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La jaula de los estereotipos

Nos han presionado para encajar en modelos de mujeres que no existen; como si ser nosotras estuviera mal; como si las historias de vida que tenemos no fueran dignas de ser apreciadas o contadas.

Profesionalmente, he tenido la fortuna de poder retratar todo tipo de mujeres, de rostros y de cuerpos; y he podido apreciar la belleza en su máxima expresión.

Sin embargo, también me he topado con uno de los mayores monstruos sociales: los estereotipos; esos que siempre nos han impuesto. Y es que desde niñas nos han enseñado a esconder, retocar y querer cambiar aspectos de nuestro cuerpo.

Nos han hecho creer que sólo hay un ‘modelito’ donde encajar; que sólo existe un guion manoseado sobre el papel de la mujer, y que es así como lo debemos de representar, sin importar si atentamos contra nosotras mismas y nuestra belleza natural.

Nos han forzado a cubrir y querer eliminar los granos, los lunares, la celulitis, las lonjas, los vellos, las estrías, las cicatrices, las canas, las arrugas, etc…, con tal de convertirnos en un ‘objeto deseable y desechable’ y en múltiples negocios rentables que llevan mucho tiempo sosteniéndose de frustraciones e inseguridades fabricadas, patrones impuestos y obsesiones ajenas que no se ajustan a nuestro cuerpo.

Nos han presionado para encajar en modelos de mujeres que no existen.

Incluso, nos han hecho creer que debemos aspirar a ser mujeres que imitan y quieren parecerse a otras, como si ser nosotras estuviera mal; como si las historias de vida que tenemos no fueran dignas de ser apreciadas o contadas.

Esta vez, tengo el privilegio personal y profesional de terminar mi año colaborando y retratando a un grupo de mujeres extremadamente fuertes y valientes; mujeres reales, con marcas en la piel y lesiones que no se ven, llenas de historias que contar, sobrevivientes de inmensa crueldad. 

Mujeres que desgraciadamente han sufrido muchos tipos de violencia: ofensas, ataques, humillaciones, heridas y golpes de sus agresores, que ocasionaron que olvidaran su valor, y perdieran su confianza y autoestima.

Mujeres que no podían ni mirarse al espejo, porque también fueron víctimas del reflejo de una sociedad que engrandece la apariencia por encima de la esencia.

Gracias a un gran trabajo personal y psicológico, ya pueden reconocer que violencia también es: que las hagan sentirse feas, que las comparen y las engañen, que les digan como vestirse, que les exijan que bajen de peso, que las insulten, minimicen, celen y controlen.

Afortunadamente, ahora pueden enfrentarse de nuevo a la vida sin miedo a ser juzgadas o rechazadas. Se han convertido en mujeres admirables y atrevidas que han dejado de maquillar su rostro, su miedo y su dolor. Han logrado ponerse su mejor sonrisa y se han vestido de autoestima.

Porque, lamentablemente, vivimos en un mundo donde caben todos los complejos, los trastornos y las obsesiones. Estamos saturadas de productos y falacias que nos venden lo que no somos, pero podríamos ser (rubias, pelirrojas, chinas, lacias, altas, delgadas, tetonas, nalgonas).

Y sí, tenemos el derecho de modificar nuestro cuerpo, pero sin lastimarlo, porque también podemos ser víctimas de las cirugías y de graves enfermedades psicosociales.

¡Ya basta de compararnos y tratarnos mal! No todo lo que vemos y creemos es real. Ser mujer no es sinónimo de complacer o gustarle a los demás. 

Somos únicas y tampoco necesitamos parecernos a nadie más. 

Respetemos esas cualidades que nos hacen diferentes y especiales. Aprendamos a amarnos y valorarnos aunque parezca revolucionario. Luzcamos también nuestros desastres, nuestras ruinas, las batallas perdidas, y luchemos por un mundo de cuerpos sin patrones, porque en la jaula de los estereotipos nadie puede volar, y la belleza física es sólo una reconstrucción social que todos deberíamos de empezar a cambiar.

Ojalá algún día todas podamos mirarnos al espejo y decir orgullosamente:

“Esta soy yo, esta es mi cara y mi cabello, esta es mi piel, estas son mis cicatrices… ¡ESTE ES MI CUERPO, LO AMO Y LO RESPETO!”.

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