El pasado lunes 12 de abril, el escritor argentino César Aira (Coronel Pringles, 1949) se hacía con el Prix Formentor en reconocimiento a su «infatigable recreación del ímpetu narrativo y la versatilidad de su inacabable relato». Parafraseando el título de un maravilloso documental de Pablo Dotta sobre la figura de Juan Carlos Onetti, yo jamás leí a Aira, pero estaba completamente seguro de que esto iba a pasar, aunque quizás pensara en otra clase de escenarios.
Todo, absolutamente todo, es culpa de Sergio Vázquez (Barcelona, 1992), que en su primera obra publicada, César Aira gana el Premio Nobel (Ediciones Franz, 2019), apostó por la victoria del bonaerense en la fiesta mayor de la literatura universal en este inhóspito año, del mismo modo en que lo hiciera Carlos Fuentes en su novela La silla del águila (Alfaguara, 2003). Sea como sea, y al menos en la ficción, el doblete ha sido claro; y si la vida imita al arte -o, al menos, la estructura de algunos relatos- no me cabe la menor duda de que Aira en octubre va a volver a ganar algo. No en balde, la disposición circular de los textos de César Aira gana el Premio Nobel es irrefutable: un ejemplo de cómo las cosas, a veces, vuelven sobre sus pasos y se detienen justo donde empezaron a rodar; y de cómo «los cuentos ahora no hace falta ni cerrarlos», que es algo que sostiene el joven autor catalán en una de sus tramas.
Así, lo que sucede una vez, al principio, puede volver a suceder más adelante, o motivar el devenir de los acontecimientos, incluso escribirlos, al igual que el protagonista de Continuidad de los parques, el famosísimo relato metaliterario de Cortázar. Porque si un par de cosas están claras dentro la opera prima de Sergio Vázquez son precisamente estas: lo cíclico, la metaliteratura y la valentía de las primeras veces, palpable en la libertad de un autor debutante, en sus primeras lecturas señaladas, en sus primeros textos redactados y en sus primeras referencias literarias; legado, éste, del que uno debe tomar ejemplo si lo que pretende es prosperar.
César Aira gana el Premio Nobel funciona, por tanto, como el mejor circuito de carreras, donde la meta coincide siempre con la línea de salida; donde la gente, antes de ganar, hace pruebas; y donde el azar, aunque no lo parezca, también juega un papel importante, sobre todo en historias como Elige tu propia aventura o 1X2. En esta última, de hecho, una de las voces protagonistas habla de «una inversión a futuro que nunca cobrarían», y menos mal que se refería a una quiniela, porque Sergio Vázquez tiene dotes que anticipan el millón. Y no, no es mera adulación, es lo que toca; porque cuando César Aira gane el Nobel en octubre, si las cosas siguen desarrollándose tal y como ocurrían en el texto que le da título a la antología, más le vale a Sergio tener algo de dinero. «Me pareció fascinante eso de que gastara con la imaginación un dinero que no tenía, y fue motivo suficiente para intentar contactar con él», dice el autor acerca de Aira, en una de las primeras páginas del libro. «Me contestó a los tres días y me dijo que era cierto pero impreciso, porque el dinero no solo se lo gastaba imaginariamente», para, luego, preguntarle a un Sergio Vázquez ficticio si podía convertirse en su prestamista. Y ya sabemos cómo acaban estas cosas, ¿no? «Terminó sin despedirse, pero aclaró que estaba nominado para otro premio que creía que iba a ganar. Que entonces me devolvería la plata». El resto es historia, y, como ocurre muchas veces, quien gana una vez es porque suele ganarlas todas.
De cualquier manera, a mí no me pregunten, que aquello que le he leído a Sergio es lo único que sé de Aira; y todo por una frase suya que se me quedó grabada a fuego: «Lo peor que le puede pasar a los escritores como él, es que, en un momento dado, sean descubiertos por el público de masas», y desde entonces no me ha parecido justo jugársela. Por eso, y por otra serie de motivos, me quedé con Sergio Vázquez, que, además, tiene pinta de saber muy bien de lo que habla.