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Eres también lo que no fuiste

Está visto que para millones de argentinos y para millones de napolitanos, si no es que para todos los unos y los otros, el año futbolístico 2022-23 será a Maradona lo que la reconquista de Valencia al Cid Campeador: la demostración de que se pueden ganar batallas después de la muerte. En Qatar 2022, dos años después de la muerte de Maradona, Argentina volvió a salir campeón mundial, lo que no había podido conseguir desde que Maradona le condujo a ese sitial; y a mediados de 2023 el Napoli volvió a ganar una Liga, lo que no había podido lograr sin Maradona. Las conquistas de la tercera estrella argentina y del tercer scudetto napolitano se nos ofrecen como gestas en las que Maradona, ausente en cuerpo, estuvo, sin embargo, presente.

Lejos de caer en la tentación oportunista de pregonar la existencia de un supuesto influjo del gran capitán para que sus dos mayores éxitos se repitieran post mortem —en uso de los poderes trascendentes que le atribuye su fervorosa feligresía— protagonizados por Lionel Messi y por Victor Osimhen, el periodista, escritor y comunicador uruguayo Sebastián Chittadini decidió entregarnos un relato inverso, ya no el de las presencias tutelares de Diego a pesar de su ausencia física, sino el de sus ausencias constatables, sus estancias nunca concretadas, su no paso por algunos clubes en los que en vida pudo haber estado presente y no lo estuvo.

Los Diegos que no fueron, publicado por Fútbol Contado Ediciones, disponible en México en Librería Deportiva AGMEX (ubicada en avenida Canal de Miramontes 1816, esquina con avenida de Las Torres, en la colonia Campestre Churubusco, Alcaldía Coyoacán, atrás de la estación de Metro Taxqueña y de la Central Camionera del Sur), reúne episodios que relatan cortejos no consumados, acercamientos que se quedaron en eso. Es el inventario de las camisetas que no quedarán empolvándose en el armario de los recuerdos de Maradona. Lo que nos trae Chittadini es la narración bien contada de treinta y siete de sus fichajes frustrados.

Maradona era experto en amagues. Un vistazo superficial a Los Diegos que no fueron puede hacernos caer en otro tipo de engaño maradoniano: el de creer que, por no haber materializado en la incorporación efectiva del genio, las tentativas malogradas de contratarlo no son también parte de su historia. Si nos comemos la finta de abandonarnos a solamente explorar su veta contrafactual, nos perderemos buena parte de la riqueza del libro de Chittadini, que no se agota en el ejercicio, sabroso también, por supuesto, de imaginar lo que pudo haber sido y no fue. Porque detrás de cada traspaso que no llegó a ser tal habita la impronta del personaje que lo motivó. Todos esos traspasos fallidos tienen sus respectivas tramas, que resultan inseparables de la singularidad de Maradona. Por eso coincido plenamente con el autor del epílogo del libro, el también uruguayo Víctor Hugo Morales —el que se inmortalizó al relatar en vivo el segundo de los goles que Maradona le hizo a Inglaterra en México 86—, quien afirma rotundo al comienzo de su texto epilogal: “El Diego que no fue es el Diego que sí fue”. El Maradona tangencial, el de las aristas menos conocidas, es también Maradona.

La carrera de Maradona como deportista profesional cubre un arco temporal de más de veinte años (1976-1997), que va de su aparición en Argentinos a su adiós en Boca. Sin embargo, no se puede graficar con un trazo rectilíneo, ni siquiera con uno parabólico, sino que exige dibujar intrincadas curvaturas que no tienen equivalente en la trayectoria de colega alguno. Su vida como futbolista se vio alterada por dos suspensiones que, sumadas, lo alejaron de las canchas durante dos años y medio, en los cuales, contra natura, ejerció de entrenador, derrotero que siguen los futbolistas tras el retiro definitivo, pero que en él fueron pausas que preludiaron nuevos regresos, aunque ya no fuera el mismo de sus días luminosos. El libro de Chittadini nos muestra que el periplo maradoniano, excepcional e irrepetible de suyo, tanto en su fulgor como en sus sombras, pudo ser aún más complejo, empezando porque pudo haberlo llevado más allá de los confines del mundo latino —del que nunca salió, pues jugó en las Ligas de sólo tres países: Argentina, Italia y España—, en tiempos en los que todavía no era moneda de curso corriente la palabra globalización.

