Q a manera de halago para su cercano compañero de oficio:
“Creo que fue un hombre muy resentido con su medio, porque no se le reconocía lo suficiente. Uno de los grandes fallos en la historia de la literatura mexicana es que no se le dio el Premio Nacional de Ciencias y Artes. Ése es un hueco terrible”.*
La vida útil de todo escritor se extiende hasta que el cuerpo es enemigo y no aliado al momento de batallar con las palabras para someterlas, unirlas, romperlas y realizarlas en algo que perdure (la obra): incursionó (como se sabe hasta el cansancio) en la novela, crónica, cuento y ensayo; no obstante rejego a escribir poesía decía para defenderse en uno de tantos encuentros con Germán Dehesa en el programa Diálogos con Garibay: “Me cansa la condición lamentosa del poeta…” No por ello es menos estéta debido a que el verso para él no fue su refugio al momento de crear, a partir de una mecánica establecida de sonetos. En este sentido, la prosa fue amiga leal y conocedora de sus remiendos del alma: página ella en blanco para el atino de su pluma y su imaginación elástica: Par de Reyes, novela tipo western narra el entrenamiento de dos hermanos para llegar a ser los más letales asesinos; Taíb es el relato cósmico de un sueño en espiral que se agarra de fragmentos de espejos que cumplen con la norma de la maestría técnica. Triste Domingo cuenta el desgarramiento al que el amor y el placer hacen sucumbir la vida de una pareja.
Es entonces cuando Garibay, en sus últimos años –fallecido en enero de 1999–, narra su propio deterioro carnal más nunca imaginativo. Su novela corta titulada El joven aquel (1997) reestructura una biografía amorosa y repleta de ternura de un hombre que intentó mostrarse fuerte, amargado y difícil en su trato cotidiano, pero que se doblegó (como todo individuo que se jacte de ser reacio) ante la mirada acuática de una mujer de su vuelo. La trama es un estertor anticipado de dos enfermedades que lo consumieron en los suspiros finales de su carrera vital: el cáncer y la melancolía.
Un viejo que recuerda, un adulto que vive en la nostalgia, un joven enamorado y tímido que mira, de lejos, al amor de su vida en un teatro del colegio. El amor se emparenta al deseo en el sentido en que José Donoso Pareja resuelve en la novela Día tras día: “El cuerpo y el corazón están muy cerca”, y el joven Ricardo apenas descubre lo que su figura esbelta, templo de la fe aún, tiene escondido en el sótano sus cavernas: el dolor, la pérdida y la búsqueda de esa mujer en la vejez. Caricatura de ella misma cuando al fin el destino se la devuelve. Resentimiento ahogado por el ayer. Hartazgo de que el amor sea imposible y sólo exista a partir de lo que fue. Así por esas mismas fechas, Garibay traza en un ensayo estético llamado el Hombre Celestial, su cofradía por el ser amado (el ser inalcanzable, decía Pitol) con mano maestra y estilo inimitable:
“Era todo lo amado, todo lo amante, trascendía y al mismo tiempo se apretaba rozando las carnes tibias hasta lo más adentro de todos los seres. El aire se poblaba de rosas. Y el olor era el de las cosas queridas, diáfanas, transparentemente queridas, queridas, queridas, querida vida”.*
Conocer a Ricardo Garibay es conocer a la literatura de calidad. Descubrir que unos mismos ojos pueden destilar la belleza de la macabra y oscura muerte, de la ausencia, del tedio en medio de una senectud enferma, próxima y resuelta a terminar con aquella respiración gastada por el tabaco a toneladas. El oficio es lo último que Garibay soltó emulando a Alfonso Reyes: “Comencé haciendo versos, sigo haciendo versos y moriré haciendo versos.” Leerlo es hacerlo perdurar, descubrirlo es mirar, de cerca y con cariño inmediato, a ese tímido, escuálido y hambriento joven cuyo futuro no se imagina escrito en letras brillantes. A manera de epitafio, todo artista deja su obra para quien se atreva a asomarse al ataúd que estará siempre abierto. Garibay lo tuvo claro: permanecer es el afán único de todo hombre.
* El Informador. (2009). “Leñero reinvindica la figura humana y literaria de Ricardo Garibay.” 2 de abril del 2021, de El Informador. Sitio web: https://www.informador.mx/Cultura/Lenero-reivindica-la-figura-humana-y-literaria-de-Ricardo-Garibay-20090504-0286.html
* Garibay, Ricardo. (2002). Obras Reunidas Tomo 9 “Varia”. México, D.F: Océano