No sé muy bien si lo que me pasa sea posible causa de su asombro, pero ustedes existen sólo porque yo los nombro en este relato cliché y aburrido, por lo que no hay escape ni olvido que los salve de escucharme. No vengo con idea de contar un cuento, más bien vengo a plasmar mi sufrimiento para evitar hundirme en el hastío, también para aguantar las ganas de abrir un vino y para engañar por un rato a la memoria. Sé por experiencia que la angustia no es transitoria, porque no existe en mi historia momento donde ella no esté presente. Y lo curioso de éste ente no es solo su permanencia, sino que no distingue entre verdad o ciencia, entre favor o consecuencia, no hay decisión ni reminiscencia que no la traiga escondida en algún rincón. Desde el inicio de esta declaración yo avisé que era un relato cliché y aburrido, la verdad es que no busco ser un payaso divertido aunque payaso ya soy. También voy a confesarles que acabo de abrir el vino y les cuento ya que estoy en este camino: no tengo autocontrol. Tampoco le encuentro solución ni salida transitoria al imperio de las sombras que rige mi inconsciente, no hay espacio en mi mente que no rece por un velador. A veces se escucha un acordeón, otras un piano embrujado, y aunque toda melodía suena en vano grita desesperación. Si manejo bien la situación no es por gusto o por consideración sino por años y años de fracaso en la lucha contra la aceptación, que me llevaron después de mucha decepción a entender las reglas de este mundo. Las cuales no era que no entendiera sino que me negaba a aceptar que así fuera, que no haya nada allá afuera que apague un poco el dolor. Y como si eso poco fuera, cada vez que algo vino e hizo que yo en algo creyera, no tardó en irse ni en cerrar con llave del lado de afuera, quedando yo en estado más deplorable que el anterior. Lo que queda de mí es un rejunte de despojos, mucho cansancio y bastante enojo que en realidad es tristeza, también me caracteriza mi pseudo entereza, mi habilidad para disimular resiliencia ante cualquier situación.Pero no son más que mentiras, capas que conforman una abadía gobernada por la razón, la que me dice que muestre fuerza, que no actúe como una mensa, que no desperdicie la elocuencia de mi autopreservación. Y así termina mi declaración, imaginarios amigos míos, no porque toda mi miseria haya transmitido, sino por culpa del vino que por un rato ha reducido mi inmundo deseo de extinción.
Categorías