El poeta Carlos G. Munté (Barcelona, 1989) debuta en el género aforístico con Esplendores mínimos, este libro fetén, editado con mimo por La isla de Siltolá. Paseando por sus páginas nos vamos adentrando, como en una niebla inevitable, en el ambiente opresivo de las grandes ciudades, en esa soledad que solo puede sufrirse en los lugares más abarrotados, sentimos el peso del vacío posmoderno en la boca del estómago y el mordisco tenaz de una sed que con nada parece saciarse.
Sin embargo, el autor mantiene intacta la mirada sagaz del poeta, un ojo avizor al que nada se le escapa porque todo le afecta. Tal vez no encuentre confort inmediato ni respuestas definitivas, pero con lo que halla se cubre las heridas y continúa el camino, que no es poco. Tenemos en nuestras manos un diario de brevedades o cuaderno de notas a contramuerte.
Junto a los temas clásicos que ya trataron los moralistas franceses (vida, muerte, Dios, soledad, vacío, silencio) aparecen las obsesiones de Munté (cine, música, bares, espejos) y los temas recurrentes de la poesía y el aforismo. En esta obra concurren (o al menos a mí me lo sugiere) el humor, la ironía, el realismo más punzante, la ocurrencia, la paradoja, una pizca de pesimismo cioranesco, la ternura, el nihilismo y también la esperanza, las sentencias de corte clásico, la greguería, un deje de Ramón Eder, un guiño a The Clash, la crítica acerada de Karmelo C. Iribarren, las definiciones ingeniosas al más puro estilo de José Luis Coll, el homenaje velado a Groucho Marx, el hallazgo poético, el padre, el publicista, el dipsómano, el amante y todo lo que ha hecho posible que este espectador sea Carlos G. Munté y siga atento, sin tirar la toalla y con ganas de más.
El resultado es un debut dignísimo, un intento acertado de captar los esplendores mínimos que laten escondidos entre las opacidades de lo cotidiano. Eso ya es más que suficiente para mantenernos en pie con dignidad, con la intención de lograr lo más difícil: estar vivos en vida y que valga la pena.
A continuación, una pequeña selección de los aforismos que aparecen en Esplendores mínimos:
Resurrecciones hay que no son post-mortem.
La ignorancia logra a veces que la cordura parezca una iluminación.
Qué fácil confundir antídoto con veneno cuando ambos distraen al dolor.
Me resulta tremendamente injusto que, al morir, los pájaros no caigan hacia arriba.
El aforismo como bala que cierra heridas.
La lluvia es la telaraña que la vida teje para atrapar amantes.
Los mejores poemas los escriben los espejos de los bares.
Es terrible encontrar tu sitio en el mundo y que ya esté ocupado.
Besar como si hubiera un mañana; eso sí que requiere valentía.
Escribir es nacer a sabiendas.
El futuro: ruinas en proceso de construcción.
Por desgracia, lo difícil es ser otro y no uno mismo.
La piel es una diana esperando una herida.
En la oscuridad más absoluta, uno sólo puede reconocerse por dentro.