Una paisana de Chittadini, que vivió durante diez años en México, la poeta, crítica y traductora Ida Vitale, en su libro Resurrecciones y rescates nos recuerda que en un relato del narrador italiano Giovanni Papini “se habla del vicio de andar en busca de un raro con la esperanza de encontrar un grande”. El libro de Chittadini documenta que varios clubes del mundo han hecho lo mismo, y que en su búsqueda de un raro se toparon con un grande de apenas quince años. Porque las pujas por Maradona no esperaron a su debut profesional. Eran los días en que las secciones deportivas de los periódicos, como también los diarios de información exclusivamente sobre deportes, daban cuenta del asombro que precoz despertaba. Al paso del tiempo, ya en los años crepusculares, no sería ese tipo de publicaciones, sino la prensa rosa, la que se pondría a rumorear acerca de dónde iba a recalar con su futbol. Es tan variopinto el elenco de clubes que infructuosamente lo pretendieron —unos como serios aspirantes a lograrlo, otros como meros suspirantes— que no serán pocos los lectores que, luego de adentrarse en las páginas de Los Diegos que no fueron, se enteren de que Maradona pudo haber defendido los colores de su club.

Que las historias narradas por Chittadini no tuvieran por desenlace las firmas de Maradona y sus pretendientes estampadas al calce de un contrato obedece en mucho al perfil psicológico de Diego y de quienes formaron parte de sus sucesivos entornos, pero también al de quienes se sentaron al otro lado de las mesas de negociación. Desde empresarios que no se limitaron a anhelar a Maradona, que en cambio dieron pasos para enfundarlo en el uniforme de las instituciones que encabezaban, hasta dirigentes que lo tuvieron al alcance y lo soslayaron; algunos movidos por el objetivo de robustecer la competitividad futbolística de sus equipos, otros por la ganancia económica de una eventual venta posterior de su pase o por motivos estrictamente publicitarios, personajes provenientes de ámbitos que van de la política a las industrias más disímbolas, sujetos cuyos rasgos de personalidad terminaron por modalizar en mucho las vicisitudes que atravesaron las conversaciones. Chittadini cuenta la historia del presidente de un país al que el congreso de la nación lo destituyó de su cargo por considerarlo loco. Quizá los parlamentarios sabían que el personaje en cuestión quiso valerse de su investidura para tener a Maradona en el club de sus amores.

Gracias a Chittadini los lectores mexicanos descubrirán que un club de una Liga de élite en la que ni uno ni otro jugaron estuvo muy cerca de juntar en su plantilla a Maradona y a Hugo Sánchez, quienes solamente una vez coincidieron en una misma alineación: en el partido de exhibición que marcó el adiós de Platini. No miento si digo que en Los Diegos que no fueron se afirma además que Maradona estuvo cerca de jugar para el América y que Jorge Vergara fue tras él dos veces.

Autor de cuatro libros previos —uno acerca de la selección uruguaya (Que vuelva la celeste de antes), el segundo a propósito de Obdulio Varela, la mayor leyenda del futbol charrúa (Segunda vuelta obdulista), el tercero sobre el difícil trance que atraviesan los futbolistas cuando se retiran (La vida después del fútbol) y el cuarto que homenajea a veinticinco exponentes destacados del futbol de su país (Asomando por el túnel)— Chittadini, al igual que Maradona, también pudo haber seguido caminos que finalmente no transitó. No fue el basquetbolista de NBA que habría querido ser, tampoco el abogado en que estaba llamado a convertirse —profesión cuyo estudio soportó no más que seis meses: nadie es perfecto— ni el publicista que seguro se arrepintió de dejar ir una agencia europea. Pero a cambio de esos Sebastianes que no fueron, Chittadini hoy es el orgulloso padre de Julieta y Dante —sus goles maradonianos—, el esposo amoroso de Florencia, además de ser una pluma consolidada del periodismo narrativo en lengua española, que combina la vocación por la docencia universitaria con la preocupación por preservar el periodismo deportivo de calidad a través de su participación en medios radiofónicos. Con su colega argentino Juan Stanisci, motor de la revista autogestiva Lástima a nadie, maestro, Chittadini coordina el taller en línea de crónica deportiva Entre imágenes y mil palabras.

Que el lenguaje del amor se enriquece con expresiones sacadas del lenguaje de las batallas es algo que quizá no descubrió, pero sí subrayó, el escritor suizo Denis de Rougemont. En su célebre ensayo Amor y Occidente enumera algunos de los recursos metafóricos extraídos de la jerga militar: “El amante asedia a la dama […], intenta vencer sus últimas defensas”. Las historias que reconstruye Chittadini son historias de amores imposibles, que se leen, bajo el lenguaje guerrero del amor y del deseo, como duelos de convencimiento, esgrimas de persuasión en las que probables destinos maradonianos acabaron enmarañados en los vaivenes de ofertas y contraofertas formuladas por promotores, por directivos y por el propio Diego, no siempre vinculadas a cuestiones de dinero.

En un mundo gobernado por el deseo de apropiación, Sebastián Chittadini nos comparte los avatares de aquellos que se empeñaron, sin éxito, en hacer suyo en exclusiva, así fuera por poco tiempo, a un futbolista que de tan maravilloso acabó siendo patrimonio de todos: no sólo de la grey futbolera, sino de todo el género humano.

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