En Ante del dolor de los demás, un ensayo tan fantástico como doloroso, Susan Sontag (d)escribe lo siguiente: “La información de lo que está sucediendo en otra parte, llamada «noticias», destaca los conflictos y la violencia –«si hay sangre, va en cabeza», reza la vetusta directriz de la prensa sensacionalista y de los programas de noticias que emiten titulares las veinticuatro horas– a los que se responde con indignación, compasión, excitación o aprobación, mientras cada miseria se exhibe a la vista”. (Señala esto después de haber desdibujado, en un primer capítulo, algunos fragmentos de Tres Guineas, de Virginia Woolf, libro publicado en 1935, a merced de la misiva que la escritora británica recibió por parte de un prominente abogado que no quería la guerra, justo cuando la Guerra Civil Española se encontraba en curso y, la Segunda Guerra Mundial, en vísperas.)
En esas palabras, la también guionista estadunidense confronta y describe la situación en la que el tiempo ha postrado a las noticias, particularmente a la prensa sensacionalista (también conocida como amarillista, o nota roja, según sus especificaciones), quien es el tipo de periodismo que se caracteriza por difundir información polémica, incómoda, peyorativa: que llama demasiado la atención. La prensa sensacionalista es el cáncer del periodismo: busca solamente mayores beneficios económicos a costa de lo que sea: exageraciones infundadas y, en extremo, muchas de las veces, ofensivo; así como manipulación de la opinión pública. En México, el último de los casos en que la prensa amarillista en su vertiente de nota roja acaparó los focos, fue ante el feminicidio de Ingrid Escamilla, la mujer de 25 años que presuntamente fue asesinada (por decir lo menos) por quien era su marido. Y, como ella, muchas otras víctimas han sido revictimizadas a manos de la prensa que, como ya se dijo, sólo busca volverse más solvente a costa de cualquier cosa. Sontag se refiere a la situación de la prensa frente a las guerras. Sin embargo, ese aspecto sensacionalista del periodismo que rescata únicamente “el conflicto y la violencia” para someterlo a escrutinio, parece no cesar a pesar del paso del tiempo. Incluso: parece haber aumentado. Y no hay duda que eso se debe al actual contexto en que se viraliza la información, todo sucede de manera instantánea. Más allá de ser una ventaja, es una lástima: tanto por la información mal infundada y peyorativa, tanto por el tratamiento que se le da a las notas: no se verifican, no se interpretan como deben, y sin embargo se comparten, olvidando el hecho que subyace en la nota –e incluso permitiéndose ignorar el medio que difunda la noticia– como tal: puede ser falsa o ilegítima. El periodismo es inmundo en muchos aspectos, y por otros lados resulta, también, demasiado fascinante, empero, termina por ser mayúsculamente responsable: es el oficio el que carga con la responsabilidad de esparcir lo que sea que quiera informarse; por otro lado, cada individuo es responsable de someter a juicio las notas que se leen y deshacerse del velo de la confianza perpetua a las «noticias»: sin importar el medio: todos, muchas veces, terminan de pecar de insufribles, contestatarios y, con riesgo de sonar exagerado, hasta ruines.
En tiempos como el actual –en medio de una pandemia, en vísperas de una posible recesión económica, siendo víctimas de un hito histórico– es de suma importancia someterse a juicio ético en la labor periodística, ya no digamos la cuestión moral. Suena ininteligible que se permita una irresponsabilidad del tamaño de publicar noticias falsas en un medio de alcance nacional, por no decir mundial porque, fortuitamente, eso no ha sucedido.
Aquí, parados donde estamos, muy probablemente resguardados en casa, confinados, en espera de que todo esto termine “pronto”, nos encontramos en un estado liminal. Un umbral en el que se está gestando el cambio; en el que, por supuesto, el periodismo, la viralidad de los hechos y la veracidad tiene que hacerse de sus acciones y hacer yacer una transición.
Dice Richard Ford, en Canadá: «El preludio de las cosas malas puede ser ridículo, pero también fortuito y anodino». Resta ser auto críticos, estemos donde estemos, bajo el manto de lo que sea y como sea: no se debe olvidar exigir lo que, como ciudadanos, merecemos: en los medios, en el periodismo, en la salud, en la vida misma. Hubo que recordar a los medios, a Ingrid Escamilla, a la prensa roja… Hubo que recordar; hay que recordar, para poder seguir: para vivir.