Huérfana en la madre patria

El exilio sabe a frío, demasiado frío, las chaquetas grandes no caben en maletas pequeñas.

«Tienes cara de española, tranquila que no te van a detener.» La última frase que le dijo su madre antes de abordar el avión. Cargar con una carpeta repleta de papeles, la copia de la identificación del chico que compró el billete en Colombia, las reservas en los hoteles con cancelación gratuita, el billete de regreso que nunca se utilizará, el itinerario, «recuerda que supuestamente vas de turista», una carta de trabajo falsa que indica que estás de vacaciones, una maleta pequeña para que no sospechen que vas a quedarte. Un par de días antes le dijeron que debía comprar el equipaje de mano en un lugar seguro y pedir recibo, «a veces esconden drogas», «eres mujer, joven y viajas sola, seguro te detienen», no debes hablar con nadie, comerte toda la comida en el avión no deben sospechar, sonreír, que nadie te acompañe al aeropuerto porque si te ven llorar pensarán que te irás para siempre, «los guardias hacen seguimiento», «no publiques nada en redes sociales», «si te detienen no te pongas nerviosa». Una lista infinita de recomendaciones, tutoriales de Youtube, ropa que dejar, planes que deshacer, muebles que vender, últimas cervezas con gente que no volverás a ver, vida que olvidar; sonreír, siempre sonreír, pero no mucho, lo suficiente. Dejar todo, menos el peso de ser latinoamericana, aprender a no tener un mal día, no se puede tener un mal día, ni siquiera importa de qué te graduaste, hay que luchar, «los que se van a España no regresan», «además, tu padre es español puedes conseguir los papeles más fácil», «tienes suerte». En una entrevista que le hicieron a Julio Cortázar, en 1980, hablaba del exilio obligado de los argentinos, uruguayos. En esa época Venezuela estaba muy bien, demasiado bien, no habías nacido, el reloj aún no hacía tic tac, tu reloj aún no hacía tic tac. Explicaba que era un doble exilio porque su país natal se privaba del talento de los que se fueron, esa fuga de genios, creativos, grandes mentes que decidieron huir, abandonar todo por un «futuro mejor», en el que no se puede tener días malos, en el que hay que sonreír siempre, no mucho, lo suficiente. El exilio sabe a frío, demasiado frío, las chaquetas grandes no caben en maletas pequeñas, el exilio se camina en zapatillas nuevas que no te quieres ensuciar, tus primeras Nike con tu primera paga limpiando casas durante catorce horas, empiezas a decir «me lo merezco», pero te va enterrando la culpa, porque los tuyos, los que no se pueden venir, los que no tienen un padre español, están muy mal. Sufres en silencio y la incomodidad te invade mientras vistes ropa nueva porque no tienes opción, porque el clima envenena tu piel tropical, te excusas al espejo, no muestras, no te quejas porque no sientes las manos y la columna cada día molesta más. Un rechazo tras otro, porque no tienes experiencia en este país, no sirve de nada tu titulación, no sirves de nada tú. «Es lo que hay», escuchas sin parar, pero hay que sonreír, sonreír siempre, pero no mucho, lo suficiente. Tu primer vuelo internacional es a Europa, para siempre. No puedes dormir durante el vuelo, cierras los ojos para que no huelan tus nervios, tal vez el que tienes a tu lado descubra que eres inmigrante, pasan las nueve horas y llegas, por fin llegas y te dicen «bienvenida a España» y escuchas el sello que pinta tu pasaporte por primera vez, y dices «gracias, Señor»; luego aprenderás que aquí no se suele decir señor, ni tratar de usted, y verás paisajes y comerás comida y llorarás, llorarás mucho, y te pondrás tus zapatillas compradas a mitad de precio, y sentirás orgullo y culpa, pero seguirás viviendo, y tal vez nada pase con el tiempo y sufras y sientas impotencia, pero evita compararte con españoles de tu edad, que tienen un pisito y un coche y un trabajo que odian, sientes rabia por tu situación, por tener que volver a empezar justo a la edad en que te aparecen un par de canas, pero sonríes, pero no mucho, lo suficiente. Siempre llegan a su memoria unos versos de la poeta uruguaya Cristina Peri Rossi: «Nací en una ciudad triste / suspendida del tiempo / como un sueño inacabado / que se repite siempre / Partir es siempre partirse en dos.»  Esperas que todo mejore, pero no mejora, tal vez solo te acostumbras, sonríe siempre. 

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