Hago crítica musical y literaria desde la emoción: Carlos Olivares Baró

No exagero cuando digo que Carlos Olivares Baró (Guantánamo, Cuba, 1950), Carlitos para los amigos, es uno de los grandes periodistas culturales del último medio siglo en México.

Rodeados de un enjambre de discos y libros apilados, una fotografía enmarcada junto a Celia Cruz y un letrero revolucionario que reivindica, amablemente, la lectura de poesía en su departamento, hablé con él sobre las dos caras más reconocibles de su inagotable curiosidad intelectual: la música y la literatura.

Tras escucharlo profesar su amor por México y defender fervientemente la prensa escrita, sobran los motivos para pensar que Carlitos es como el Last dance que lanzaron en complicidad el pianista neorromántico Keith Jarrett y el contrabajista Charlie Haden: «altivo, cálido y sentimental: grandiosamente lírico».

Dicen sus amigos de usted que es un guantanamero y caribeño irredento. 

La cuestión es la siguiente: hay una especie de contraste entre la parte oriental y la parte occidental de Cuba. Guantánamo y Pinar del río no se parece en nada. Tiene incluso que ver con la manera de concebir el mundo. En oriente hay un gozo por la música, por el mar. Los orientales defendemos ese origen.

Su mexicanización obedeció a razones de amor.

Indiscutiblemente. Yo llego a México por razones particulares: venía por dos o tres meses, pero el país me agarró de una manera totalmente inusitada, como a García Márquez. Conseguí trabajo en una universidad privada y decidí quedarme. Muchos cubanos de mi generación prefirieron Miami. A mí nunca me interesó Miami. Yo no cambio a México por nada. Mi país es México. A veces me olvido que soy cubano. Este es un país muy noble, que nos abrió las puertas a gente como el investigador Alejandro González Acosta, el historiador Rafael Rojas, el periodista Rubén Cortés o el cantautor Francisco Céspedes. Yo tengo publicadas en México dos novelas, un libro de textos periodísticos. Escribo una columna semanal, entrevistas y textos en La Razón, un diario de circulación nacional. Lo que yo he logrado en México, no lo pude haber logrado en Miami. México ofrece posibilidades. 

Antes de crítico musical, usted es bailador. 

Yo bailo a todas horas, desde niño. Sigo yendo al Mama Rumba. En el oriente se baila con locura. El baile es parte fundamental de la isla. En mi casa siempre hubo discos. Yo tenía un aparato reproductor soviético. Por eso me invitaban siempre a las fiestas, porque yo era el de la música. Yo no estudié música, pero tengo buen oído. Paquito D’Rivera, un gran músico cubano de jazz al que quiero mucho, me dijo: Carlitos, qué lástima que tú no estudiaste música porque tienes un oído excepcional.

¿Se siente más cómodo bajo el apelativo de musicólogo o melómano?

Con el tiempo he aprendido lo que es un acorde, un contrapunto, a leer una partitura. Pero cuando escribo una columna y una reseña lo hago desde la emoción. Lo técnico está en un segundo plano. Cuando escribo lo que hago es volcar mi emoción. Me pasa con el jazz, con la música popular cubana, con la ranchera mexicana. 

Escribir de música en prensa escrita es un acto de resistencia.

En México hay muy buenos musicólogos, como Ernesto Márquez, que han combinado muy bien su labor con la prensa escrita. El tema es que la prensa escrita está por desaparecer, aunque yo sigo insistiendo que no es lo mismo tener el periódico en la mano, manchándote los dedos de tinta, que leer algo el internet. El periódico es tomar un café en la mañana, ver las ochos columnas. Yo, en realidad, seguiré defendiendo la prensa escrita hasta que me lo permitan. El gozo y la satisfacción de ver tu nombre publicado en la columna en la mañana y ver a un tipo en el metro con el periódico es muy emocionante. Vargas Llosa dijo una cosa muy interesante: lo digital puede producir grandes textos de entretenimiento, pero nunca un Quijote o una Ilíada.

¿No es un poco radical aquello de aborrecer el reguetón?

Eso pasó antes con el mambo y con el rock. Fueron atacados de una manera implacable, aunque siempre tuvieron un resquicio en el que se asomaba cierta calidad que el reguetón no tiene. Es monótono, no hay variación en la cadencia, como en el mambo, ni tiene armonía. La guitarra en el rock tiene una función que no tiene la percusión en el reguetón. Igual me parece interesante porque, de alguna manera, es la expresión de la calle. 

¿Qué lugar ocupa la crítica literaria en su quehacer intelectual y sentimental?

Yo no me considero un crítico literario. Está la crítica literaria académica, de cita y referencia, que a mí no me interesa en lo más mínimo. Yo le quiero a decir al lector por qué un libro me hizo llorar, por qué me llamó la atención, por qué ese libro me hizo no dormir para terminarlo. La teoría para explicar el texto me parece poco interesante. Me interesa la emoción. Por eso me encanta reseñar poemarios: me permiten ser un poco más libre. 

Usted se ha jactado de no ocuparse de los libros malos.

Yo lo aprendí de Reinaldo Arenas, que fue mi gran amigo. Él me decía: Mira, Carlos, si el libro no te jala desde el principio, eso no tiene arreglo. También está Paul Valéry, que decía que el poema no es más que el desarrollo de una exclamación. El primer verso tiene que ser poderoso. Si el inicio no es bueno, cuesta. La literatura es una cuestión de oído. La prosa narrativa es una cuestión de oído. José Emilio Pacheco, William Faulkner, el primer Mario Vargas Llosa son puro oído. Es una cuestión rítmica del lenguaje. Si a mí los libros no me agarran musicalmente, hay un problema.  

¿Cómo se gestó Un sintagma por aquí, un estribillo por allá?

Son textos periodísticos publicados en La Razón, Letras Libres, Cubaencuentro. Entrevistas a músicos, a escritores. Hay un texto dedicado a México, que para mí es fundamental. Y hay una parte muy juguetona, que es la de Karla, un travesti que se movía por la calzada de Tlalpan. Es, en realidad, una miscelánea. Hay entrevistas, crónica, reseña rigurosa. Es un libro muy musical. Por eso lo del sintagma, que es la palabra, y el estribillo, que es la música. La música y la literatura son el centro de mi curiosidad intelectual. 

¿El novelista está guardado en el cajón o quedó reducido a cenizas?

Tengo por ahí dos novelas inéditas, breves, que me interesa publicar. Ahora que estoy un poco más tranquilo las voy a revisar. Para mí, la novela es la posibilidad de disgregar, insistir, volver. Me gustan las novelas donde la anécdota es lo que menos importa. Me interesa la narración sinuosa, que esté jugando con lo poético. Pedro Páramo es un gran poema fragmentario. 

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